Sholeh Hejazi
Gestora del espacio de coworking La Solana
Hace ya año y medio que el palacete de La Solana, por iniciativa del Ayuntamiento de Torrelodones, se destinó para una nueva actividad, el coworking, o lo que es lo mismo, un espacio de trabajo colaborativo que compartimos muchos profesionales libres consiguiendo un ahorro significativo en nuestros gastos. Pero ése no es el beneficio más significativo que nos aporta este acto de compartir; todo un abanico de oportunidades se abren ante esta nueva manera de trabajar en equipo. Siendo pequeños empresarios, al juntarnos nos hemos convertido en una gran empresa, mejorando incluso muchos de los inconvenientes de las grandes corporaciones: somos una gran empresa orgánica en sus departamentos y, por tanto, en sus costes. Trabajar en un coworking como el de La Solana conlleva pertenecer a una comunidad de profesionales, empresarios y emprendedores cuyos perfiles se acrecientan exponencialmente. Y, como sujeto activo en este entramado económico mundial, comparto mi visión desde la experiencia personal de más de veinte años.
Soy Sholeh Hejazi, cineasta, y Amaranta es una pequeña empresa que desde 1987 produce cine publicitario. Me trasladé a Torrelodones, ahora hace casi 16 años, huyendo del ruido de la gran ciudad y buscando un entorno saludable. Al principio, bajaba todos los días a la ciudad a trabajar en una oficina propia de doscientos metros en pleno Chamberí, hasta que el cansancio del camino y la crisis económica me llevó a cerrar ese espacio y abrir en mi propia casa mi estudio, desde donde he ido desarrollando mi pasión por el cine, a la vez que era testigo directo del crecimiento de mis dos hijos. Asistí con emoción a la apertura del HUB Madrid, el primer espacio de coworking en España, donde aprovechaba para reunirme con mi equipo o con mis clientes. Fue algo realmente innovador encontrar tanta gente con nuevas ideas, propuestas tan distintas, el ajetreo de muchos profesionales en busca de otras maneras de relacionarse con el mundo, pero… estaba tan lejos de mi casa que sólo iba allá de vez en cuando. Prefería, dada la singularidad de mi profesión, reunirme en casa o en una cafetería de mi barrio. Pero siempre deseando que alguien tuviera la idea de abrir un coworking en mi barrio. Una vez alguien me dijo: “¡Cuidado con los deseos, se cumplen!”.
En mi vida laboral he vivido muchos cambios: la transformación de una era industrial en una era tecnológica, el paso de formar parte de grandes empresas a mi propia empresa, de trabajar en oficinas lujosas a trabajar en casa, y, en ese retiro personal, descubrir nuevos retos y aspiraciones personales para salir ahora a un espacio donde nos juntamos profesionales independientes con gran diversidad de perfiles y sentir claramente cómo me he subido al tren de la verdadera modernidad, de la vanguardia, en lo que se refiere a la construcción económica del futuro desde el entramado empresarial, cumpliendo además con la responsabilidad del momento actual: convertir la empresa en agente de cambio social, esto es, la actividad empresarial, además de obtener recursos propios influye directamente en el entorno, por lo que si se lleva desde la consciencia global e integral puede apoyar una verdadera prosperidad de la sociedad. Para ejercer este tipo de actividad empresarial uno se debe basar en dos pilares: a) la colaboración y apoyo mutuo; y b) como la base del mejoramiento del mundo comienza en entornos cercanos, el desarrollo del barrio. El espacio de coworking ofrece estas dos vertientes, por lo que está alineado con el futuro.
Estamos viviendo un nuevo fenómeno social basado en las afinidades electivas, como dice Rafael Argullol: “Ahora, a principios del siglo XXI, estamos en una situación de transición, de desconcierto, por un lado extraordinariamente interesante porque están chocando nuevas energías de procedencia desconocida y están entrando en contacto, pero es verdad que todo esto se hace sin aquellos moldes ideológicos filosóficos, artísticos, en los que empezó el siglo XX. Para bien o para mal. Para bien en el sentido de que, según hemos comprobado a lo largo del último siglo, esos moldes han llevado en cierto modo a catástrofes, o sea, eran sueños que han acabado en pesadillas; en ese sentido, pues, para bien. Para mal en el sentido de que en nuestra época da la impresión de que hay una atomización que hace que difícilmente las creaciones individuales acaben convergiendo y creando cuerpos colectivos. Aunque sin duda acabará sucediendo eso, es como la química, donde se producen siempre las afinidades electivas. Estamos en una época de transición hacia nuevas afinidades electivas.”
Y es que el espacio de La Solana está siendo testigo de estos encuentros, estas sinergias. Diversidad de profesionales independientes que, a la par de desarrollar mejor su propio trabajo (“trabajo mejor y más concentrado desde La Solana”, “La Solana me inspira”…), de manera sutil y delicada entretejen una red de conexiones que va haciendo cada vez más sólida esta comunidad. Y es seguro que los ecos de estas afinidades electivas, que se perciben por parte de todos los que acudimos a esta oficina de futuro, irradiarán su entorno más próximo.