DISFRUTAR DE LA VIDA: CARTA A MIS PADRES

Naiara Gonzalo 

Hola, mamá; hola, papá:

No sé por qué me ha dado hoy por ponerme a escribiros esta carta; tal vez haya sido por el rato que he pasado esta mañana con mi amiga Sonia. Cada vez que estoy con ella me quedo con la misma impresión: no sabe disfrutar de la vida. Siempre tiene prisa, siempre le falta tiempo, siempre la veo tensa y con demasiadas cosas que hacer; cuando le acercas la mano retrocede con un impulso casi eléctrico, porque no soporta que la toquen; cuando habla, siempre se refiere a lo ya pasado (porque podría haber sido de otro modo), o a lo que está por suceder (que la deja llena de incertidumbre y de preocupación). O sea, no ha aprendido la pobre a disfrutar del momento presente, que es el único que tenemos. Compra cosas continuamente, pasa horas chateando en el cibercafé con el primero que se pone a tiro y viaja todo lo que puede; cuanto más lejos, mejor; es como si quisiera comprar gramos de placer para compensar kilos de frustración.

Sin querer, mientras escuchaba a Sonia, me han venido a la memoria mis primeros pasos por la vida, unos pasos que di cogida de vuestra mano y que están llenos de múltiples instantáneas de placeres que nunca tuve que comprar porque me los regalasteis: las caricias que os hacíais y los besos que os dabais, y que luego repartíais conmigo y con mis hermanos; la cara de atención que poníais cuando os decíamos algo; el tiempo que nos dedicabais; los ratos de juego y de paseos interminables, con calor o con frío.

Aprendí a disfrutar viendo pasar trenes, porque nuestra casa estaba cerca de las vías de ferrocarril; aprendí a disfrutar viendo caer la lluvia o la nieve detrás de los cristales, o sintiendo el aire fresco, a veces frío, en aquellos paseos de las tardes de domingo en invierno, y el olor de los pinos… Pero, sobre todo, de vosotros aprendí a entender lo grande en lo pequeño: en la ola conocí el mar, en el agua conocí las fuentes, en las caricias conocí el amor.

Sin embargo, no sólo me enseñasteis cómo y cuándo sentir placer (algo que en parte es innato y en parte adquirido), sino que me enfrentasteis continuamente a la realidad (que tantas veces contradice nuestros deseos de placer); porque sólo cuando tenemos equilibrio entre el deseo que tiende al placer y la realidad que necesitamos o que nos impone la vida se puede tener una personalidad cohesionada y libre. Por eso no me disteis todo lo que en cada momento me apetecía, y me exigisteis responsabilidad. Gracias por no hacerme un consumidor de placeres inmediatos, porque disfrutar de cada instante es lo contrario a ser incapaz de aplazar la gratificación inmediata del deseo.

59 Reflexiones 2

Ahora tengo treinta y seis años; vosotros hace tiempo que ya no estáis aquí, porque os perdí pronto, y, por consiguiente, no vais a recibir esta carta; pero sigo teniendo necesidad de escribirla.

Sobre aquellos primeros ladrillos de placer y de realidad que vosotros pusisteis y que formaron los primeros hilos de la madeja de mi vida, he aprendido más cosas y he reflexionado mucho.

Hay demasiada gente interesada en prepararnos para hacer, para producir, para tener, y muy poca que nos ayude a sentir y a contemplar, que son los placeres más profundos y más duraderos. También descubrí que los cristianos, durante tiempo y tiempo, hemos tenido miedo al placer, como si las mejores virtudes fueran el sacrificio, la renuncia a disfrutar de la vida y la represión de las sensaciones placenteras, cuando, en realidad, sólo podemos hacer posible aquello por lo que nos emocionamos; si no me emociono positivamente por algo, difícilmente lo haré bien y difícilmente disfrutaré haciéndolo.

Otra cosa que he desarrollado, pero que empecé a aprender en casa, es el modo de contarme mi propia vida: es muy importante elegir bien los momentos, los capítulos, que eliges de tu vida para contártela a ti mismo; si te la cuentas llenándola de sentimientos de inseguridad, de carencia, de tristeza, de miedo o de superficialidad, es poco probable que tengas la impresión de que tu trayectoria es placentera, y de ahí se derivan consecuencias muy serias.

Y para no alargar más esta carta que os escribo, tengo que recordar, finalmente, otro elemento: el descubrimiento del papel que tiene el conocer, sentir, estimular y disfrutar mi cuerpo. Todos necesitamos experimentar el placer de tocar y ser tocados; el sentido del tacto es el sentido del con-tacto con nosotros mismos y con los demás. El placer es una sensación que lleva a una emoción gratificante, y el cuerpo es un terreno donde crece esa sensación. Muchos tratarán de venderme placeres que pueden comprarse; pero el placer de vivir mi cuerpo, tal como es (y así lo acepto), nadie es capaz de vendérmelo, porque sólo yo puedo producirlo, y vosotros me ayudasteis a hacerlo.

Seguiré buscando, pero para mí está claro por qué no sabe disfrutar de la vida mi amiga Sonia: no poder o no saber disfrutar de lo sensible y de lo interior de la persona no sólo es un problema, sino una grave carencia y, tal vez, un vicio involuntario. El placer está en el camino de búsqueda, no tanto en lo que se consigue al final; es preciso disfrutar del mismo hecho de buscar y de la capacidad de tener siempre expectativas.

Gracias por lo que he recibido de vosotros, que me ha permitido encontrar todo lo demás.

  Vuestra hija.

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