Por Javier M. Andrade
- ¿Quién es Nacho Vegas?
Básicamente soy un trabajador de la canción. Pero tampoco voy a negar que, en un mundo tan particular como el de la música, a veces tienes que ejercer también de “pequeño patrón”, por así decirlo, en el sentido en que muchas veces estoy al cargo de un equipo de personas. Pero creo que he aprendido -y sigo haciéndolo- a cuidar las relaciones con mis compañeros y compañeras, que también son mis amigos, de modo que no se establecen relaciones de poder, que siempre acaban resultando perniciosas.
- ¿Cuándo comenzaste en el mundo de la música?
A los 16 años entré a formar parte de Eliminator Jr., una banda efímera que surgió en aquellos primeros 90, los años del llamado Xixón Sound. Fue importante no tanto por lo musical como por lo vital, por la excitación de tocar por primera vez música en grupo (aunque era tanto el ruido que apenas nos escuchábamos los unos a los otros en los ensayos), y porque además conservo grandes amistades de aquella época.
- ¿Qué te motivó a ello?
No fue una sola cosa. A finales de los 80 y en los primeros 90 se dieron en Xixón una serie de circunstancias, no solo que surgieran bandas sino también la existencia de una radio libre como Radio Kras, locales que programaban conciertos, fanzines, etc. Todo ello hizo que se viviera durante unos años algo parecido a una escena cultural muy heterogénea con bandas de hardcore, punk, garaje, noise… El ambiente era propicio para formar una banda. En cuanto aprendí a tocar cuatro acordes de guitarra me empeñé en ello. Gracias a un programa de Radio Kras llamado El Carro del Camaleón y a mi amiga Maika, que lo conducía, conocí a la gente de Penélope Trip y también a los que serían mis compañeros en Eliminator Jr., y allí empezó todo.
- ¿Siempre has vivido el compromiso social con tu faceta artística? ¿Por qué?
No realmente. Mi primer concierto fue en Candás, con varias bandas, en apoyo a la insumisión. Teníamos amigos en la cárcel. A la vez se vivían los últimos coletazos de las luchas obreras en el sector naval. Pero sabemos en qué devino todo aquello. En pocos años el tsunami neoliberal se había impuesto y con él se instaló la desafección por la política en gran parte de la juventud, que por cierto empezó a largarse de Asturies a Madrid, Canarias o donde fuera que hubiera trabajo mientras Tini Areces decía aquello de que era una “leyenda urbana” que los jóvenes se tuvieran que largar de aquí. No me gusta hablar mal de los muertos así que genial, Tinín, nos la colaste a todos.
Para mí el compromiso político siempre había sido algo importante, y aunque no militaba en ninguna formación algunos de mis amigos sí estaban en Grieska o Lliberación. Pero durante unos cuantos años, y en particular en la escena a la que yo pertenecía, el indie, música y política no se llevaban precisamente bien. Prevalecía el esteticismo, la anglofilia y el intimismo amable. Hubo excepciones, claro. La lucha obrera en los astilleros o militancia por la defensa de la llingua asturiana estaba presente en algunos discos (pienso en El Naval, de Mus, en Estratexa de Manta Ray o en mis primeras colaboraciones con Ramón Lluís Bande), pero esa música no estaba asociada a ningún tipo de movilización, organización o movimiento social en particular, solo testimoniaban de alguna manera ciertas luchas, y finalmente su trascendencia política fue nula. De hecho eran discos que fueron mejor recibidos por la modernidad hipster de Barcelona, que era la que dictaba las tendencias, que por el público asturiano. Sin embargo creo que algunos de esos discos retratan muy bien el Xixón de aquella época, pero también dan fe de cierto espíritu derrotista en el que estábamos imbuidos. Yo creo que eso se puede ver en los discos de Mus y en mis primeros trabajos en solitario. Hay una clara dimensión social y política en algunas de aquellas canciones, pero había una distancia en la mirada, no gritamos lo suficientemente alto, no denunciábamos la tristeza social que nos rodeaba más que de forma implícita. Nuestro compromiso expreso se limitaba a apoyar algún que otro manifiesto o participar en conciertos por la guerra de Irak, probablemente la única movilización de aquellos años (ya estoy en los 2000) que trascendió de tal forma que los músicos también nos implicamos.
Entiendo entonces qué para ti van unidas.
No siempre lo fueron. Lo que sí me interesó desde el principio fue que en mis canciones predominara el realismo social. Es decir, huía de las canciones de amor romántico o de las historias de paseos en bicicleta en atardeceres melancólicos. Quería que mis personajes fueran reales, vivieran en el mundo que yo conocía, tuvieran un trabajo real, lo tuvieran difícil… Huía del idealismo. Lo que me interesa, antes y ahora, son las historias emocionales, pero tango claro que de las condiciones materiales en las que vivimos depende nuestra vida emocional y afectiva en gran medida. Eso siempre ha estado presente. Sin embargo, no fue hasta el 15M cuando empecé a explicitar mi compromiso político tanto en las canciones como en la manera de enfocar mi trabajo. En 2011 yo tenía reciente un álbum, La zona sucia, probablemente el más confesional desde mi debut con Actos inexplicables, que había sido muy bien recibido, pero a la vez yo estaba triste porque sentía cierto hartazgo y desafección con la escena indie y no sabía qué es lo que quería hacer. Lo que ocurrió con el 15M, en tanto cambio de clima social en el que la mayoría de la gente sintió que la política efectivamente formaba parte de sus vidas y que favoreció el impulso de muchos movimientos sociales y la creación de otros, supuso para mí un nuevo campo de batalla. Aprendiendo de aquello que en el pasado eché en falta, me di cuenta de que si quería asociar mi trabajo a mi compromiso político tenía que hacerlo actuando y no solo cantando sobre ello.
- Dado el momento político en que vivimos, ¿crees que la cultura tiene una faceta de revulsivo de conciencias? ¿una dimensión de denuncia?
La cultura puede remover conciencias, por supuesto, pero a día de hoy la cultura está tan mercantilizada que también puede ser utilizada como potente desactivador político de la gente. Lo que hace la derecha, que es tratar de despolitizar la cultura, asociarla a lógicas de consumo y convertirla en un elemento no de cohesión social, sino de distinción social, es algo a lo que estamos asistiendo de una forma obscena. Ya no sirve solo la canción que denuncia, y mucho menos cierta cultura consensual de izquierdas que le resulta totalmente inocua a la derecha. Hace falta tomar conciencia de la revolución en la que estamos inmersos, la revolución neoliberal, y enfrentarla teniendo en cuenta que la cultura no son solo canciones, poemas, películas, danza, etc., sino que es -en palabras de Alberto Santamaría- toda una estructura emocional. Esto la derecha lo ha entendido mucho mejor que la izquierda, y por eso nos llevan ganando todas las batallas culturales de las últimas décadas.
- ¿Cómo explicitas hoy esa dimensión en tu vida y trabajo?
El motor de todo lo que hago son los compromisos: con mi trabajo, con las relaciones afectivas de mi vida, y también mi compromiso político. Son tres esferas diferentes pero al mismo tiempo interdependientes, con todos los dilemas y las contradicciones que ello acarrea. Citando libremente a Santi Alba Rico: “Soy optimista: creo que hoy una revolución violenta es inviable. Soy pesimista: creo que hoy una revolución violenta es inviable”.
- Con qué letra de una de tus canciones te despedirías.
- Si es que al nacer y al morir
- somos todos iguales
- para qué dejar vivir
- a fascistas criminales.
Muchas gracias por el tiempo que nos has dedicado y sobre todo por tu reflexión.
1 comentario
Una grata sorpresa ver a Nacho Vegas en una revista cristiana.