EL ESPOSO
Eres, amada mía, hermosa como Tirsa,
encantadora como Jerusalén,
terrible como un ejército en orden de batalla.
Aparta de mí tus ojos
que me fascinan.
Es tu cabellera rebañito de cabras,
que ondulan por las pendientes de Galaad.
¡Qué hermosa eres, qué encantadora,
qué amada, hija deliciosa!
Esbelto es tu talle como la palmera,
y son tus senos sus racimos.
Yo me dije: Voy a subir a la palmera,
a tomar sus racimos,
sean tus pechos racimos para mí.
El perfume de tu aliento
es como el de las manzanas.
Tu palabra es vino generoso a mi paladar,
que se desliza suavemente entre labios y dientes.
LA ESPOSA
Ven, amado mío, y salgamos al campo;
haremos noche en las aldeas;
madrugaremos para ir a las viñas;
veremos si brota ya la vid,
si se entreabren las flores, si florecen los granados,
y allí te daré mis amores.
¡Ojalá fueses hermano mío,
amamantado a los pechos de mi madre,
para que al encontrarte en la calle
pudiera besarte sin que me criticaran.