En defensa de los gitanos y otras víctimas de la Droga.

Coordinadora de Iglesia de base de Madrid

Los acontecimientos que han tenido lugar en ciertos barrios periféricos de diversas ciudades españolas – actuación violenta de patrullas ciudadanas, caza indiscriminada de vendedores de drogas y drogadictos, rechazo de determinados grupos étnicos, etc. – no pueden pasar sin que nos preguntemos seriamente por sus causas remotas e inmediatas y sin que nos comprometamos de verdad a trabajar por hacerlas desaparecer.

Sin perjuicio de ello, sin embargo, y dejando constancia desde ahora de que no creemos que los problemas que afloran en tales acontecimientos puedan ser entendidos si no se les pone en relación directa con las lacerantes desigualdades que dividen a nuestra sociedad, lo más urgente es salir al paso de explicaciones simplistas que enmascaran la realidad, con el riesgo evidente de orientar las actuaciones públicas y privadas hacia soluciones tan precipitadas como injustas.

Una de las más frecuentes simplificaciones es la definición de la droga como la última o más importante causa de los males que aquejan a nuestro mundo. La droga es, sin duda alguna, una presencia socialmente indeseable y un factor de inseguridad, pero lo es, en buena medida, en tanto esta misma sociedad, competitiva, insolidaria y deshumanizada, empuja a muchos a consumirla.

Al mismo orden pertenece la generalizada “criminalización” del drogadicto. Este puede llegar, ciertamente, a la delincuencia a través de un proceso de deterioro personal y marginación social, pero no por ello deja de ser la víctima y el objeto de explotación de un negocio trasnacional y multimillonario cuyos beneficiarios rara vez son conocidos y tratados como criminales.

Y no menos simplificador e injusto es el etiquetamiento de todo un pueblo – el gitano – como responsable colectivo del tráfico de drogas. Aunque sea verdad que ciertos individuos o grupos de esta etnia están sumergidos en el narcotráfico, hay que interrogarse seriamente antes de aventurar temerarias y demagógicas estadísticas, si su proporción es mayor que la de otros insertos en el mismo ámbito o circunstancia, si su situación en la escala del tráfico no les reduce a la condición de instrumentos manipulados por más altos responsables y si, en definitiva, la dedicación de algunos a esta reprobable y antisocial actividad no es sino producto del difícil acomodo que encuentran entre nosotros, aquí y ahora, la cultura específica de este pueblo y sus formas tradicionales de realizar una actividad productiva.

Coordinadora de Iglesia de Base de Madrid

 

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