Abrir los ojos

Antonio ZUGASTI

 La crisis hace algo más que darnos una oportunidad. Nos obliga a abrir los ojos, a mirar a nuestro alrededor y dentro de nosotros mismos. Escribo mientras la radio va repitiendo las medidas para hacer frente a la crisis que ayer lanzó Zapatero en el Congreso. (Si hago un poco de zapping radiofónico, además de los comentarios a lo de Zapatero, fácilmente encuentro himnos triunfales para glosar la victoria del Atlético de Madrid en la copa de Europa, que en el país hay gente para todo.)

Pero el tema más comentado son las medidas de Zapatero, y realmente no faltan razones. No sólo por las medidas en sí mismas, sino por la situación que transparentan y los tiempos que anuncian. La mayoría de los comentaristas se dedican con saña a matar al mensajero. Porque Zapatero había dejado bien claro que él, Presidente del Gobierno español y Presidente actual de la Unión Europea, sólo era un mensajero, se limitaba a transmitir la necesidad de someterse a unas misteriosas circunstancias que exigían tomar esas medidas.

Me recuerda al rey ese que presenta Jesús en el Evangelio. El que ve que con 10.000 hombres no puede enfrentarse al que viene contra él con 20.000, y cuando todavía está lejos le envía a pedir condiciones de paz. Zapatero no había abierto suficientemente los ojos, no se había dado cuenta de la fuerza y la ferocidad del enemigo, hasta que éste estuvo demasiado cerca. Y entonces tuvo que apresurarse a aceptar todas sus condiciones de (momentánea) paz. Esas condiciones son las que transmitió al Congreso y a la nación.

Si queremos que un día nos podamos enfrentar al rey de los veinte mil hombres, tendremos que abrir bien los ojos y mirar. Mirar quién es ese rey y cómo es su reino. Por supuesto que la complejidad de nuestro mundo no se puede abarcar en una rápida mirada, sin embargo me arriesgaré a lanzar esa mirada, pese a la inevitable simplificación que implica.

Mirar el sistema capitalista

Creo que los lectores y lectoras de UtopÍa conocen de sobra los efectos que el capitalismo está causando en el mundo: las desigualdades, el hambre, la destrucción del medio ambiente, la contaminación, la enloquecida carrera por el crecimiento a cualquier precio… Hace mucho tiempo que sus críticos ven así al capitalismo. Pero hoy la crisis y, sobre todo, la incapacidad de los pueblos para reaccionar frente a la crisis, nos invitan a preguntarnos si esa mirada era plenamente acertada, si no tendríamos que profundizar más en las raíces de ese sistema.

Tradicionalmente el capitalismo se ha visto como un sistema económico. Por supuesto que el capitalismo es un sistema económico y que ha causado todos esos desastres. Pero ¿es sólo eso? ¿No nos habremos quedado en una mirada demasiado superficial? ¿No hay algo más hondo que un simple sistema económico? El capitalismo es un sistema económico, indudablemente, pero es mucho más que eso. Es una cosmovisión, una visión global del ser humano, de la sociedad, incluso de la naturaleza. En la base del sistema económico está una antropología y una filosofía muy concretas. En la famosa obra de Max Weber sobre el espíritu del capitalismo aparece incluso su relación con las creencias religiosas de las personas. La relación del capitalismo con la religión ha ido evolucionando de tal manera que el mismo capitalismo se ha llegado a convertir en una verdadera religión. Todo ello ha ido formando un tipo humano específico, el hombre burgués, con su racionalidad, sus valores, sus ideales, su cultura, su visión de la vida, su concepción de la riqueza y su idea de la felicidad. Y debemos ser conscientes de la intensidad con que esa mentalidad burguesa impregna nuestra sociedad, toda la sociedad, no sólo las clases privilegiadas, sino las propias víctimas del sistema.

Mirar los opositores al capitalismo

Lo primero que salta a la vista es su debilidad, su fragmentación y su desorientación ideológica. Se definen como “anticapitalistas”. ¿Qué es eso? ¿Se puede definir algo por una pura negatividad: “anti”? ¿Qué nos dice esa definición sobre estas fuerzas? ¿Quieren instaurar una utopía futurista o volver al régimen feudal? ¿Piensan en un socialismo férreamente centralizado o en una anarquía universal? ¿Qué esperanza, qué ilusión se puede generar con una postura “anti”? ¿Se puede movilizar a una sociedad sin una ilusión y una esperanza concreta?

¿Se han dado cuenta de hasta qué punto el capitalismo está enraizado en nuestra estructura económica y social? ¿Piensan que todo eso se puede arrancar de golpe? ¿Podría seguir funcionando la humanidad sin esa estructura capitalista? ¿Con qué piensan sustituirla? ¿No sería más realista hablar de “postcapitalismo” mejor que de “anticapitalismo”?

Además ¿esos grupos son realmente anticapitalistas de una manera total y absoluta? Hace más de cincuenta años Erich Fromm realizó una obsevación que me parece crucial. En su libro “Tener o Ser” escribe: “El socialismo y el comunismo rápidamente cambiaron, de ser movimientos cuya meta era una nueva sociedad y un nuevo hombre, en movimientos cuyo ideal era ofrecer a todos una vida burguesa, una burguesía universalizada para los hombres y las mujeres del futuro. Se suponía que lograr riquezas y comodidades para todos se traduciría en una felicidad sin límites para todos”.

Desde luego creo que socialistas y comunistas han, o hemos, tenido muy poco en cuenta ese cambio de objetivos al que se refería Erich Fromm. ¿Sería muy arriesgado decir que ha sido este cambio de objetivos el que ha permitido a la sociedad de consumo de masas propiciada por el capitalismo hacer pedazos la imponente fuerza que la izquierda tenía a mediados del siglo pasado? Ahora los pedazos hacen la guerra por su cuenta. Unos se han agarrado a la profesión de “políticos de izquierda”, con diversos grados de radicalidad en eso de “izquierda”, pero todos muy radicales en lo de no soltar el silloncito de la profesión. Otros tratan de compensar su escasa incidencia en la sociedad con su radicalismo verbal y, muchas veces, con un activismo frenético.

Hoy se da una conciencia bastante extendida de que así al capitalismo no le hacemos ni cosquillas, y se plantea lo de “Refundar la izquierda”. Ahora bien ¿podrá tener éxito esa refundación si no llegamos a repensar los más profundos fundamentos de las razones y objetivos de la izquierda, sin atreverse a cuestionar los dogmas más consagrados?

Mirarnos nosotros, nuestra sociedad

Continuamente nos llegan mensajes que nos plantean la necesidad de un cambio: el calentamiento global, la tragedia humana de África, la sobreexplotación de los recursos… Ahora la crisis ha hecho saltar por los aires uno de nuestros más preciados mitos: la democracia, el poder del pueblo. Contemplamos atónitos cómo los gobernantes que, más o menos democráticamente hemos elegido, se postran sumisos ante un poder oscuro, de rostro desconocido, que se esconde bajo el nombre de “los mercados”. Desde su misterioso Olimpo lanzan sus rayos sobre cualquiera que no se someta servilmente.

¿Para eso tanta lucha por la democracia y la libertad? Ante todas las dictaduras los pueblos se han agitado y han terminado por rebelarse y derribar a los dictadores. Ahora, ante la dictadura de “los mercados”, la mayor parte de la sociedad se queda pasiva, aturdida como un boxeador “sonao”.

¿Por qué? Es la pregunta clave. ¿Por qué no intentamos ejercer esa fuerza que teóricamente tenemos los ciudadanos en una supuesta democracia? ¿O es que nos resignamos a que la democracia sea una falacia más? ¿Asumimos que nada podemos frente a esas fuerzas superiores de “los mercados”?

Sociólogos, economistas, psicólogos sociales, incluso los teólogos nos dan muy poca luz en este asunto. En cambio un poeta, Antonio Machado, nos advierte: una sociedad no cambia mientras no cambie de dioses. Y un economista con alma de poeta, José Luis Sampedro, añade: y el dios de esta sociedad es el dinero.

Los musulmanes proclaman: “No hay más Dios que Alá, y Mahoma es su profeta”. ¿No podemos reconocer una proclama de fe idéntica escondida en los dogmas del capitalismo: “No hay más Dios que el Dinero y el Mercado es su profeta”? Algunos teólogos y sociólogos han analizado detenidamente este carácter religioso del capitalismo. González Faus escribe: el ser humano necesita “ídolos” reconocidos o no, porque necesita dar un sentido, una fundamentación y un carácter unificador a su existencia que experimenta tantas veces como arbitraria, carente de objetivos y dispersa. Y en otro momento apunta: el hombre puede ser un idólatra sin ídolos: no se ha hecho más que trasladar los dioses del exterior al interior del hombre.

¿Nos hemos dado cuenta hasta qué punto el ídolo del dinero ha sido interiorizado en el mundo capitalista, hasta qué punto esa fe impregna todas las capas de nuestra sociedad? ¿Puede ser la confianza y el anhelo de este dios lo que nos haga someternos resignadamente a los sumos sacerdotes del ídolo?

El culto al ídolo se manifiesta de una manera especial en el consumo. A propósito del consumo, el sociólogo Robert Bocock se pregunta: ¿Habrá un cambio de actitud dirigido a que el individuo aleje sus deseos lo más posible de los bienes y experiencias de consumo para dirigirlos hacia otras dimensiones de actividad y experiencia? Una institución cultural, psicológica y social que podría conseguirlo en varias partes del mundo es la religión.

Es pues la fe en otro Dios lo único que puede desplazar la adoración y el culto al dinero. ¿No tenemos aquí los cristianos un formidable campo de trabajo?

No me resisto a terminar esta reflexión sin señalar que la cómoda implantación del ídolo del dinero ha sido facilitada de una forma extraordinaria por la evidente traición al espíritu del Evangelio que el poder vaticano lleva siglos cometiendo. De todas maneras no quisiera que esta crítica fomentara una actitud “antijerárquica”, pues ya señalé la esterilidad de lo “anti”. Pero que sea un impulso para mostrar a nuestros contemporáneos el verdadero rostro del Padre de Jesús, que no admite ser servido al mismo tiempo que al dinero.

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