Esteban Tabares
En la sociedad española, europea y mundial, el sistema social dominante va abriendo una fosa cada vez mayor entre los beneficiados por el “progreso y la modernidad” y los que reciben las migajas que caen de la mesa de Epulón. La competitividad salvaje y el individualismo ciego arrollan y tiran a la cuneta a cuantos estorban en el camino: inmigrantes pobres, parados, drogadictos, presos, pequeños campesinos y ganaderos, gitanos, jornaleros, ancianos, chabolistas, enfermos mentales y deficientes, prostitutas, pensionistas mínimos, mendigos, pescadores de barquita, temporeros, transeúntes, etc…
Han dividido el globo en varios mundos y justifican de mil formas que ha de haber un Tercer Mundo (o cuarto o quinto) para que no descienda el nivel del Primero. Por eso, la deuda externa será deuda eterna. Hacen descaradamente el elogio del beneficio como motor imprescindible para que el sistema funcione, pero no hablan de los que soportan el perjuicio.
El humo del incienso del 92 oculta a los marginados de la ceremonia oficial. Sus oropeles esconden la pobreza, que continuará más allá del 93. Los excluidos del gran banquete miran el escaparate brillante y apetitoso de una sociedad de la que han sido arrojados. Unos abren su mano indigente; otros cierran su puño airado y reivindicativo; otros son engullidos por las cloacas o desagües sociales.
ENCARNACION
Una palabra anticuada, pasada de moda nos dice, ahora como siempre, cómo debemos situarnos los discípulos de Jesús con los excluidos: encarnación. Frente al desencanto de unos y frente al refugio intimista-piadoso-religioso de otros. Frente a la preocupación excesiva y narcisista por “los intereses de la Iglesia”, o frente a la complicidad-conformidad que tenemos los cristianos con el sistema dominante hemos de insistir que la fe se vive dentro de los conflictos humanos y no dentro de la comunidad: dentro del mundo de los pobres y no dentro del sistema.
Evangelizar es encarnar la Palabra -“Y la Palabra se hizo carne”- y no la podemos reducir a una proclamación teórica, espiritualista y descomprometida. Encarnación es compartir la vida del pueblo, de los pobres, de los excluidos. Enraizarse ahí con permanencia y con calidad de presencia. Encamarse es desarrollar la dimensión política del amor: un amor de ojos abiertos, lúcido, crítico y eficaz. No se trata solamente de mejorar las condiciones de vida de los pobres, sino también de transformar las estructuras sociales productoras de excluidos y pobres en cadena.
Encarnación es optar por los pobres, es elegir estar con ellos y no estar con los otros. Estar con
los pobres no debe ser trabajar-para-los-pobres, sino trabajar-con-los-pobres, puesto que “nadie libera a nadie, nos liberamos juntos” (Freire). Este es el camino seguro frente a los vaivenes, modas o dudas. Este es el texto de la verdadera espiritualidad cristiana. “Quien optó por los pobres está siempre seguro de no haberse equivocado. Quien optó por una ideología jamás está seguro de no haberse engañado, por lo menos en parte. Quien optó por los pobres está seguro de haber hecho una opción cierta: optó como Jesús y optó por Jesús”. (De Lubac).
MISERICORDIA
Un cristiano se acerca a los excluidos -se encarna- movido por una fuerza misteriosa, que le impulsa a “agacharse”, a mirar hacia abajo, hacia los márgenes del camino. Esa fuerza-fe la llamamos misericordia. Misericordia es ver el sufrimiento ajeno, interiorizarlo y sentirlo como propio y reaccionar actuando en favor del doliente. Sin más explicación ni justificación que su dolor o su problema, “porque me necesita”, por pura gratuidad. Bienaventurados los misericordiosos que dejan latir su corazón sensible al unísono de los corazones heridos por mil carencias, exclusiones y penas. “Bienaventurados los que prestan ayuda, porque ellos van a recibir ayuda”. Bienaventurados los que no responden como Caín: “¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano?”… Bienaventurados todos aquellos que aprueban en el examen final sobre misericordia: “Tuve hambre, tuve sed, estaba desnudo, en la cárcel…y me ayudasteis”.
Esta encarnación misericordiosa o esta misericordia encarnada están por encima del culto a Dios, mejor dicho, son el verdadero culto al Padre. A partir de la vida de Jesús, el auténtico culto es la misericordia-amor al prójimo. El culto queda sustituido por el amor. La muerte de Cristo en la cruz rasga el velo del Templo de Jerusalén, significando con ello que únicamente la misericordia-entrega des-vela el misterio de Dios y que, en adelante, el culto no se realizará en ningún recinto sagrado, sino en lo profano de la calle donde la gente anda herida y está “como rebaño sin pastor”. Ya no son necesarios mediadores ni sacerdotes para acercarse a Dios, sino que todo corazón “compasivo y misericordioso” tiene acceso directo a Él. Culto y religión es vivir-para-los-demás. “El Padre quiere adoradores en espíritu y en verdad”, dirá Jesús a la samaritana que le da agua en el pozo. Esa mujer, que supo tener un gesto misericordioso dando de beber a un extraño y a un excluido para ella -por ser mujer y por ser samaritana- encontró al Mesías que otros buscaban en mil sitios. “Os aseguro que quien dé de beber siquiera un vaso de agua a uno de estos más pequeños, no quedará sin recompensa”…
El primer mandamiento (amarás al Señor, tu Dios) se vive realizando el segundo mandamiento (amarás a tu prójimo como a ti mismo). No hay separación ni rivalidad entre los dos, sino identidad: haciendo lo uno se hace lo otro. Acercarse al excluido, aproximarse al herido de la cuneta es hacerse prójimo-próximo de quien me necesita. La misericordia es más valiosa ante Dios que todas las confesiones de fe y todas las liturgias del mundo. En la parábola del buen samaritano Jesús indica que la persona verdaderamente religiosa es la que se conmueve ante el dolor ajeno, siente ternura ante el necesitado de ayuda y actúa en consecuencia. “Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso”…
Ante los excluidos del 92, del 93 y de siempre, los cristianos y la Iglesia como organización hemos de aportar el testimonio de nuestra opción por ellos. Ante lo que ahora llaman “nueva evangelización y re-cristianización de Europa”, lo evangélico es convertirnos en conciencia crítica y acusadora de un sistema dominante que crea exclusión en todos sus niveles. Y proponer respuestas.
Respuestas de misericordia y de reparto del bienestar social a escala mundial y también local y personal.
SOLIDARIDAD
Para que la misericordia no sea confundida con el paternalismo o la beneficencia, ha de ser solidaria, es decir, vivida desde dentro de los problemas y junto con los propios afectados. La ayuda realizada desde fuera queda como una “obra buena”, pero no cambia la realidad en su raíz dañada. Jesús es modelo de esta misericordia solidaria pues “se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos. Así, presentándose como simple hombre, se bajó, obedeciendo hasta la muerte y muerte en cruz”. Vivió siempre con los marginados del sistema social de su tiempo y él mismo no tenía donde reclinar su cabeza. Envió a sus discípulos hacia las “ovejas descarriadas”, descarriladas por el sistema socio-religioso opresor. Y terminó excluido como un maldito, en la cruz y fuera de la ciudad, marginalizado total.
“Bienaventurados los misericordiosos” tiene su complemento necesario en “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia”. Misericordia y solidaridad son hermanas gemelas: una hace auténtica a la otra y viceversa. Nuestra sociedad puede aún entender o permitir la misericordia, pero ya no soporta la solidaridad. “Si doy pan a un hambriento, me llaman santo. Pero si pregunto por qué no tiene pan, me llaman subversivo” (Helder Cámara).
El individualismo agresivo, ególatra y competitivo es fomentado por nuestra cultura. El enriquecido se convierte en modelo ético y atrae las miradas y los deseos de las mayorías. El tren de vida de los países enriquecidos es la meta ofrecida e inalcanzable para los países empobrecidos. La solidaridad se considera cosa de tontos y ¡por supuesto! no sirve para que funcione la economía de mercado, llave del progreso y del bienestar, según nos dicen.
Solidaridad es ir cogidos del brazo, acompasado el paso, para llegar todos a la vez a una misma meta. Solidaridad es vivir que “todo hombre es mi hermano”; es desechar que “el hombre es un lobo para el hombre”; y escupir a este sistema que nos afila los colmillos. Jesús manifestó con su vida que Dios es Padre porque ama a los pequeños, los pobres, los excluidos (“pecadores” los llamaban entonces). De ahí que la misericordia y la solidaridad sean las mejores actitudes para hacernos semejantes a Jesús, para ser verdaderos hijos de Dios y para hacer visible su Reinado entre nosotros.
Concluyendo: una encarnación misericordiosa y solidaria es la respuesta adecuada y evangélica de los cristianos ante los excluidos de ahora y de siempre. El Padre se nos hace visible únicamente en ese camino: “Lo reconocieron al compartir el pan”…

