España y Europa: Luces y Sombras.
INTRODUCCIÓN
- Ha terminado ya 1992 y, con él, los acontecimientos que han marcado nuestra historia durante casi todos estos meses. Atrás quedan los Juegos Olímpicos, la Exposición Universal y la capitalidad cultural. También se han marchado ya los millones de visitantes que pasaron unos días en España con motivo de esas efemérides.
Es momento de volver a la normalidad y de redescubrir:
- que la mayor parte de los problemas que existían con anterioridad siguen perviviendo.
- que algunos de ellos (desempleo, reconversión industrial, aumento de la exclusión social) van probablemente a agravarse, dada la situación económica en que nos encontramos.
- que esos problemas van a incidir nuevamente sobre los colectivos más desprotegidos y más necesitados de ayuda y de justicia.
- El año que termina ha sido también el del «redescubrimiento» de Europa. Los debates sobre el Tratado de la Unión Europea suscrito en Maastricht el 7 de febrero y la reciente cumbre de Edimburgo han puesto en el centro de la discusión el mayor o menor grado de interés de los ciudadanos y gobiernos de cada país para avanzar hacia una Europa unida, no solo en lo económico, sino sobre todo en lo político y lo social. Al mismo tiempo, los gobiernos de diversos países (y el español no ha sido una excepción) han utilizado en más de una ocasión a Europa como coartada para tratar de imponer políticas restrictivas y limitadoras de derechos socioeconómicos o políticos.
- El momento que vivimos es difícil para buena parte de españoles y europeos. Pero es mucho más difícil para miles de personas del todavía llamado Tercer Mundo, que tratan de acceder al mundo rico jugándose muchas veces la vida en el empeño. Aunque no es nuevo en la historia, ni mucho menos, el fenómeno de la inmigración adquiere en estos momentos una relevancia indudable ante los cambios políticos operados en los países de la Europa central y oriental, y el mantenimiento de enormes bolsas de miseria en países africanos, asiáticos, centro y sudamericanos.
Estos son los datos. En épocas de crisis hay dos respuestas posibles por parte de quienes la sufren y desean modificar el marco socio-económico de referencia:
- La primera puede resumirse en la frase «cuanto peor, mejor», y expresa la esperanza de que el agravamiento de las condiciones de vida y de trabajo llevará a una modificación radical del «status quo».
- La segunda, que hemos querido que caracterice la actuación de nuestras Instituciones durante estos años, es la de crítica y denuncia de las injusticias, acompañada de propuestas reflexivas para corregirlas.
En el momento en que la Europa del 93 se abre ante nosotros como un dato ineludible de la realidad política, económica y social de los años venideros, queremos mantener esta línea de conducta y sugerir caminos posibles para avanzar en la senda de la igualdad, justicia y solidaridad entre todos.
- LA SITUACIÓN ESPAÑOLA
- De la euforia a la crisis; ¿qué ha pasado en tan pocos meses? La situación económica española parecía envidiable al iniciarse 1992 o, al menos, eso era lo que dejaban entrever nuestros gobernantes. Una sensación de euforia contenida se instaló en buena parte de las capas dirigentes de nuestra sociedad, a la espera de que los acontecimientos socio-económicos del 92 sirvieran para fortalecerla aún más. Pero no era así: la crisis económica iniciada a partir de la guerra del Golfo Pérsico nos estaba afectando ya seriamente, en términos de menor crecimiento del empleo y de aumento del desempleo y destrucción de actividad económica.
Durante los nueve primeros meses de 1992 se mantuvo esta sensación de euforia, e incluso en el Plan de Convergencia presentado por el Gobierno español al Parlamento el mes de marzo se preveía la creación de un millón de nuevos puestos de trabajo hasta 1996. De repente, las luces se volvieron sombras, y el ejemplo más significativo ha sido la presentación de los Presupuestos Generales del Estado para 1993. Es cierto que las turbulencias monetarias europeas han afectado seriamente a nuestra economía: pues nada de lo que ocurre en Europa nos es ya indiferente. Pero no lo es menos que durante varios años hemos vivido instalados en una «satisfacción económica» que no nos correspondía en absoluto. Nuestros gobernantes no han querido (o no han sabido, o no han podido) explicar la realidad de la situación con anterioridad: porque decir que no debemos vivir por encima de nuestras posibilidades, además de ser poco electoral, obliga a quien lo dice a actuar en consecuencia.
De la euforia a la crisis. Ante tal situación, se pretende ahora que los males no sean interiores sino que respondan a contingencias externas. Europa, Maastricht o el 93 se convierten así en punto de referencia para justificar muchos de los problemas nacionales y desviar buena parte de la atención. Pero este planteamiento tiene efectos muy negativos:
- Hace a la ciudadanía replegarse sobre sí misma, por entender que así podrán resolver sus problemas propios.
- Genera, al mismo tiempo, una cultura insolidaria que echa las culpas de todos los males a un gran tercero (Europa) desconocido.
- Y sienta el caldo de cultivo para el surgimiento de posturas racistas y xenófobas.
No cerrar los ojos
El fenómeno descrito no es patrimonio exclusivo de nuestro país, sino que se desarrolla en buena parte de la Europa comunitaria. Lo subrayamos ahora para España, porque nuestra cultura democrática, aún poco consolidada, se resiente de tales planteamientos. Querer echar las culpas de todo a un tercero es el argumento más sencillo para no abordar de frente y por directo los problemas a resolver. Y en España tenemos algunos problemas comunes al resto de Europa -paro, insolidaridad, desequilibrios regionales, casos de corrupción- pero otros propios o con peculiaridades propias que debemos resolver nosotros.
Si es verdad que la situación económica es difícil, no es menos cierto que no es igualmente difícil para todos y esto ocurre, aunque en menor proporción, incluso dentro de la propia clase trabajadora que es la que sufre más directamente los problemas económicos. Pueden ser necesarios sacrificios para recuperarnos, pero es indispensable que sean bien repartidos con un coste proporcional para cada persona en atención a sus disponibilidades económicas. Habrá por tanto que seguir trabajando con dureza para erradicar las bolsas de fraude fiscal existentes, y atacar sin tapujos todos los casos de indebida utilización de los dineros públicos y las ganancias de pescadores en río revuelto. Sólo así la mayor parte de los ciudadanos podrá estar de acuerdo con un planteamiento como el que nos hace el Gobierno de imponer sacrificios. No podremos pedir solidaridad con los más débiles en Europa, si dentro de España se lo hacemos pagar todo a los más débiles.
Además, nuestra cultura democrática está sufriendo en estos momentos de un déficit preocupante: la falta de tolerancia hacia las opiniones de los demás. Esto comienza a reflejarse ya en el talante con el que algunas autoridades públicas descalifican todas las propuestas que no dicen «sí señor» a sus planteamientos.
INTRODUCCIÓN
- Ha terminado ya 1992 y, con él, los acontecimientos que han marcado nuestra historia durante casi todos estos meses. Atrás quedan los Juegos Olímpicos, la Exposición Universal y la capitalidad cultural. También se han marchado ya los millones de visitantes que pasaron unos días en España con motivo de esas efemérides.
Es momento de volver a la normalidad y de redescubrir:
- que la mayor parte de los problemas que existían con anterioridad siguen perviviendo.
- que algunos de ellos (desempleo, reconversión industrial, aumento de la exclusión social), van probablemente a agravarse dada la situación económica en que nos encontramos.
- que esos problemas van a incidir nuevamente sobre los colectivos más desprotegidos y más necesitados de ayuda y de justicia.
- El año que termina ha sido también el del «redescubrimiento» de Europa. Los debates sobre el Tratado de la Unión Europea suscrito en Maastricht el 7 de febrero y la reciente cumbre de Edimburgo han puesto en el centro de la discusión el mayor o menor grado de interés de los ciudadanos y gobiernos de cada país para avanzar hacia una Europa unida, no solo en lo económico, sino sobre todo en lo político y lo social. Al mismo tiempo, los gobiernos de diversos países (y el español no ha sido una excepción), han utilizado en más de una ocasión a Europa como coartada para tratar de imponer políticas restrictivas y limitadoras de derechos socioeconómicos o políticos.
- El momento que vivimos es difícil para buena parte de españoles y europeos. Pero es mucho más difícil para miles de personas del todavía llamado Tercer Mundo, que tratan de acceder al mundo rico jugándose muchas veces la vida en el empeño. Aunque no es nuevo en la historia, ni mucho menos, el fenómeno de la inmigración adquiere en estos momentos una relevancia indudable ante los cambios políticos operados en los países de la Europa central y oriental, y el mantenimiento de enormes bolsas de miseria en países africanos, asiáticos, centro y sudamericanos.
Estos son los datos. En épocas de crisis hay dos respuestas posibles por parte de quienes la sufren y desean modificar el marco socioeconómico de referencia:
- La primera, puede resumirse en la frase «cuanto peor, mejor»; y expresa la esperanza de que el agravamiento de las condiciones de vida y de trabajo llevará a una modificación radical del «status quo».
- La segunda, que hemos querido que caracterice la actuación de nuestras Instituciones durante estos años, es la de crítica y denuncia de las injusticias, acompañada de propuestas reflexivas para corregirlas.
En el momento en que la Europa del 93 se abre ante nosotros como un dato ineludible de la realidad política, económica y social de los años venideros, queremos mantener esta línea de conducta y sugerir caminos posibles para avanzar en la senda de la igualdad, justicia y solidaridad entre todos.
- LA SITUACIÓN ESPAÑOLA
- De la euforia a la crisis; ¿qué ha pasado en tan pocos meses?
La situación económica española parecía envidiable al iniciarse 1992 o, al menos, eso era lo que dejaban entrever nuestros gobernantes. Una sensación de euforia contenida se instaló en buena parte de las capas dirigentes de nuestra sociedad, a la espera de que los acontecimientos socioeconómicos del 92 sirvieran para fortalecerla aún más. Pero no era así: la crisis económica iniciada a partir de la guerra del Golfo Pérsico nos estaba afectando ya seriamente, en términos de menor crecimiento del empleo y de aumento del desempleo y destrucción de actividad económica.
Durante los nueve primeros meses de 1992 se mantuvo esta sensación de euforia, e incluso en el Plan de Convergencia presentado por el Gobierno español al Parlamento el mes de marzo se preveía la creación de un millón de nuevos puestos de trabajo hasta 1996. De repente, las luces se volvieron sombras, y el ejemplo más significativo ha sido la presentación de los Presupuestos Generales del Estado para 1993. Es cierto que las turbulencias monetarias europeas han afectado seriamente a nuestra economía: pues nada de lo que ocurre en Europa nos es ya indiferente. Pero no lo es menos que durante varios años hemos vivido instalados en una «satisfacción económica» que no nos correspondía en absoluto. Nuestros gobernantes no han querido (o no han sabido, o no han podido) explicar la realidad de la situación con anterioridad: porque decir que no debemos vivir por encima de nuestras posibilidades, además de ser poco electoral, obliga a quien lo dice a actuar en consecuencia.
De la euforia a la crisis. Ante tal situación, se pretende ahora que los males no sean interiores sino que respondan a contingencias externas. Europa, Maastricht o el 93 se convierten así en punto de referencia para justificar muchos de los problemas nacionales y desviar buena parte de la atención. Pero este planteamiento tiene efectos muy negativos:
- Hace a la ciudadanía replegarse sobre sí misma, por entender que así podrán resolver sus problemas propios.
- Genera, al mismo tiempo, una cultura insolidaria que echa las culpas de todos los males a un gran tercero (Europa) desconocido.
- Y sienta el caldo de cultivo para el surgimiento de posturas racistas y xenófobas.
No cerrar los ojos
El fenómeno descrito no es patrimonio exclusivo de nuestro país, sino que se desarrolla en buena parte de la Europa comunitaria. Lo subrayamos ahora para España, porque nuestra cultura democrática, aún poco consolidada, se resiente de tales planteamientos. Querer echar las culpas de todo a un tercero es el argumento más sencillo para no abordar de frente y por directo los problemas a resolver. Y en España tenemos algunos problemas comunes al resto de Europa -paro, insolidaridad, desequilibrios regionales, casos de corrupción- pero otros propios o con peculiaridades propias que debemos resolver nosotros.
Si es verdad que la situación económica es difícil, no es menos cierto que no es igualmente difícil para todos y esto ocurre, aunque en menor proporción, incluso dentro de la propia clase trabajadora que es la que sufre más directamente los problemas económicos. Pueden ser necesarios sacrificios para recuperarnos, pero es indispensable que sean bien repartidos con un coste proporcional para cada persona en atención a sus disponibilidades económicas. Habrá por tanto que seguir trabajando con dureza para erradicar las bolsas de fraude fiscal existentes, y atacar sin tapujos todos los casos de indebida utilización de los dineros públicos y las ganancias de pescadores en río revuelto. Sólo así la mayor parte de los ciudadanos podrá estar de acuerdo con un planteamiento como el que nos hace el Gobierno de imponer sacrificios. No podremos pedir solidaridad con los más débiles en Europa, si dentro de España se lo hacemos pagar todo a los más débiles.
Además, nuestra cultura democrática está sufriendo en estos momentos de un déficit preocupante: la falta de tolerancia hacia las opiniones de los demás. Esto comienza a reflejarse ya en el talante con el que algunas autoridades públicas descalifican todas las propuestas que no dicen «sí señor» a sus planteamientos. Tal actitud produce una postura correlativa de enfrentamiento hacia los mismos por parte de otras fuerzas políticas y de los agentes sociales, en lugar de acercarse hacia posiciones comunes. Por eso hay que repetir sin cansarse que democracia no es imponer ni asegurarse el poder, sino saber escuchar, dialogar y negociar para llegar a tomar una decisión. España, el conjunto de nacionalidades y regiones que la componen, necesita muchísima más cultura democrática en todos los sectores de su sociedad.
- Auge del racismo y xenofobia en España. Necesidad de una respuesta solidaria.
La mayor parte de los «virus» que provienen de allende nuestras fronteras, están instalados también en nuestro interior. Y uno de ellos, de los más preocupantes en la actualidad, es el surgimiento de brotes de racismo y xenofobia que llegan en sus casos extremos hasta el asesinato en frío y premeditado. Las importantes manifestaciones desarrolladas durante los meses de noviembre y diciembre contra esa situación son el reflejo de que un importante sector de nuestra población es consciente de la gravedad de la situación y que es necesario decir ¡basta! a esta barbarie, y recobrar la memoria histórica necesaria para ello.
Pero la importancia de esta reacción sana no puede hacernos olvidar la existencia de un sentimiento latente de desconfianza y recelo hacia los inmigrantes en buena parte de nuestra población. Las encuestas periodísticas no hacen sino confirmarlo. Y lo más intolerable es que ese recelo no se dirige a los inmigrantes «ricos»: pocos criticarán en Marbella a los jeques árabes, que aparentemente dedican una parte de su dinero (¿obtenido cómo?) a inversiones en la población. Es un recelo dirigido hacia aquellos que se ven obligados a emigrar de sus países de origen, por razones económicas o de supervivencia política. Se alimenta esta desconfianza en la situación de crisis económica, con el fácil y demagógico argumento de que los inmigrantes pueden ocupar puestos de trabajo que «corresponden» a los españoles, aunque muchos de estos trabajos, que suelen ser los más duros, no los queremos para nosotros.
Que estos brotes racistas no vienen causados por la actual crisis económica lo prueba el dato de que hace ya tres años Cristianisme i Justicia decidió dedicar su Declaración de fin de año a alertar sobre este peligro. Desde entonces la xenofobia ha empeorado. Y no deja de resultar vergonzoso que un país como el nuestro que durante muchos años «exportó» trabajadores hacia países europeos e hisp
- Es necesaria una mayor implicación de los trabajadores en el proceso de construcción europea
Si de verdad queremos construir no la Europa de los mercaderes sino la Europa de los ciudadanos, es necesaria una participación directa del colectivo mayoritario afectado, que es el mundo del trabajo. Hasta ahora es enormemente preocupante su baja participación. Porque si la nueva Europa puede reportar beneficios a medio plazo ello será con sacrificios más que probables en el corto período. Y eso será difícil de entender para quienes están sufriendo solos y directamente los envites de la crisis económica (el ejemplo de la reconversión de la siderurgia integral es altamente significativo).
Toda esta participación debe ir de la mano con la definición del objetivo clave de las políticas comunitarias, que debe ser reducir las desigualdades sociales entre países y ciudadanos. Sólo de esta forma lograremos potenciar una cultura europea que permita identificar Europa, no con más paro y más recesión, como la ven muchos en la actualidad, sino con más pluralismo cultural, más derechos económicos, políticos y sociales, y más solidaridad entre los pueblos. Por todas estas razones nos gustaría alertar sobre la falsa equiparación: buen europeísta es aquel que está plenamente de acuerdo con el actual proceso, y mal europeísta aquel que lo critica.
III. RECAPITULACIÓN FINAL. «INYECTAR ILUSIÓN» SIN PERDER REALISMO
A lo largo de la historia se han vivido momentos tan preocupantes como el presente o más. En épocas de crisis pueden «redescubrirse» mejor los valores solidarios que han permitido al ser humano desarrollarse a lo largo del tiempo y abrir espacios de participación política, económica y social. Nos parece claro y evidente que la Europa del futuro sólo puede ser la de la solidaridad entre pueblos y ciudadanos, y la de un trato abierto y considerado con los países de la Europa central y oriental y los países del sur del Mediterráneo, y no sólo con ellos sino con todo el conjunto de pueblos en vías de desarrollo, cuya situación de injusticia es cuestión realmente prioritaria en este mundo del que Europa forma parte.
Afortunadamente la historia no ha terminado y 1993 nos abre el camino para repensarla y reconstruirla, desde bases nítidamente diferentes a las de la década de los ochenta.
Como Instituciones cristianas no queremos ni perder la esperanza a que la Encarnación de Jesús nos convoca, ni dejar de avanzar a través de la dureza de esta vida, de la que también participó Jesús. A ello invitamos a todos. ¿Seremos capaces de participar en el empeño? Ojalá.
Caritas de Catalunya Cristianismo i Justicia Justícia i Pau de Catalunya Secretariat Diocesà de Marginat de Barcelona