Antonio Zugasti
Parece importante distinguir claramente entre dos conceptos que pueden confundirse: Utopía y Quimera. Utopía es el ideal al que aspiramos, pero al que todavía no se ha llegado. Como indica la palabra griega de la que se deriva, no está en ningún sitio, pero nos impulsa a buscarla sin cesar. Es la plenitud de vida humana con que soñamos, el espacio donde podamos desarrollar al máximo las posibilidades de nuestra naturaleza humana. Nadie la ha alcanzado, pero nos llama para seguir acercándonos cada vez más a ella. Fue Tomás Moro en el siglo XVI el que dio el nombre de Utopía a ese sueño de sociedad perfecta que siempre había existido en la humanidad.
Por el contrario, quimera es el nombre que se daba en la mitología griega a un animal monstruoso, mezcla de león, cabra y dragón, que recorría los campos aterrorizando a hombres y animales. Lejos ya de lo mitológico y lo imaginario, el diccionario de la Real Academia Española define la quimera como “Aquello que se propone a la imaginación como posible o verdadero, no siéndolo”. Es sinónimo de desvarío o delirio. A diferencia de la utopía, que es algo difícil de alcanzar pero ilusionante, positivo, la quimera es algo contradictorio, irrealizable. Quimérico es un hielo ardiente o un lodazal bello y aromático.
¿A qué aspiramos la gente a la que no nos gusta el mundo en el que vivimos y no nos resignarnos a seguir así? Ese sector de la población que nos llamamos en general de izquierdas, con todas las variantes que ese término puede tener. ¿Hacia dónde queremos ir? Los socialistas utópicos del siglo XIX intentaron materializar ya la Utopía en una serie de instituciones donde se viviera de acuerdo con los principios básicos de justicia, igualdad, y solidaridad. Ese socialismo no funcionó, y Marx se aparta de él, planteando un socialismo científico. Pero el ideal de sociedad que presenta: sin explotadores ni explotados, en la que se viva en plena libertad, con la posibilidad de desarrollar cada uno sus cualidades más elevadas, es un claro ejemplo de un ideal utópico. Lo científico sería el camino por el que se llegaría a esa sociedad.
Está claro que siguiendo el camino señalado por Marx, el ideal utópico tampoco se ha alcanzado. Incluso las realizaciones concretas de ese pretendido socialismo científico han sido tan negativas que han dado fuerza a los que niegan la posibilidad de una sociedad distinta y mejor. ¿Qué hacemos? ¿Renunciamos a trabajar por un cierto ideal utópico admitiendo que un cambio sustancial no es posible? ¿O nos sentimos empujados para seguir adelante por un irrenunciable sentido ético y por una mínima sensatez? Empujados por la vida que vemos a nuestro alrededor, vida machacada por la seca, cruel y ciega ambición capitalista.
No va a ser fácil retomar el camino de la superación del capitalismo. Las batallas perdidas han desanimado a muchos, y el socialismo actual, por lo menos el representado por los principales partidos políticos de nuestra sociedad, da la impresión de que ha renunciado a la búsqueda de la utopía y ha abrazado una quimera imposible. Ha abandonado la idea de construir una sociedad no capitalista y ha abrazado la quimera de conseguir un capitalismo bueno. Aspira a recuperar el estado de bienestar para todos, disminuir las desigualdades, lograr un desarrollo sostenible y una convivencia armónica entre todos los pueblos de la tierra. Pero la pretensión de conseguir todo eso sobre la base de una estructura y de una mentalidad capitalista es una quimera, un peligroso delirio.
El comienzo del nuevo año es un buen momento para plantearnos qué queremos, hacia dónde vamos. ¿Vamos persiguiendo la quimera de un capitalismo bueno, o la utopía de una sociedad que ha dejado atrás la barbarie capitalista? No es fácil perseguir esta utopía, todo el discurso del pensamiento capitalista, el que se presenta como pensamiento único, insiste en que no hay alternativa al mundo capitalista. Pero todo a nuestro alrededor nos dice que lo realmente imposible es que el capitalismo siga adelante sin llevar a la humanidad a un verdadero cataclismo.
Nuestra gran tarea es buscar caminos nuevos para avanzar hacia esa utopía de una sociedad humana justa, libre y fraterna. Buscarlos con la experiencia que dan los siglos de búsquedas inútiles. Pero buscarlos con la esperanza firme de que los seres humanos seremos capaces de encontrarlos, y que lograremos dar un paso de gigante en la evolución de la humanidad.