Javier Domínguez
Tras una penosa y larga enfermedad, ha fallecido el amigo y compañero Javier Ruiz de Arana a los 83 años, en Alcalá de Henares en la enfermería de la Compañía de Jesús, a la que pertenecía. Vasco de Bilbao, pronto se traslada a Madrid, donde siempre vivió. Javier formó parte del grupo de sacerdotes y jesuitas que, por los años sesenta del siglo pasado, decidieron romper con la casta sacerdotal, para integrarse, como uno más, en el mundo obrero, en concreto en el proletariado industrial de Madrid. Se fue a vivir con otros compañeros a un piso en un barrio obrero, en Caño Roto.
Durante este tiempo, el tiempo de los Movimientos Apostólicos Obreros, fue Consiliario de la Vanguardia Obrera en el Hogar del Trabajo, que contaba con un plantel realmente importante de militantes cristianos, empeñados entonces, junto con los comunistas, en la fundación de Comisiones Obreras. Crearon el sindicato clandestino AST, que luego pasó a ORT. El Comité Central de ORT se reunía en el piso de Caño Roto hasta que apareció Delso y sus muchachos preguntando a los vecinos quién vivía allí y hubo que avisarles que no volvieran.
En el Hogar del Trabajo sufrieron innumerables registros, detenciones, expulsiones del trabajo. Condenas del Tribunal de Orden Público y varios secuestros de publicaciones ordenados por Fraga, fundador del Tribunal de Orden Público, que ha conseguido con su muerte que todo aquello se olvide y se reescriba su historia.
Debemos destacar el nuevo estilo igualitario y corporativo que se fue imponiendo. Especialmente difícil fue el trato igualitario entre hombres y mujeres, que él propició en un tiempo en que hasta las Organizaciones Obreras de la Iglesia, y también muchas de la resistencia, eran muy machistas. La Vanguardia Obrera masculina y femenina se fusionaron y se formaron equipos mixtos. Las reticencias fueron amainando y se logró la total igualdad en las Comunidades Cristianas Populares.
Javier, además de Consiliario en el Hogar del Trabajo era párroco en la parroquia del Buen Pastor, en Palomeras Bajas, en Vallecas, en los tiempos en que Vallecas era Rusia la Chica. Allí se incorporó a las asociaciones civiles de vecinos, siempre como uno más, que llevaron a cabo la modélica remodelación del barrio de chabolas y la construcción del Centro Cultural Palomeras, en el que trabajó, con su escuela de adultos, que todavía siguen adelante.
Los movimientos obreros cristianos se van hundiendo, desmantelados en gran medida por el obispo Guerra Campos, presidente de la UNAS (la Unión Nacional de Apostolado Seglar), por la Brigada Político Social de Delso y por el Tribunal de Orden Público.
Por los años 70, muy disminuidos ya los Movimientos Apostólicos Obreros, surge entre los cristianos un potente movimiento de Comunidades de Base. Javier colabora en el nacimiento y participa en la elaboración de las bases comunes de Comunidades Cristianas Populares en 1973. Las CCP son en gran medida en Madrid los restos de un naufragio semejante al resto de Israel del que hablaban los profetas. Él perteneció a la Comunidad Parroquial del Buen Pastor, en Palomeras Bajas, que después de la remodelación se integró en CCP con el nombre de la “Oveja perdida”. En esta comunidad predominaban las féminas con las que trataba como compañeras y se reunieron con él en Alcalá por última vez cuando ya tenía dificultades en el habla y la comprensión, 40 años caminando juntos.
La Comunidad de Madrid Vanguardia Obrera funda el Comité de Solidaridad Oscar Romero y luego el Comité de África Negra. En la fundación del Comité Oscar Romero influyen los obispos y teólogos de la liberación latinoamericanos: principalmente Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca, Samuel Ruiz, obispo de Chiapas, y los jesuitas de la UCA que fueron luego mártires. Javier fue presidente del Comité Oscar Romero los últimos años de su vida, hasta que el ictus que le llevó a Alcalá le obligó a abandonar. Participó también en la fundación de IEPALA.
Fue ante todo un amigo, un compañero de camino de gente comprometida. Participó en numerosas coordinadoras y grupos de solidaridad. Fue reconocido miembro honorario de la Comisión de Justicia y Paz de Colombia. Nunca cruzó el charco, pero tuvo amigos en América Latina que eran recibidos en Madrid por él y por otros miembros del Comité y se establecían lazos de compañerismo, militancia y solidaridad.
No fue un profeta trágico y anguloso como Amós, ni un penitente como San Jerónimo, ni un líder como Francisco Javier, sino un compañero amable y socarrón, que no buscaba el dolor y la penitencia, pero aguantaba los golpes de la vida con infinita paciencia, y seguía el camino solidario de Jesús con fidelidad y fortaleza. Sabía gozar de los placeres sencillos: la amistad, la buena mesa, el buen vino, el cigarrito siempre en compañía, la larga sobremesa, los viajes con tienda de campaña con los amigos, los largos paseos por la sierra de Guadarrama, cuando todavía no existía el senderismo, las fiestas, las lecturas de buena literatura y el canto popular, del que era un experto.
En navidades componía unas ingeniosas y subversivas coplillas de la marimorena, que recorrían el barrio y volvían loca a la policía, que no sabía cómo actuar. Repetía el verso de Horacio, el epicúreo poeta latino, al que leía en la edición de Oxford, que consiguió de Inglaterra: “Ridiculum acri fortius”. “Lo ridículo es más fuerte que lo acre”.
Descansa en paz, compañero del alma, compañero.