Miguel Ángel Mesa
Loreto Rey Arnáiz ha dejado una huella indeleble en mucha gente y su trabajo solidario ha sido muy beneficioso y fructífero.
Ella ha pertenecido a la comunidad cristiana Vanguardia Obrera; fue una de las cofundadoras de los Comités de Solidaridad Óscar Romero de España y de Comunidades Cristianas Populares.
Allá por 1990 hizo un viaje con varias compañeras al antiguo Zaire, respondiendo a una llamada de las comunidades de allí, para que conocieran su realidad. Volvieron tan impactadas que decidieron fundar un Comité de Solidaridad con África Negra en Madrid, en septiembre de 1991; ahora son diez, extendidos por nuestra geografía. Allí comenzó su pasión por África y, desde entonces, se desvivió en solidaridad, verdad y cariño por sus gentes.
Pero lo que querría destacar en estas líneas es mi experiencia vital a su lado durante unos 35 años, sobre lo que hemos compartido y me ha enseñado día a día.
Nuestra amistad y el trabajo solidario en el que hemos colaborado, tiene sus orígenes en la Comisión de Solidaridad con los Pueblos Empobrecidos, de la Iglesia de Base de Madrid, desde su creación en 1986 hasta que decidimos su cese.
Algunos años después creamos el grupo Munzihirwa, en el que participaban religiosas de congregaciones misioneras y compañeras de Iglesia de Base, para ofrecer nuestra solidaridad y una información alternativa sobre los conflictos y la realidad que se vivía principalmente en África Negra. Para ello creamos el boletín A Fondo, que aún se sigue publicando.
Cuando terminábamos las reuniones, aún nos quedábamos Loreto y yo trabajando un rato más. En la última etapa de este trabajo conjunto, el alzheimer ya estaba haciendo acto de presencia en su vida y sus ojos no veían ya apenas nada.
Pero siempre siguió adelante, no dándose jamás por vencida. Nada le impedía continuar participando en las reuniones de su comunidad, en el comité de África Negra de Madrid algunos días a la semana, en el puesto de libros y artesanía que cada año ponían en el Congreso de Teólogos/as Juan XXIII de Septiembre. Así hasta el final…
Loreto me ha enseñado a vivir, a comprometerme por los demás, a intentar ser muy humano. Pues algo muy importante y destacable, por encima de todo, era su inmensa humanidad. Cada principio y final de curso, en los cumpleaños, cuando nos comunicaban una victoria solidaria… todo era importante para celebrar y entonces sacaba cervezas, refrescos, unas patatas fritas y allí comentábamos, bromeábamos y reíamos toda la gente del grupo.
También preparamos muchas de las celebraciones solidarias de la Iglesia de Base de Madrid o del Comité de África Negra, llenas de simbolismo, de cánticos, participativas, donde la fe se unía a las luchas y las esperanzas de tanta gente, de tantos pueblos del mundo.
Después de terminar el trabajo en el comité nos quedábamos charlando y yo la acompañaba a coger un taxi. Esas conversaciones son para mí inolvidables. Todo fluía por ellas: la Iglesia, la fe, la sociedad, la política, los comités, mi familia, la suya, nuestras experiencias íntimas, profundas, cotidianas…
La información que leía, contrastaba, compartía, eran parte de su oración y de su reflexión. Realizaba una hora de meditación todas las mañanas y hacía habitualmente ejercicios espirituales, encarnados en la realidad concreta que vivía. Toda la vida era para ella motivo de contemplación, de agradecimiento, de esfuerzo solidario, encarnando así su fe cristiana en Jesús y el Dios Padre y Madre de los pobres, para hacer viable su incombustible esperanza.
Las últimas veces que fui a verla a su casa, solía repetirme: “¡Cuántas cosas hemos vivido juntos, Miguel Ángel. Cuánta gente buena y comprometida hemos conocido. Qué suerte hemos tenido!”. Y es verdad.
Este pasado 21 de Marzo Loreto nos dejó, para iniciar una nueva primavera. No podré escuchar más sus sabias palabras, su aliento permanente para seguir siempre adelante, ni sentir sus abrazos intensos, ni oír su risa estentórea y contagiosa.
Pero todos estos recuerdos, estas vivencias ya forman parte de mí, están palpitando muy adentro, en mis entrañas, en mi corazón. Ella seguirá viva en los almendros en flor de esta primavera, en los barrios pobres de Kinshasa, en la memoria de Pedro Casaldáliga o Munzihirwa y tantos otros mártires, en la memoria de tantas amigas y amigos que ha dejado esparcidos por medio mundo.
Loreto, querida hermana y amiga, ya has recuperado tu completa lucidez y tu mirada atenta, penetrante, profética, contemplativa. Sigue acompañándonos, por favor. Son tantos los que se van marchando, que nos sentimos huérfanos sin vuestra presencia… Regálanos tu esperanza, tu alegría, tan vitales y necesarias hoy para nosotros y nosotras como el pan y la luz de cada día.
2 comentarios
Entrañable glosa de una vida comprometida.
Gracias a Miguel Ángel y a Utopía.
Magnífico artículo.