Raquel Mallavibarrena
La utopía del mensaje evangélico puede generar sensaciones de desánimo e impotencia cuando constatamos la limitación de la naturaleza humana y a la vez la enorme complejidad de los problemas y situaciones que se quieren abordar en pro de la construcción de un mundo según los valores del Reino. Ya sabemos que el proyecto de Jesús no termina aquí, en esta vida finita y que Él cuenta con nosotros, tal y como somos, para que podamos ir poniendo nuestro granito de arena y pasando el relevo a otros, teniendo en cuenta además, que el Espíritu nos da fuerzas para avanzar. Estas son las ideas básicas que se han ido transmitiendo en la tradición cristiana a lo largo de los siglos y en las que la mayoría de los lectores de la revista nos vemos reflejados.
Sin embargo, conviene pararse de vez en cuando a reflexionar sobre esa feliz frase del título de José María Castillo, “La alternativa cristiana”, que tanto impacto y revulsivo ha supuesto desde su publicación hasta nuestros días. Las preguntas surgen fácilmente: ¿Cómo vivir en clave de alternativa permanente, de horizonte utópico, y a la vez ser realmente constructores del Reino aterrizando el mensaje pero sin desvirtuarlo? ¿Cómo implicarse efectivamente trabajando con personas diversas por un proyecto sin caer en un posibilismo que acomoda y aburguesa?
Es un tópico de nuestras conversaciones las críticas a los políticos, sindicatos, estructuras eclesiales, etc. Nos decepcionan por sus incoherencias, pero ¿desde qué posiciones hacemos esas críticas?
Con frecuencia me pregunto si uno de los principales problemas de los partidos e ideologías de izquierdas no es el quedarse en discursos muy sociales y humanitarios pero con muy pocas posibilidades de poder llevarse a la práctica…Creo que merece la pena analizar las dificultades que tienen los gobiernos de izquierdas en los últimos años para sacar adelante sus proyectos y propuestas y el desaliento que se genera en los colectivos que necesitan cambios urgentes y se impacientan esperando reformas que no acaban de llegar. El caso de Lula en Brasil puede ser un buen ejemplo entre tantos otros. Sin entrar aquí en detalles más técnicos, que desbordarían la naturaleza de este artículo y mis conocimientos, me parecen pertinentes las siguientes consideraciones:
• El sistema político y económico imperante, basado en la sociedad de consumo, es contrario desde su raíz, a la propuesta cristiana de un mundo más justo para todos. Esto lleva a que debemos ser conscientes de la enorme dificultad que supone “reorientar” todo el sistema, y ser realistas en cuanto a la viabilidad de nuestras propuestas. Además, es importante tener en cuenta que nosotros también estamos inmersos en ese sistema y que podemos ejercer resistencia a cambios que nos lleven a desinstalarnos de comodidades y seguridades.
• Parece pues que nuestra aportación a la construcción del Reino puede y debe situarse en varios niveles y ahí tenemos que ser muy cuidadosos para poder decidir en cada momento y situación si la opción que tomemos va destinada a una acción a largo plazo o quiere incidir de modo inmediato en la problemática que se haya presentado. Serían debates muy enriquecedores los que tienen que ver con los votos que emitimos cuando hay elecciones, con nuestra implicación cotidiana en los ámbitos laborales, de barrio, ciudadanos etc. Ante un mismo hecho, unos lo verían como una especie de traición a principios básicos y otros como una apuesta real por ciertos cambios o transformaciones y no quedarse en un horizonte utópico que nunca se concreta ni es operativo.
• Los debates clásicos: proyectos asistenciales versus proyectos de promoción y transformadores de estructuras siguen ahí y más allá del común criterio de no quedarnos en lo puramente asistencial, la experiencia en trabajo con colectivos marginales me dice que no es fácil en cada momento clarificar hasta dónde llega lo asistencial y de qué modo hay que ir a lo transformador sin olvidar que las personas que están en medio de la problemática necesitan con frecuencia una actuación directa e inmediata.
• Es muy fácil caer en actitudes de impotencia: es imposible que las cosas cambien, sólo se puede hacer algo, si acaso, a un nivel puramente local,….
O en actitudes rígidas y excluyentes que ponen por delante la defensa acérrima de los principios frente a la eficacia de trabajar “cediendo en algunos aspectos” pero con el objetivo claro de avanzar en la solución de cierta problemática. Ambas pueden llevar a la pasividad y a críticas destructivas. No nos implicamos pero criticamos, por posibilistas, a los que se “manchan las manos” intentando arreglar algo. Otro debate clásico: trabajar desde dentro de una institución injusta para cambiarla, o situarse fuera de ella y luchar desde ahí.
• Viendo el devenir histórico, pienso que en los grandes cambios que se han ido produciendo en las distintas épocas ha habido siempre la conjunción de muchos esfuerzos de personas que han trabajado a muy distintos niveles. Los que han ido creando un ambiente propicio para el cambio, los que de modo callado han contribuido con cuestiones grises pero necesarias, los que han estado al lado de los grandes líderes para aconsejarles, apoyarlos, etc. los que, finalmente, han tratado de aterrizar y hacer viables los mensajes más utópicos y de ese modo han evitado que los proyectos más personalistas centrados en individuos concretos, terminen cuando esas personas ya no están etc.
Quisiera concluir llamando a una actitud de humildad y honestidad personal cuando nos tiente la descalificación de otros por sus actuaciones, que podamos respetar para integrar y sumar fuerzas, sin rebajar el producto ni las utopías pero trabajando para que seamos lúcidos a la hora de elegir prioridades y ver en cada momento “por dónde hay que ir y en compañía de quién”. En esto no hay recetas y las decisiones que tomemos son difíciles pero importantísimas. Que la utopía no nos paralice porque no encontremos ninguna propuesta que se ajuste exactamente al ideal, pero a la vez, que la utopía nos lleve a no perder el norte y a apuntar muy alto en nuestras exigencias y objetivos.
El panorama mundial actual tiene muchas sombras pero cuenta también con testimonios permanentes de personas y colectivos que con un trabajo continuado e iniciativas prometedoras ayudan a atisbar un horizonte diferente. La comunidad cristiana es el ámbito privilegiado para que entre todos podamos ir discerniendo a la luz del Espíritu “a qué esperanza estamos llamados”. Es urgente que podamos salir de nuestras rutinas y desánimos, que seamos fermento y portadores de Buena Noticia en una realidad que está muy necesitada de transformaciones recuperadoras de la persona frente al consumismo y la injusticia.