EL SOCIALISMO DEL FUTURO, el futuro del socialismo

Imanol Zubero

Profesor de Sociología en la Universidad del País Vasco

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Lo que se está derrumbando ante nosotros es una forma particular de socialismo, el socialismo con unas ambiciones filosóficas gigantescas y sin ninguna conciencia ética, no el socialismo como tal  [Agnes Heller, Final y esperanzas de una ambición].

 

[1] Vivimos una época de inversión semántica en la que, como denuncia Sabato, “el epíteto de realistas señala a individuos que se caracterizan por destruir todo género de realidad, desde la más candorosa naturaleza, hasta el alma de hombres y de niños”, la izquierda duda de sí misma. No me refiero a dudas razonables sobre la institucionalización práctica de la izquierda –si socialismo o comunismo, si tercera vía o sí socialiberalismo, si reforma o revolución- sino a dudas incapacitantes sobre el sentido mismo de la izquierda.

Mientras el capitalismo continúa su “epopeya mortífera” (Gallo); a pesar de que “ninguno de los problemas que intentaba resolver el comunismo ha desaparecido con éste” (Bossetti) y de que para la mayoría de la Humanidad “el capitalismo no es un sueño a realizar, sino una pesadilla realizada” (Galeano); a pesar de que “los pobres y los desamparados todavía están condenados a vivir en un mundo de injusticias terribles, aplastados por magnates económicos inalcanzables y aparentemente inalterables, de quienes dependen casi siempre las autoridades políticas, incluso cuando son formalmente democráticas” (Bobbio); a pesar de todo esto, mientras todo esto ocurre bajo el dominio capitalista, a causa del dominio capitalista, la izquierda reconoce mansamente que no hay alternativas al capitalismo. El pensamiento único y su primer y fundamental principio -la economía está por encima de la política- es realmente contagioso.

Sin embargo, ¿cómo hablar, en las actuales condiciones del mundo, de crisis sustantiva de la izquierda? ¿Es que acaso no hay nada que hacer? Como plantea, provocador como siempre, Galeano: «Fin de siglo, fin del milenio: ¿fin del mundo? ¿Cuántos aires no envenenados nos quedan todavía? ¿Cuántas tierras no arrasadas, cuántas aguas no muertas? ¿Cuántas almas no enfermas? En su versión hebrea, la palabra enfermo significa “sin proyecto”, y ésta es la más grave enfermedad entre las muchas pestes de estos tiempos. Pero alguien, quién sabe quién, escribió al pasar, en un muro de la ciudad de Bogotá: Dejemos el pesimismo para tiempos mejores».

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[2] En las primeras páginas de El hombre unidimensional señalaba Marcuse que la teoría crítica de la sociedad se construye sobre un nivel que implica juicios de valor, el primero de los cuales es así formulado: “El juicio que afirma que la vida humana merece vivirse, o más bien que puede ser y debe ser hecha digna de vivirse”. En La alternativa, Garaudy afirmaba que, en lo esencial, el proyecto socialista de Marx consiste en reconquistar para el hombre –para todo hombre, enfatiza el autor- la posibilidad de serlo, es decir, de poder elegir sus propios fines. Nada sería más fácil que llenar varias páginas con citas como estas. No hace falta, pues nadie ha expresado mejor que Hobsbawn cuál es el núcleo del proyecto socialista:

«Los socialistas están ahí para recordar al mundo que la gente, y no la producción, es lo primero. La gente no debe ser sacrificada. No una clase especial de gente -los inteligentes, los fuertes, los ambiciosos, los guapos, los que un día pueden hacer grandes cosas, o incluso los que sienten que sus intereses personales no son tenidos en cuenta en esta sociedad-, sino todos. Especialmente los que son simplemente gente sencilla, no muy interesante, “simplemente ahí, para reunir las cifras”, como solía decir la madre de un amigo mío. Como dice un personaje en el pasaje más conmovedor de La muerte de un viajante, de Arthur Miller, que es sobre una persona exactamente igual de mediocre y bastante inútil: “Se debe prestar atención. Se debe prestar atención a ese hombre”. Para ellos es y de ellos trata el socialismo».

Socialismo o barbarie. El viejo lema sigue teniendo pleno sentido. Si una sociedad bárbara es aquella en la que algunos de sus miembros están de sobra, vivimos los más bárbaros de todos los tiempos, con millones de personas reducidas a población sobrante, a residuos, a inútiles. Como escribe Sabato, “al parecer, la dignidad de la vida humana no estaba prevista en el plan de globalización”.  Es por eso que el núcleo de la propuesta que constituye el hilo conductor de las izquierdas a lo largo de la historia -la defensa innegociable del derecho a la vida: de la vida de todos y de toda la vida– tiene hoy tanta relevancia como siempre. De nuevo Sabato: “Sí , muchachos, la vida del mundo hay que tomarla como la tarea propia y salir a defenderla. Es nuestra misión”. La realización universal de la vida humana; la posibilidad de que todo el mundo pueda realizar la plena potencialidad de la vida humana, posibilidad que habría de mantenerse también para los futuros miembros de la humanidad. La construcción de una sociedad en la que todas las personas puedan vivir vidas dignas de seres humanos. Aquí es donde la izquierda encuentra, sigue encontrando, su cuestión. Aquí está la cuestión de la izquierda.

El proyecto socialista no puede plantearse ya sólo ni fundamentalmente en términos clásicos de emancipación. Mientras que la política emancipatoria clásica se centraba en los conflictos derivados de la lucha por el logro y la mejora de oportunidades de vida (con otras palabras, una política de las condiciones de vida), la política de la vida se centra en la elección entre diversas formas de vida. No es casualidad que todos los movimientos sociales contemporáneos pongan énfasis en la cuestión del estilo de vida y den nueva relevancia a los comportamientos individuales. Es lo que Dobson denomina la estrategia del estilo de vida.

 

[3] “En nuestro mundo –advertía Bobbio a la caída del Muro-, la sociedad de los dos tercios gobierna y prospera sin tener nada que temer de la otra tercera parte de pobres diablos. Pero sería bueno tener en cuenta que en el resto del mundo la sociedad de los dos tercios (o de las cuatro quintas partes, o de las nueve décimas partes) está en el lado contrario”. Nuestro reto, en estas condiciones, es pensar la igualdad radical de todos los seres humanos en condiciones de escasez, de manera que “si hay alguna forma de salir de la crisis, esa forma ha de pasar por un menor consumo material del que ahora existe y, como resultado de ello, ha de pasar por cambios no deseados en el estilo de vida de cientos de millones de personas”. Pero, ¿cómo pensar en una justa redistribución de la riqueza cuando es tanto a lo que el mundo de la abundancia debería renunciar?

En estas condiciones, hoy la solidaridad va contra nuestros intereses materiales. Peter Glotz ha expresado con absoluta lucidez el planteamiento constitutivo de un nuevo modelo de solidaridad: “La izquier­da debe poner en pie una coalición que apele a la solidaridad del mayor número posible de fuertes con los débiles, en contra de sus propios intereses; para los materialistas estrictos, que consideran que la eficacia de los intereses es mayor que la de los idea­les, ésta puede parecer una misión paradójica, pero es la misión que hay que realizar en el presente”.

Hoy vivimos en una situación que algunos describen como apartheid global. ¿Será capaz el movimiento obrero de desoír los cantos de sirena del neoliberalismo globalitario que lo invitan a adaptarse para no morir (en realidad, para que sean otros los que mueran)?  El reto es colosal. Pero el problema no es qué hay que hacer, sino por qué vamos a hacer eso que es preciso hacer: “¿En nombre de qué valores -se pregunta Fernández Buey- se convencerá a una parte minoritaria de la humanidad para que haga concesiones en favor de la otra parte, mayoritaria y, además, de culturas generalmente distanciadas de las nuestras?”. Es suficiente con plantearse esta cuestión para caer en la cuenta de la importancia que tiene el debate acerca de los valores inspiradores de los programas de transformación social.

Y es aquí cuando el músculo moral se vuelve imprescindible. “¿Cómo puede un técnico de la Boeing de Seattle concebir «estar junto» a un trabajador de una planta de té de India?”, se pregunta Cohen. Esta es su respuesta: “Para que hubiera alguna forma de solidaridad que uniera a esas personas, es necesario, una vez más, el estímulo moral que parecía tan innecesario para que se diera la solidaridad proletaria en el pasado. Los más ampliamente favorecidos en el proletariado del mundo deben convertirse en gente sensible en gran medida a los llamamientos morales para que haya algún progreso en esta línea”.

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