¿ALTERNATIVAS DESDE LA ECONOMÍA?
Antonio Zugasti
No. Lo siento, pero creo que no. Que desde la economía no hay alternativas para este sistema perverso. Como no las hay desde la física, la informática o la medicina, ni tampoco desde la música o el deporte. La perversidad de este sistema no nace de la economía. Como expone Javier al comienzo de su artículo, se puede partir de dos definiciones de economía muy distintas, que llevan a resultados diametralmente opuestos. ¿Por qué se escoge una y no otra? El Evangelio de Marcos nos ofrece una respuesta: de dentro, del corazón del hombre, salen las malas ideas: inmoralidades, robos, homicidios, adulterios, codicias… (Mc 7,22).
Efectivamente unos corazones perversos son los que mantienen un perverso sistema donde millones de seres humanos son sacrificados en el culto a la riqueza. El camino hacia un mundo más justo, libre, fraterno, donde todos los seres humanos tengamos la posibilidad de gozar de una vida buena en el pleno sentido de la palabra, sólo puede salir del corazón, la conciencia, el sentido moral, la responsabilidad de los seres humanos no pervertidos.
Ciertamente el camino pasará luego por la economía, y también por la ecología, por la moderna tecnología, la medicina y la sicología. No podemos caer en un voluntarismo ingenuo. Todos los saberes de la humanidad tienen que cooperar en la consecución de una vida dignamente humana para todos los seres humanos, pero el impulso para conseguirlo no nace en ellos. Son herramientas, que pueden ser imprescindibles, pero hace falta una mano que las maneje y una mente que las dirija.
Hoy el capitalismo está presentando su rostro más brutal. Millones de personas clamamos contra una situación escandalosa en que la desigualdad, la injusticia y la opresión que impone el poder económico no pueden ser más patentes. Sin embargo parece un clamor inútil, incapaz de plasmarse en una organización social y política capaz de poner fin a los abusos intolerables del capital. Se organizan actos “por una alternativa social a la crisis”, que no pasan de ser una carta a los Reyes Magos, mientras no haya capacidad para imponerla.
Y lo peor es que la mayor parte de la izquierda se ha vuelto una fuerza conservadora, su única aspiración parece ser lo del chiste: “Virgencita, que me quede como estoy”. Aunque ahora ya habría que decir: “Que me quede como estaba”, porque la situación va empeorando de día en día.
¿Por qué la gran mayoría de la población no logramos encontrar una salida decente a una crisis que lleva cinco años golpeándonos a placer? ¿No será que la buscamos donde no está? ¿No será, precisamente, que pedimos a la economía lo que la economía no puede dar? Todo indica que nos encontramos ante algo mucho más profundo que una simple crisis económica, por grave que esta pueda ser. La crisis económica es la manifestación actual de una brutal crisis de civilización. La civilización creada por un brutal tipo humano: el hombre, lobo para el hombre, como lo definió Hobbes. Un hombre que crea su civilización, con su cultura y su religión. Su dios es la riqueza, y sus demonios, los otros hombres que le disputan esa riqueza. La alternativa no puede venir de opciones que también ponen lo económico como el aspecto fundamental de la vida humana. Pedro Casaldáliga escribe: “Hablamos de la Otra Economía, otra de verdad, radicalmente alternativa, no simplemente de ‘reformas económicas’. De reformismos baratos nos libre el Dios de la Vida. La Otra Economía no puede ser sólo económica, ha de ser integral, ecológica, intercultural, al servicio del Buen Vivir y del Buen Convivir, en la construcción de la plenitud humana”.
Las grandes corrientes del socialismo moderno se han construido sobre la tesis marxista de que el mundo de la economía es la infraestructura sobre la que se apoya todo el funcionamiento de la sociedad. Y que el avance hacia el socialismo es una consecuencia que la ciencia económica deduce del análisis de la realidad. Sobre esta tesis, el economista José Manuel Naredo, en su excelente Historia del Pensamiento Económico, efectúa un penetrante análisis. Hace notar que Marx abrazó tempranamente el comunismo por motivos éticos con anterioridad a sus elaboraciones científicas de El Capital. Luego pretendió, señala Naredo, “Reforzar su mensaje revolucionario a base de darle fundamentos científicos, buscando para ello apoyarse en factores supuestamente objetivos e independientes de la voluntad de los hombres”. Marx es un hombre de su tiempo, del siglo XIX, el siglo del positivismo científico, de la creencia en la continua e irrefrenable marcha de la humanidad hacia el progreso. La idea del socialismo se desarrollo prisionera de este contexto y la casi totalidad de los pensadores que la defendieron trataron ingenuamente de servirse del nuevo evangelio científico-progresista.
¿No va siendo hora de cuestionar a fondo esas tesis? Una hipótesis científica tiene que someterse a un experimento crucial, donde se manifieste si esa hipótesis es verdadera o no. El fracaso del experimento del socialismo soviético parece que deja suficientemente claro que al socialismo no se llega como consecuencia de unas leyes científicas. Se puede argüir que el experimento no estuvo bien realizado, que se cometieron errores graves, que fue sometido a gran presión por parte de los que deseaban su fracaso… Todo eso es cierto, pero es indudable que el experimento resultó enormemente costoso, que es muy difícil que se pueda volver a realizar y que en ningún caso se tiene certeza de que no se van a cometer esos u otros errores.
Difícilmente derribaremos al capitalismo, si el ataque parte de la economía. La Revolución rusa fue un formidable esfuerzo para superar el capitalismo partiendo del campo de la economía y de la política. En un primer momento cosechó unos notables éxitos y logró levantar un enorme edificio con una fachada imponente. Pero detrás de esa fachada monolítica la estructura se iba corroyendo, y en el momento más inesperado todo se desmoronó estrepitosamente.
La socialdemocracia, por el contrario, pretendió llegar a un cierto socialismo manteniendo la estructura económica capitalista. También consiguió, apoyada en unas circunstancias favorables, unos notables avances. Pero las sociedades socialdemócratas, no sólo seguían conservando una estructura capitalista, sino que dentro de ellas imperaba incuestionado el espíritu del capitalismo, una religión férreamente monoteísta: “No hay más dios que el dinero y el mercado es su profeta”. Con un mandamiento principal: “Amarás al señor tu dios, el dinero, con todo tu corazón, con toda tu mente y con todas tus fuerzas”. Y el segundo es semejante a este: “Competirás con tu prójimo hasta la muerte”. Cuando ese espíritu domina en la sociedad, los sumos sacerdotes del dios dinero, los señores de las finanzas, lo tienen muy fácil para imponer su voluntad a sus fieles que, con el corazón seco y la mente obnubilada, son incapaces de sublevarse.
Ciertamente esas tesis de origen marxista no se defienden con la firmeza de hace unos años, cuando en la izquierda no parábamos de hablar de la infraestructura económica y la superestructura ideológica. Incluso en muchos ambientes están prácticamente abandonadas, pero no se ha hecho un esfuerzo para sustituirlas, para encontrar otros fundamentos donde apoyar la sustitución del capitalismo por un sistema humanamente aceptable. Pienso que ese fundamento sólo puede ser ético. No se trata de abrazar un ingenuo buenismo, ni mucho menos de retomar un cierto espiritualismo desencarnado. Pero, como afirma Aranguren: “Sobre las estructuras biológicas (el hombre) lleva montada una indeclinable estructura moral. Por tanto, la realidad humana es constitutivamente moral”. Las opciones morales son las que más profundamente afectan al ser humano. Marciano Vidal habla de “actitudes fundamentales”. Desde una actitud de egoísmo individualista se ha construido el sistema capitalista con todas sus leyes y sus dogmas económicos. Egoísmo que sus defensores califican de egoísmo racional. Sólo desde una actitud ética de solidaridad, de compasión y de generosidad se puede superar la radical inmoralidad del capitalismo.
Pero la solidaridad, la compasión y la generosidad sí deben ser verdaderamente racionales. Las opciones éticas tienen que plasmarse inmediatamente en cambios en el sistema económico, aunque ahora no sea posible (y seguramente tampoco sería deseable) diseñar un completo modelo alternativo al sistema capitalista. Pero no cabe duda de que ciertos cambios en el terreno económico —por ejemplo, si se consiguiera que los grandes medios de comunicación no estuvieran plenamente al servicio de la mentalidad capitalista— favorecerían avances sucesivos.
Sobre los cambios que ahora serían posibles y necesarios en el plano económico no puedo pretender hacer un resumen. Se pueden consultar los trabajos que numerosos autores, desde el punto de vista de una economía crítica, han realizado con propuestas muy interesantes. Baste recordar las diversas publicaciones que Juan Torres, Vicenç Navarro y Alberto Garzón han presentado sobre el tema de las alternativas a la economía neoliberal.
Otra propuesta interesante que empieza a difundirse es la conocida como Economía del Bien Común. Promovida por el economista austriaco Christian Felber, en su planteamiento siguen existiendo las empresas privadas, pero se parte de unos principios distintos a los de la economía capitalista. Los de esta economía son la aspiración al beneficio económico individual y la competencia; en la economía del bien común lo que se persigue es el bien común y conseguirlo gracias a la cooperación. Destaco dos de sus propuestas: la relación entre el ingreso máximo y el mínimo no puede ser superior a veinte. Tengamos en cuenta que hoy, en el mundo de las finanzas la relación es muy superior a mil. Otra nota destacada es que propone limitar a diez millones de euros la máxima propiedad admisible. El que se imponga una cierta limitación a la propiedad debería ser una reivindicación prioritaria de cualquiera que pretenda un mundo justo y humano. Es evidente que un derecho de propiedad absoluto, sin límite ni regulación alguna, hace imposible para mucha gente el cumplimiento de los más elementales derechos humanos como la alimentación, la educación y la sanidad.