Matilde Garzón Ruipérez
Estas dos palabras, así unidas me evocan irremediablemente a mi primo Fortu, un joven que, a los 22 años, en las tapias del cementerio de Salamanca el 22 de Mayo de 1937, fue asesinado, mientras gritaba ”¡Vivan los pobres del mundo!”, palabras que, pronunciadas en el momento de morir, encierran un sentido profundamente evangélico.
Este muchacho, que trabajaba en una fábrica familiar de industrias del caucho codo a codo con otros obreros del pueblo y que formaba parte como ellos de las Juventudes Socialistas Unificadas, era un chico lleno de idealismo. Recuerdo que un día, cuando yo era una niña de siete u ocho años, me dijo: “Matilde, Jesucristo fue el primer socialista”. Nunca se me olvidaron estas palabras, aunque yo entonces apenas conocía a Jesús, ya que mis padres no nos educaron religiosamente, pero sí nos inculcaron, sobre todo con el ejemplo, principios y valores de honradez y trabajo, de veracidad, justicia e igualdad, amor y cercanía a las clases más desfavorecidas.
Era la educación que se fomentaba en la “escuela nueva” que había iniciado la Republica. Eran las virtudes o valores que cultivaban las personas de la Izquierda de entonces, personas que luchaban por la igualdad, la libertad y la fraternidad, los mismos valores que sembró Jesús de Nazareth con su Buena Noticia de que nuestro Dios es un Padre amorosísimo y que nosotros somos sus hijos y por tanto hermanos. Él colocó a la persona como centro de su interés y como clave para verificar si nuestro amor a Dios es verdadero. Lo suyo no fue por tanto una religión sino una comunión de hermanos, dispuestos a servir a los más necesitados, a dar la vida por la justicia, por la dignidad de todas las personas.
Toda mi familia fue víctima de la barbarie cainita que se desató con el golpe de estado, la guerra incivil y la larga dictadura, pero nunca escuché palabras de venganza sino de perdón. En el ambiente circundante de desamor humano, de intenso sufrimiento familiar, pero llevado con dignidad, a los quince años se me desveló la persona de Jesús, su amor y entrega a leprosos, prostitutas, enfermos, pobres, su rebeldía contra un sistema religioso lleno de ritos, cultos, ceremonias y sacrificios, con una clase dirigente sacerdotal hipócrita y opresora que abrumaba a los sencillos con infinidad de preceptos y normas, honrando a Dios con los labios pero con el corazón despiadado hacia sus hijos.
Leí y medité las Bienaventuranzas y comprendí quiénes eran los pobres, los limpios, los misericordiosos, los que padecen persecución por la justicia. Los encontraba en mis tres primos, uno asesinado y los otros condenados a largas penas en inhóspitos penales, su padre, abogado, santo laico en el decir del pueblo, con 30 años de prisión, mis otros tíos, mi madre y tía, maestras ejemplares, también encarceladas y en tantos otros que cada día caían en encinares, cunetas o tapias de cementerios: obreros, ferroviarios, maestros y maestras, los exiliados que iban a parar a los campos de exterminio nazi. Aquí estaba Jesús muriendo, como sigue hoy en miles de personas que caminan en éxodos prolongados, sin derecho al trabajo, a residencia, a una vida digna.
Con esta historia personal e intentando seguir a este maestro, ¿cómo no ser socialista y defender una sanidad, una escuela, una justicia igual para todos, unos derechos civiles que cubran a todas las personas, sea cual sea su opción en la vida, una protección especial a colectivos con carencias o dependencias, un respeto a la naturaleza cada día más desangrada por los poderosos mercaderes de esta salvaje economía de mercado?. “No podéis servir a Dios y al dinero”- dijo Jesús-, pero los que se llaman oficialmente sus seguidores, se apoltronan en ricos palacios y se aúnan con los grandes detentadores del poder y la riqueza.
Hoy esta sociedad quiere bañarse en el oro y el placer; la superficialidad, la mediocridad, el consumismo y la corrupción invaden todas las esferas. La derecha no tiene discurso articulado. Repite frases machaconamente ( pedagogía adecuada para gente que no sabe pensar, que por desgracia abunda), es cínicamente mentirosa y corrupta, pero ya estamos acostumbrados y se lo permitimos.
La extrema derecha sigue existiendo, pero curiosamente se aglutina hoy en torno al PP, como con Franco se aglutinaron la Falange y los requetés. El PSOE tiene a su izquierda muchos partidos: IU, PCE, los verdes y otros de corte anarquista y comunista, pero es endémica la desunión de la izquierda y esto le resta votos.
La abstención es el general invierno de la izquierda en casi toda Europa. En la izquierda, como en la derecha, los partidos han dejado de ser ámbitos de militancia para quedarse únicamente como instrumento de poder. Es preciso influir en los partidos y no destruirlos con una crítica feroz.
Hay muchas personas que no son “ciudadanos”; hoy prevalece el “sálvese quien pueda”, la apatía, la falta de gratuidad, efectos de la corrupción a todos los niveles. No está de moda ser honrado.
Incluso a veces los grupos más progresistas -partidos, sindicatos, asociaciones- padecen cierto contagio que desespera a los más débiles, los más necesitados de referentes. Los valores genuinos de la izquierda, del socialismo, por los que lucharon y murieron tantos miles de personas, parece que están a la baja.
Urge recuperar esos valores, que son valores humanos, que están en la entraña de la fe cristiana: los tres grandes principios de Libertad, Igualdad y Fraternidad, y los que de ellos se derivan: honradez, veracidad, sensibilidad, cuidado de personas y de la naturaleza, solidaridad. Creo que si nos propusiéramos empezar por uno de ellos, la igualdad por ejemplo y analizáramos todos, hombres y mujeres, personas e instituciones, partidos y sindicatos, los lastres que nos quedan de una educación clasista, machista y autoritaria, en la familia, en la escuela, en la parroquia, en las comunidades, barrios y pueblos y llegáramos hasta las últimas consecuencias con sinceridad y humildad, podríamos dar pasos para que, al menos nosotros, nos renováramos con gestos y prácticas que contagien.
Empezar en nuestras propias vidas y relaciones, personal y comunitariamente, sin esperar que otros den el primer paso o que cambien los gobiernos, hacerlo objeto de reflexión y compromiso, sería la forma más sencilla y eficaz de generar los cambios que necesitamos para que alboree una nueva izquierda, un nuevo socialismo, un seguimiento a Jesús más verdadero y poco a poco vaya surgiendo el mundo nuevo, donde no impere la mentira, el lucro, la corrupción y tantas secuelas que envenenan nuestro planeta.
Hagamos ya sincero y operativo el grito que resuena en múltiples foros:¡Un mundo, una sanidad, una escuela, una justicia, una democracia, un reparto más equitativo de la riqueza, unos servicios, una oportunidades mejores para todos, son posibles!