Diamantino García. Jornalero del Señor.

Juan María Rodríguez.

DIAMANTINO GARCIA, con sus ojos suavemente verdes y una mirada entre ensoñadora y mística, con los pómulos sonrosados del labriego y unas maneras dulces que recuerdan lo clerical, aunque su discurso sea marcadamente autocrítico y racional. Él cree que, tras tres décadas de luchas y batallas, solo puede ofrecer un saldo de derrotas. Pero no es tanto. Él y algunos de los suyos han conseguido imponerse: han logrado el reconocimiento de su autoridad moral, el respeto por su leyenda y han salvado, en su caso, el difícil trayecto dentro de la Iglesia. Porque Diamantino es un cura atípico, que cita profecías laicas de Rosa Luxemburgo y que un día hundió los hábitos en un bancal de olivos para luego rescatarlos, después de una visión de apostolado y misticismo, rezumando a tierra abonada y fértil. Pero no es un profeta a la antigua usanza, ni siquiera un loco necesario. Es un hombre en la encrucijada de su fe que quizá se haya salvado del abismo personal aferrándose a la lucha de la gente, abrazándose a esa Andalucía aguijoneada que él, con tanto empeño, ha contribuido a sanar. En todo caso, llámenlo un doliente.

Cuando era adolescente y estudiaba en el Instituto San Isidoro, junto a compañeros como Felipe González y Alfonso Guerra, formábamos un grupo de personas inquietas preocupadas por las injusticias causadas por el franquismo. De entonces recuerdo una de mis primeras revelaciones: que la vida no me pertenecía solo a mí y que no había venido al mundo para hacerme rico o engordar. Que mi vida era patrimonio de la humanidad.

Nunca le ha interesado la religiosidad de pasillos, perder el tiempo en teorizaciones o teologías, ¿no? -No, nunca. Verás, recuerdo que cuando me debatía en la duda metódica de qué hacer tras ordenarme, iba por la calle San Gregorio de Sevilla cuando me decidí: entre una carrera sacerdotal que podría ser brillante —entonces querían enviarme a estudiar a Roma—, o tirarme al barro. Escogí echarme al barro sabiendo que mandaba lo otro a freír espárragos. Pero es que yo era así. Entonces pedí venir aquí, a Martín de la Jara, donde no quería venir nadie. Años después, en pleno apogeo del SOC. Bueno, Monreal me llamó y me puso en otro dilema: “Escoge entre cura o sindicalista”, me dijo. Pero conseguí imponerme. Y aquí sigo.

Pero usted es cura. -Sí, pero antes que nada soy hombre. Y como hombre quiero vivir de la forma más coherente y responsable que pueda con los hombres, que sufren dolor y luchan. Como hombre, me siento urgido a sufrir con el que sufre y a soñar con el que sueña. Y luego se da la circunstancia de que soy creyente. Y tengo un libro de referencia, la Biblia, que dice: “Bienaventurados los pobres”. Y, luego, soy cura. Y no lo oculto. Lo asumo. Pero intento ser cura al servicio de los pobres.

Es cura, y es doble garbanzo negro. ¿Le complace ser oveja descarriada? -No me gusta, pero en un mundo radicalmente egoísta e insolidario, luchar por causas que productivamente no tienen éxito, que son causas perdidas, pues hace que vayas contra corriente.

Sí, deben ser perdidas. He venido hasta aquí

Leyendo un artículo de José Aumente en el que él constata el fracaso estrepitoso de la doctrina del acto desinteresado, Diamantino reflexiona sobre la situación. A pesar de que la praxis comunista se ha hundido y la praxis cristiana parece imposible, él piensa que el mundo tiene solución y que la Humanidad caminará hacia la fraternidad. Reconoce el fracaso en las luchas sindicales, pero cree en la dignidad y liberación que han traído. No se siente un mito andaluz, sino parte de un colectivo minoritario que se niega a aceptar la eterna marginación de Andalucía. Aunque su biografía coincide con el perfil del apóstol redentor, él se ve más como parte de un colectivo que como un individuo destacado. Sus compañeros de lucha han sido principalmente personas de izquierda, no sacerdotes. No le preocupa que sus mejores aliados sean laicos, y reconoce que ha sido un mal funcionario eclesiástico, pero su prioridad siempre ha sido el servicio al pueblo. Aunque su postura pueda costarle la expulsión o la excomunión, lo que realmente le preocuparía es perder el apoyo de los pobres con los que lucha.

  • Dígame, al cabo de varias décadas de lucha, ¿se siente un mito andaluz?
  • No. Yo me siento como parte de un colectivo ciertamente minoritario a los que nos duele que Andalucía sea la eterna cenicienta. Y no nos conformamos que esto sea así siempre. Pero no hemos pedido la cuenta de nuestra lucha.
  • Sin embargo, su biografía se acopla perfectamente con el perfil tipo del apóstol redentor tan frecuente en la historia de Andalucía. Es curioso, todavía Andalucía es sacudida por sacerdotes. El cura Chamizo contra la droga, usted aquí, parece como si alguna debilidad visionaria facilitara eso, ¿no?
  • No lo sé con exactitud… pero en mis años de sacerdote mis compañeros de lucha han sido, fundamentalmente, gente que no eran sacerdotes. Gente de izquierda. Aquí encuentro yo la cantera de mis amigos, mucho más que en el clero.
  • ¿Y no le escama constatar que los mejores aliados de un sacerdote sean laicos?
  • En absoluto.
  • Dirán que es usted un pésimo evangelizador…
  • Sí, más bien he sido un mal funcionario eclesiástico. Es decir: la empresa no ha encontrado en mí a un buen dependiente. Eso es innegable, sí. Además, premeditadamente. Cuando yo llegué aquí, hace veintitantos años, me convencí de que venía a arrancar muchas cosas que eran opio del pueblo y de las que la Iglesia Católica tenía una gran responsabilidad. Pero es que Cristo no vino a montar, de ninguna manera, ese tinglado del Vaticano… Por ser seguidor de Jesús he sido servidor del pueblo. Sí, ese divorcio lo veo clarísimo. Y, cuando hay una disyuntiva entre el servicio al pueblo o al Obispo, para mí está clarísimo que el servicio al pueblo es mucho más fuerte que ninguna otra obligación.
  • Llevado al límite, eso podrá costarle la expulsión y hasta la excomunión…
  • Lo que me preocuparía es que me dieran la espalda los pobres con los que lucho. Esa sí que sería para mí la verdadera excomunión.

Extraído de Diario-16 22-12-91

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