ALTERNATIVAS SOCIO-POLÍTICAS

Este número de Utopía sale a la calle con algunas certezas, varias convicciones y un propósito irrenunciable.

Las certezas se refieren a esas otras dimensiones de la crisis global que afectan directamente a sus ámbitos social y político. La sociedad, entendiendo como tal la sociabilidad, la comunitariedad entre las personas, está siendo deteriorada. En relación con el trabajo, sin ir más lejos, en la sociedad se está abriendo una brecha de enormes proporciones entre quienes pueden ejercer ese derecho humano y constitucional y quienes lo tienen vetado. En estos momentos ya superamos en España los 4 millones de parados en una población activa que apenas rebasa los 17 millones. La consecuencia es lógica, faltos de ingresos, va creciendo el número de pobres que, hoy día, alcanzan la inquietante cifra de 10 millones. Y lo que es más peligroso, ante la presencia de la inmigración, está creciendo la perversa dinámica “amigo” (nativo)-“enemigo” (inmigrante) que tan acertadamente teorizó, desde el punto de vista nazi-fascista, Carl Schmidt: “Si la alteridad del extranjero representa la negación de la propia existencia del pueblo, debe ser repelido y combatido para la preservación de la propia forma de vida”. A la vista de tales fenómenos,  nuestra democracia necesita urgentemente una “regeneración o alternativa social”.

Por otra parte, la articulación política de la democracia tampoco está siendo satisfactoria. Cada día se incrementa el número de quienes, a la vista de lo que está ocurriendo, miran con desafección la práctica política porque, según dicen, “todos los políticos son iguales y todos los partidos son corruptos”. Evidentemente este juicio no puede ser justo. Pero, más al fondo, se está apuntando críticamente a un diseño político que no causa precisamente entusiasmo ni adhesión en la ciudadanía, sino, todo lo contrario, desafección y rechazo. Un diseño político que no posibilita la participación directa de los ciudadanos y ciudadanas en lo que a todas y a todos nos interesa, ni la horizontalidad en las responsabilidades públicas, sino, más bien, el distanciamiento que suponen la delegación y la representación parlamentaria. Un diseño así, sin otros correctivos que hagan presentes las voces del pueblo, está condenado al fracaso. Y la situación se agrava con el diseño marcadamente bipartidista, donde la oposición parlamentaria se limita a abroncar y  entorpecer por todos los medios posibles la acción administrativa del gobierno de turno. Esto ya no es ni bueno ni malo, es sencillamente pernicioso. Porque la ciudadanía no se asocia para lanzar al ruedo a unos gladiadores y quedarse sentada, mirando a ver quién gana, sino para resolver conjuntamente sus desafíos y problemas. Lo demás es puro teatro. Pues bien, a la vista del espectáculo, la democracia política necesita regeneración, otras alternativas.

Con estas certezas, llevamos mezclada también la siguiente convicción: que la crisis no está sirviendo más que para hacer sufrir a la gente. Ni siquiera en este cambio de era nos está sirviendo para regenerar la democracia social y política. Lo estamos dejando casi todo en manos de una plutocracia usurera que se esconde tras el apelativo del mercado, de unos economistas cegatos y unos políticos mediocres, más preocupados por conquistar o mantener el poder que por coordinar y administrar las inquietudes y necesidades del pueblo. Nos dijeron que “iban a refundar el capitalismo” y regenerar las instituciones para una mejor gobernabilidad mundial. Pero de eso nada, sólo se busca volver al desconcierto nirvana anterior a la crisis.

Necesitamos alternativas tanto en la vertebración ciudadana como en la articulación política. Y éstas, aunque tímidamente, ya están brotando en las iniciativas que surgen desde la base. Es preciso romper corporativismos, abrir los ojos a lo nuevo y apoyar lo que está naciendo. Ese es el propósito que perseguimos en esta UTOPÍA que tienes en mano.

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