Colaboración: El fundamentalismo religioso, fuente de la LGTBI-fobia

También en este número publicamos otra “píldora” de la Comisión de Laicidad de Cristianos y Cristianas de Base de Madrid de las que elaboran periódicamente sobre el tema de la laicidad en nuestro país. Por su importancia, actualidad y con su acuerdo publicamos éste dedicado a la LGTBIfobia.

El fundamentalismo religioso promueve y defiende una lectura e interpretación tan literal de los textos religiosos (Corán, Biblia, Torah, etc.) y una adhesión al dogma tan acrítica que transfiere a la cultura de nuestra época, como criterios de verdad y bondad, categorías y principios éticos propios de culturas del pasado, que ya no sirven para nuestra realidad contemporánea. Hace prevalecer el texto por encima y al margen de todo contexto.

El caso de la LGTBI-fobia lo pone de manifiesto. La LGTBI-fobia, según resolución del 18.01.2006 del Parlamento Europeo, se define como el miedo y aversión irracional a la homosexualidad y también hacia lesbianas, gais, bisexuales, transexuales e intersexuales (LGTBI), basados en prejuicios y comparables al racismo, la xenofobia, el antisemitismo y el sexismo.

Importancia de los prejuicios religiosos en nuestra sociedad

En esa aversión tienen una importancia decisiva los prejuicios religiosos, emanados de una cultura religiosa tradicional y, en muchos casos, abiertamente fundamentalista. Los prejuicios religiosos son fuente, entre otras, de la cultura de la LGTBI-fobia, comúnmente conocida como homofobia

La LGTBI-fobia sigue muy presente en nuestra  sociedad y se manifiesta en las esferas pública y privada bajo formas diversas, como discursos cargados de odio e instigaciones a la discriminación, mofa, violencia verbal, psicológica y física, persecuciones y hasta homicidios. Todas ellos son limitaciones arbitrarias e irracionales de los derechos de personas LGTBI, a menudo amparadas en motivos de orden público, libertad religiosa y objeción de conciencia.

Muchas confesiones religiosas insisten en sus discursos en que la orientación sexual no constituye una cualidad comparable a la razón, al origen étnico, etc. sino que se trata de un desorden objetivo, un mal deplorable que se debe esconder, exento de cualquier defensa o protección y, por tanto, digno de desaprobación pública. Todo lo relacionado con homosexualidad se convierte, a tenor de la lectura e interpretación literal de algunos textos sagrados, en desviado, pecaminoso, abominable (Levítico 18,22), una enfermedad que debe ser curada.

A pesar de lo anterior, no todas las personas pertenecientes a esas confesiones son contrarias a la pluralidad de orientaciones sexuales, identidades de género y, por tanto, a las personas LGTB. De hecho, es imposible tener problemas con un buen cristiano, un buen judío, un buen budista, un buen musulmán o un buen ateo, ya que todas estas personas buscan a través de su espiritualidad un fin común consistente en crear un paraíso aquí y ahora. Un cielo en la tierra sin tener que esperar a los últimos días de nuestra existencia para conseguirlo.

¿Qué puede hacer la sociedad y qué podemos hacer nosotr@s?

 *En primer lugar, apostar por una Educación que forme al alumnado en el respeto a la diversidad, sin adoctrinamiento ideológico de ningún tipo. La educación es la principal herramienta para evitar los fundamentalismos religiosos y la LGTBI-fobia. Y estamos ahora en buen momento para reclamar una nueva ley de Educación, que fomente  una Escuela laica, plural y respetuosa con todos.

*A la vez, es esencial y urgente, exigir Políticas Públicas que  fomenten  la igualdad de toda la ciudadanía, promuevan leyes integrales -de ámbito estatal- contra la discriminación por orientación sexual e identidad de género, y reclamar de los poderes públicos que hagan cumplir los principios de igualdad recogidos por esas leyes, en aras de la erradicación de la LGTBI-fobia.

*En el ámbito eclesiástico, apoyar el desarrollo de las llamadas iglesias inclusivas donde la diversidad sexual se integre también en el culto religioso, de modo que la realidad LGTBI sea considerada con la naturalidad que merece. También la lectura y el estudio de aquellos teólogos más en contacto con la realidad creyente, no “pegados” a los dogmas, ayuda a una interpretación crítica de los textos sagrados, de modo que tanto el cristianismo, como el judaísmo, o el islam, etc. se convierten en religiones del amor, dando cabida a la diversidad afectivo-sexual.

Y, en cualquier circunstancia, frente a toda injerencia emanada de posiciones integristas, sean de círculos civiles o religiosos, es preciso reivindicar la primacía de los derechos que asisten a todo ser humano, reconocidos en la Carta de los Derechos Humanos, en los Principios de Yogyakarta y en la Declaración de los Derechos Sexuales. Una persona LGTBI es absolutamente igual en derechos a una persona heterosexual. De hecho, los Principios de Yogyakarta, advierten seriamente contra la marginación, estigmatización y prejuicios respecto a la orientación sexo-afectiva y la identidad de género.

La Declaración Universal de los Derechos Sexuales define la sexualidad como una parte integral de la personalidad de todo ser humano. Su desarrollo pleno depende de la satisfacción de las necesidades humanas básicas como el deseo de contacto, intimidad emocional, placer, ternura y amor. Los derechos sexuales y reproductivos son derechos humanos universales basados en la libertad, dignidad e igualdad de todos los seres humanos.

Para hacer efectivos estos derechos a toda la ciudadanía, sea cual sea su orientación sexual e identidad de género, la laicidad emerge como un principio democrático inaplazable. Sólo en un Estado laico, respetuoso con todas las creencias y convicciones a la vez que contrario a las injerencias de cualquier fundamentalismo religioso, se puede garantizar el respeto y la integración de todas las personas LGTBI.

Comisión de Laicidad de CCBM. Madrid, 23.05.2017

 laicidad.iglesiadebasedemadrid.org@panel2.nodo50.info

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