EL SIGLO XX Y LA GUERRA Y EL SIGLO XXI Y LA PAZ

Jaume Botey Vallés

Profesor de historia de la UAB

El siglo XX ha sido, con mucho, el que más muertes por guerra ha producido de la historia de la humanidad. Se calcula que de manera directa o indirecta han sido unos 180 millones de personas. Se han incrementado las guerras de todo tipo, se han multiplicado los ejércitos y se ha perfeccionado la tecnología militar. Nunca en la historia de la humanidad, ni siquiera proporcionalmente, se habían destinado tantos recursos para descubrir nuevos métodos para matar más eficazmente.

Y han cambiado las víctimas. Hasta la 1ª. Guerra Mundial los muertos eran mayoritariamente “los que iban a la guerra”, los soldados. El porcentaje de víctimas civiles fue entonces de un 5%. Pero Guernika fue el ensayo del bombardeo masivo de población inocente, que continuó durante toda la II Guerra Mundial -en ella parece que el porcentaje de víctimas de población vivil fue del 65 %- hasta la masacre de Hiroshima. Y hoy, con los genocidios de Indonesia, Grandes Lagos, Sudán, Irak, etc. se estima que de cada 100 muertos en guerra 7 son soldados y 93 civiles, de los cuales 34 son niños. Las ciudades, las grandes aglomeraciones y centros de vida social, se han convertido en los objetivos privilegiados. Los que mueren son fundamentalmente los pobres, los que tienen menos resistencia o menos posibilidades de huir.

Hemos construido una endiablada retórica para convencernos de que la guerra es necesaria para construir la paz y de  que es necesario incrementar los ejércitos y la capacidad de destrucción para que no haya más destrucción. Ahora mismo estamos dando pruebas de este cinismo con ocasión de la desafortunada Constitución Europea en la que nos comprometemos a crear un nuevo ejército que nos defienda de posibles agresiones exteriores (¿de quién?).

53 pg 22La retórica exige, como demuestra Anne Morelli en un precioso librito “Principios elementales de propaganda de guerra”, que toda declaración de guerra debe venir acompañada de devotos deseos de paz. Nadie provoca la guerra, la culpa siempre es del otro. En este sentido iban em 1914 las declaraciones del Kaiser, en 1939 las de Hitler y las de Bush, Toni Blair y Aznar en la invasión de Irak. En la guerra moderna la desinformación, o mentira, es la más importante arma de guerra.

Quisiera poner además de manifiesto tres aspectos que a mi entender han caracterizado los conflictos de este final del s. XX y comienzos del XXI.

1.- Hasta 1989 la “guerra fría”  fue verdadera guerra “caliente” en casi todo el hemisferio sur. Muchos eran conflictos heredados de los complejos procesos de descolonización. Pero otros fueron simplemente el traslado hacia la periferia del conflicto central entre las dos superpotencias, es decir, el equilibrio geoestratégico se pagó por parte de los pobres con el equilibrio de la muerte. India, Pakistán, Bangladesh, Corea, Vietnam, Camboia, Laos, Argelia, Angola, Mozambique, Israel, Palestina, Jordania, Líbano, Nicaragua, Salvador, Guatemala, Colombia, Rwanda, Tanzania, Uganda, Sierra Leona, Sahara Occidental, Liberia, Etiopía, Eritrea, Afganistán, Irán, Iraq, etc., etc. son algunos de los nombres que ubican el horror y que identifican países y poblaciones mártires. Pero la caída del muro de Berlín no significó la caída de los odios sino nuevas máscaras para los odios de siempre porque las causas de la guerra, alimentadas desde dentro y desde fuera, tomaron nuevos perfiles: la exclusión nacional, étnica, cultural y religiosa: Grandes Lagos, Croacia, Kosowo, Armenia, Azerbaián, Cachemira, Georgia, Chechenia, Palestina, etc. Y mientras Occidente pretende protegerse con un terrorífico escudo espacial, este mismo Occidente –los cinco países permanentes del Consejo de Seguridad y de manera especial EEUU- es el más importante exportadore de armas hacia el Sur.

2.- La pasión ideológica a lo largo de este trágico siglo ha sido un verdadero carnaval de convicciones homicidas en nombre de grandes mitos. Fueron los dioses laicos del s. XX: supremacía nacional, sociedad igualitaria, la 53 pg 23apocalíptica lucha de clases, la globalización del mercado, el sufragio universal como garantía de democracia. Pero estos dioses se comieron a sus propos hijos: en defensa de la pureza racial se crean los campos de exterminio, en nombre de la igualdad social y abolición de clases se manda al proletariado a los gulags, para defender la libertad del mercado millones de seres humanos son condenados a la esclavitud, se invocan los derechos humanos para exigir la renuncia a los mismos, el “no hay nada que hacer contra este sistema” se presenta como nuevo dogma impuesto por los nuevos vaticanos del mundo moderno, el FMI y BM, el nuevo mito de la seguridad nacional provoca mayor inseguridad, para “imponer” la democracia se bombardea a la población incocente, el nombre de Dios se utiliza para lanzar unos pueblos sobre otros en una macabra empresa de asesinato mútuo.

3.- Más allá incluso de las ideologías, los discursos para incitar al asesinato en masa se construyen sobre el desprecio absoluto del otro. Se trata por lo tanto de alimentar este odio a partir de elementos no racionales, fundamentalmente identitarios, de la construcción del “otro” como estigma, como ser despreciable. “Otro” es todo aquél que no soy yo, que no es de mi raza, de mi color, de mi lengua, de mi cultura, de mi religión. Con el desprecio a las características visibles del “otro” se facilita el odio y en consecuencia se exhime a la propia conciencia de responsabilidades y se puede con mayor facilidad pisotear el dolor ajeno. Sólo así pueden explicarse las atrocidades que seres humanos normales han podido cometer en Palestina, en Chechenia o en la cárcel de Abu Graïb con otros seres humanos simplemente por el diferente color de la piel o por su modo de rezar distinto. Serbios, croatas y bosnios, hutus y tutsis, judíos y palestinos, rusos y chechenos, turcos y kurdos, ladinos y maias, georgianos y azerbaianos, irlandeses católicos y calvinistas, sudaneses cristianos y musulmanes, tamiles y cingaleses, sijs e hindúes, gitanos y payos y una interminable lista se hunden en un abismo de hostilidad en la que inteligencia y corazón se unen para cometer acciones de una inmensa crueldad.

Con toda seguridad los padres de esta civilización, que hace doscientos años en el siglo de las luces, confiaron en el uso de la razón para crear una ética colectiva basada en el aprecio mútuo, no nos reconocerían hoy como herederos suyos. El siglo de los grandes progresos ha sido el siglo de las grandes pasiones ligadas a la pureza de la sangre, al mito nacional, y en especial a la divinidad y al culto. El final del s. XX, de manera no esperada, ha sido el momento del renacimiento de los fundamentalismos.

Sin embargo y a pesar de que este momento no permite grandes euforias, también es cierto que hoy hay más señales de esperanza que antes. Vivimos un momento de cambio civilizatorio, las esperanzas de momento están soterradas, germinando, el cambio será lento, pero hay muchas más semillas que antes. Porque a pesar de las declaraciones integristas de las jerarquías cristianas, de los rabinos sionistas o de los imames musulmanes, el progreso de la libertad de conciencia es imparable y son mayoria las bases que buscan en la religión un espacio de encuentro y no de competencia y porque a pesar de la nueva dogmática neoliberal son cada vez más los que luchan por los derechos de los pobres dado que la paz verdadera, la paz que dura, sólo puede ser fruto de la justicia.

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