Experiencias sobre la Iglesia que vivimos y construimos

Francisco Cristino

MOCEOP. V Asamblea estatal.

Una auténtica asamblea presupone una auténtica comunidad, pero esta autenticidad de comunidad es difícil descubrirla en la asamblea parroquial.

De aquí que hablemos de comunidades de base, como experiencia de la fe en grupos reducidos.

Preámbulo. Durante los días 12 y 13 de octubre nos reunimos en Alcobendas el colectivo MOCEOP para celebrar nuestra 5a Asamblea Nacional. A ella acudieron miembros venidos de casi todas las autonomías del Estado ávidos de compartir con los demás, como decimos en la proclama, las experiencias sobre la Iglesia que vivimos y estamos construyendo. Resulta ridículo que algunos medios de comunicación hayan interpretado como que «tiramos la toalla» el que no hayamos tratado ni concluido reivindicando «cuestiones sacerdotales». Si releéis nuestra presentación en el número 0 de UTOPIA, no os será difícil comprender que nuestro grupo, hoy por hoy, prefiere hablar de fe y de Iglesia (necesidad) que de cuestiones sacerdotales (contingencia).

Enfoque central. El tema central de la Asamblea se conformó trabajando en pequeños grupos, en los que nos comunicamos, compartimos, analizamos y nos enriquecimos con las experiencias y vivencias aportadas por cada uno. Posteriormente, con el «acervo» de las respuestas recogido en todos los grupos, Jesús Burgaleta, teólogo, realizó una espléndida síntesis en clave teológica.

Objetivo presente. Un resumen de cuanto nos comunicó, y se comentó, es lo que pretendo recoger en estas líneas, cuya lectura estimo muy interesante e ilustrativa para nuestras comunidades de base.

La Iglesia es comunidad. La Iglesia es esencialmente una experiencia comunitaria de la fe en Jesucristo. La fe cristiana no se puede vivir individualmente, pero tampoco es necesario constituirse en comunidad parroquial o gran asamblea. Una auténtica asamblea presupone una auténtica comunidad, pero esta autenticidad de comunidad es difícil descubrirla en la asamblea parroquial. De aquí que hablemos de comunidades de base, como experiencia de la fe en grupos reducidos. La fuerza que da cohesión a estos grupos no es el sentimiento de amistad o de afecto, sino el de solidaridad entre los hombres. La amistad y el afecto, efectivamente, no son inútiles, y pueden suponer una ayuda mutua real en situaciones concretas, pero no son la base de la «comunión de los santos».

Grupos destitulados. La mayoría de los grupos en los que viven y comparten la fe los asociados de este movimiento no tiene una denominación fija o concreta; a saber, comunidades de base, grupo de amigos, comunidades populares, grupos de colaboración con la parroquia, etc. Según Jesús Burgaleta esta falta de título o nombre propio para cada grupo es muy interesante, porque representa un gran valor el hecho de «quitar etiquetas». Jesús no fue ni cristiano: fue solo el ciudadano Jesús.

Igualdad. En nuestros grupos son iguales todos sus miembros. Y así debe ser: en la Iglesia no debe haber diferencia entre hombres y mujeres, entre sacerdotes y seglares. No hay dirigentes. Frente a un mundo que se plantea la urgencia de unos dirigentes que presidan y gobiernen al pueblo, un dirigente cristiano ni preside ni gobierna. No preside, porque siempre va detrás de los que anima en la fe; no gobierna, sino que sirve a los hermanos. Nuestros grupos tienen que ofrecer la posibilidad de unas relaciones interpersonales abiertas entre ellos, frente a la actual cultura de la incomunicación. Además, respetando las particularidades, pertenecer a un grupo supone el convencimiento de que «yo soy de ellos y ellos son míos». Por tanto, en la Iglesia nadie debe ser dirigente. Ni los sacerdotes. Más aún, en el cristianismo no debe haber sacerdotes, porque la figura del sacerdote es contraria al evangelio.

Pluralidad. No todos los grupos han pasado por el mismo rasero a la hora de constituirse. Son grupos con distintos condicionamientos personales, pero que van buscando la misma finalidad: la oportunidad de poder orientar su fe viviéndola en comunidad.

Desacralización. Nuestras comunidades de base se reúnen en la casa, en el campo; algunas en locales parroquiales. Para una comunidad de base el lugar de reunión no tiene porqué ser el templo, el lugar sagrado. Como al principio del cristianismo, debemos practicar la «teología de la casa». En esa teología se configura el cristianismo. Pero la casa cristiana no debe ser entendida al modo de la casa del «paterfamiliae» romano, ni al modo de la casa burguesa. La comunidad cristiana es una casa abierta a todos, sin distinción, que acoge a todos los hermanos y hermanas en la fe. Es un espacio donde se vive la fraternidad y la solidaridad, y donde la fe se convierte en acción concreta en favor de los más necesitados.

Modo del griego o del judío. El cristianismo no es un patriarcado. Es una familia en la que nadie manda, en la que todos somos hermanos. Como los cristianos deben vivir la fe en pequeñas comunidades, no se necesitan grandes templos. Cuando haya que celebrar una gran asamblea se alquila un lugar adecuado.

Plataforma de encuentro. A pesar de la pluralidad de condiciones particulares que hemos atribuido anteriormente a los componentes del grupo comunitario, sin embargo, hemos de suponer que tienen la condición común de creyentes en Jesucristo. Pero el grupo puede ser también una plataforma de encuentro para aquellos que están a la búsqueda de Jesús y para aquellos que caminan confundidos. Como ya dijimos, la base de todo grupo es la fraterna solidaridad, la entrega del uno al otro.

Apertura. Las comunidades deben sentir la preocupación por no aislarse. Las iglesias en comunión forman la Iglesia. Las comunidades pueden formar también asambleas o federaciones de grupos. Un grupo puede estar en una o varias actividades sin que éstas, necesariamente, tengan que estar institucionalizadas. Se debe tender a la universalidad de acción o de servicio con otros grupos, eclesiales o no eclesiales. Las comunidades deben sentir la necesidad de vivir en comunión con otras comunidades, ejerciendo a veces una sana confrontación.

Convocatoria de Cristo. El grupo comunitario es una respuesta a la necesidad que han sentido los componentes de reunirse en torno a Jesucristo. Quien convoca, en torno a quien nos reunimos y en torno a quien se concreta el servicio del grupo es Jesucristo. A través del grupo, la fe añade a la vida una mirada en profundidad a la vida misma. Una comunidad tiene que estar inmersa en la vida, a la que mira con la profunda mirada de la fe.

La fraternidad. No podemos admitir que la amistad sea el aglutinante del grupo comunitario. El grupo debe apoyarse en la fraternidad, no en la amistad. Nuestra referencia en el grupo debe ser el otro. No porque sea mi amigo, sino porque es mi hermano, porque es una persona. No se integra uno en una comunidad buscando estar «a gusto», por el hecho de que voy a reunirme con unos amigos, sino porque «éste» o «ésta» merecen toda mi confianza, y comparten mi vida y mis cosas, sea mi amigo o no lo sea. Si el grupo se ha fundamentado en la amistad, y ésta llega a perderse, el grupo puede dejar de existir. Pero si el grupo se fundamenta en la fraternidad, ésta siempre nos obliga, siempre nos urge a ver en el otro a mi hermano. Muchos proyectos de vida en común se caen por no comprender esto.

La gratuidad. El grupo es gratuito, es decir, al grupo no se va a sacar algo útil, sino a entregarse, a salir de sí. El grupo tiene que ser lo más inútil del mundo. La Iglesia adquiere su dimensión comunitaria cuando se muestra como realización del amor, y el amor es eminentemente gratuito. No se ensancha el cauce vital de una comunidad ocupando vida, sino entregando vida. El grupo es un peldaño para salir al encuentro del otro, para entregarse a Jesucristo, para mostrarse hacia afuera. En la comunidad se debe superar la tendencia a la utilidad. En la comunidad nadie va a encontrar la perfección, sino un afán de superación.

Compartir en el silencio. Cuando Dios habla, habla en el «otro». En la comunidad se le da al otro ocasión para salir a nuestro encuentro, y mientras, el grupo escucha, interioriza. En el grupo tanto el silencio como el tiempo de hablar debe ser compartido.

Comunicación del símbolo. Es muy importante la comunicación expresada a través del símbolo, pues facilita la comunicación con el «otro». Cojo pan y lo parto, y lo como y lo doy a comer.

La acción de la contemplación. Es un acto que lleva a mirar en profundidad todas las cosas, liberándolas de lo particular, y haciéndolas converger en la totalidad. La comunidad nos debe llevar a la experiencia de la globalidad: nuestro encuentro con Dios, con el mundo, con la llamada, con el «otro», con la interpelación, deben estar contemplados en esa mirada globalizadora.

Relanzar la misión. Hay que seguir viviendo el proyecto del mundo en la fraternidad, desde el entorno socio-político en que se vive: en el barrio, en el partido, en el sindicato, en algún movimiento, etc. Debemos potenciar la presencia de los hombres de bien, donde se necesite la presencia de los hombres.

Evolución. Jesús mira siempre hacia adelante, a lo que está llegando. Pensar hacia dónde vamos. A veces no sabremos hacia dónde ir, pero vamos a ir. Estar siempre en disposición de ir hacia adelante. Un grupo puede ir hacia una dirección y puede salir otro que vaya en la dirección que nosotros dejemos.

Reivindicar lo femenino. La reivindicación de lo femenino es una reivindicación que nos urge como toda reivindicación del marginado. La mujer puede prestar una valiosa aportación al nuevo modelo eclesial. Pero nadie, ni ellas, deben reclamar el «ser sacerdote». Todos somos papas; todos somos sacerdotes, en el evangelio no se destaca la figura del sacerdote; ha sido un planteamiento posterior. Jesús cuestiona el sacerdocio, que es un invento de la religión judía. De sacerdotal nadie tiene nada. Ni Jesús.

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