Cuando pienso en los cientos de dirigentes mundiales que están en Glasgow dándole vueltas y vueltas al problema del cambio climático, pero no son capaces de ir más allá de las palabras, los vagos propósitos y las operaciones de lavado de imagen, me viene a la cabeza esa parábola del evangelio de Mateo
En ella Jesús habla de un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina.
Todos estos políticos y dirigentes empresariales están tratando de construir las defensas contra el cambio climático sobre arena. Aquí la arena es la sociedad capitalista. Todas las soluciones que se buscan, los planes que se hacen, todo está dentro del sistema capitalista. Y dentro del capitalismo no hay solución.
Vestirse de verde
Hace ya muchos años que los científicos –los científicos, no los políticos de izquierdas– vienen advirtiendo muy seriamente sobre las amenazas a la sostenibilidad de nuestra civilización, no sólo por el cambio climático, también por el agotamiento de los recursos. El sistema en un primer momento hizo oídos sordos, algunos intentaron negar esas amenazas, pero los datos eran cada vez más contundentes y más difícil mantenerse en el negacionismo; así es que ahora la mayoría opta por el lavado de imagen. En inglés le llaman greenwashing, vestirse de verde, asegurar que son muy respetuosos con el medio ambiente y que sus productos son muy ecológicos. Cambiar las apariencias para que todo siga igual. Todo con tal de que la máquina de producción de beneficios, sea como sea, siga funcionando.
Algo más que un sistema económico
Lo malo es que no son sólo los dirigentes empresariales y los grandes capitalistas los que no son capaces de cambiar. El capitalismo no es sólo un sistema económico, detrás hay una filosofía, una ética y unos valores que llevan a una mentalidad y una forma de vivir, que ha logrado imponerse en nuestro mundo. Las grandes mayorías en la realidad hemos abrazado, muchas veces de una forma inconsciente, esos valores y esa forma de vida. Y un aspecto fundamental que esta mentalidad ha logrado introducir en nuestra sociedad es la forma de alcanzar la felicidad.
También la felicidad se puede comprar
Nadie ha puesto nunca en duda que la felicidad es lo más demandado y universal desde que existe la humanidad. Pero también está bastante claro que, más allá́ de ese anhelo incuestionable, sabemos poco acerca del contenido de la felicidad: cómo se logra, en qué consiste, qué la hace real y duradera. Pues en esta búsqueda de la esquiva felicidad irrumpe la mentalidad burguesa asegurándonos que la felicidad se puede comprar –y una abrumadora publicidad nos promete que vamos a sentirnos muy felices comprando eso que nos presenta de la forma más sugestiva posible–. Todo es cuestión de tener dinero para comprarlo, y cuanto más, mejor.
Pero ese estilo de vida nos lleva a una imparable rueda de producción y consumo, con un inevitable deterioro medioambiental. Algo que sólo podremos parar si, como sociedad, nos proponemos buscar nuestra felicidad por caminos distintos a los del consumo. Caminos de desarrollo personal, y no económico, que nos proporcionen una vida satisfactoria y plena