LAS BIENAVENTURANZAS
Manmen Castellano Paredes
¿Qué son las bienaventuranzas?
Las bienaventuranzas no son una moral, ni una filosofía, nada de eso. Expresan sencillamente la experiencia de Jesús. Jesús se atrevió a pensar de otra manera, pero no se quedó en el pensar, fue mucho más allá y actuó en coherencia con ese pensar. La mayor parte de la experiencia de Jesús la situamos en Nazaret, allí vivió gran parte de su vida y lo hizo como uno de tantos, por ello es por lo que desde esa situación podemos extraer una experiencia válida para toda persona.
Pero las bienaventuranzas no son una experiencia cotidiana más, sino vivida desde la búsqueda de la felicidad y en eso coincidimos todos y todas. A pesar de estar todos y todas de acuerdo en que pretendemos ser felices, la felicidad no la tenemos asegurada. Ahí está la apuesta decidida de Jesús por la felicidad de todos los seres humanos, en las bienaventuranzas. A muchos y muchas esta apuesta de Jesús les puede parecer un disparate, pero aquí nos debemos preguntar ¿y si el Evangelio fuese verdad? A pesar de que nos pueda parecer un disparate, lo que nunca podremos decir de la apuesta de Jesús es que fuese “evasiva”, habla muy clarito y de aspectos que todos y todas conocemos: pobreza, dolor, hambre… y que sobre todo son realidad para millones de personas hoy en día. Es a través del Evangelio como podemos saber si el que estaba loco era Jesús o somos nosotros los que no queremos acabar de enterarnos de sus propuestas.
Jesús a través del Evangelio nos va a hacer dos preguntas fundamentales: ¿qué te parece? y ¿si quieres? En cada una de las parábolas, viñetas, experiencias… va a lo que nos define como personas, a nuestra inteligencia y a nuestra libertad. Pero durante años hemos tenido una imagen muy parcial del Evangelio y nos han cegado ideas preconcebidas que hemos ido heredando. Para entender la propuesta de Jesús en las bienaventuranzas tenemos que prescindir de esos supuestos, tenemos que descubrir todos y cada uno de esos pasajes evangélicos y ver que las bienaventuranzas son lo más profundo del ser humano, lo que toda persona está buscando, la felicidad. Lo que Jesús dijo en aquel monte impregna cada palabra y cada escena del Evangelio, toda su vida se vio reflejada en aquellas ocho frases.
San Ignacio, cuando nos empieza a hablar de la contemplación no nos habla de reflexionar, sino de “reflectir” y qué diferencia hay entre un término y el otro. En el primer caso intentamos discurrir con el entendimiento, mientras que en el segundo nos dejamos “tocar” por realidades, dejamos que se refleje en nosotros lo que nos pasa por delante. Tenemos que ver el Evangelio como una recopilación de cachitos de realidad, trozos de la vida de Jesús y ver qué nos parecen y qué nos dicen a cada uno de nosotros.
El Evangelio nos está esperando en la realidad y así lo podemos ver en la parábola que aparece en Mt 21, 28-31, donde precisamente nos comienza interpelando con la pregunta ¿qué os parece? Jesús nos pregunta quién hace la voluntad del Padre, no quién tiene intención o buena voluntad, quién de verdad se puso manos a la obra. El Padre nos interpelará por lo que hemos hecho, no por cuál era nuestra intención.
Cada una de las bienaventuranzas va a tocar un problema que afecta a toda persona y va a avisarnos de las tentaciones que dicho problema lleva consigo, para posibilitar objetivamente la fraternidad. Va a desenmascarar todos los mecanismos que imposibilitan que podamos realmente ser hermanos. La auténtica fraternidad no es que yo me sienta hermano o hermana de todos los hombres y mujeres, sino que los demás se sientan hermanos y hermanas míos.
“Bienaventurados los pobres
de espíritu, porque de ellos
es el Reino de los Cielos”
(Mt 5 3)
Tocamos un problema en esta bienaventuranza que nos llega a todos y todas y más en los tiempos que corren, se trata de nuestra relación con los bienes, con la riqueza. Si nos fijamos en la relación que Jesús mantuvo con la riqueza, descubrimos que fue un cualquiera de un pueblo sospechoso, pero que gracias a esa situación, desde su mismo nacimiento suscitó lo mejor que hay en el corazón humano a su alrededor. Jesús no optó por los pobres, fue pobre y ese ocupar el lugar más bajo lo hizo más universal, más accesible a todos y todas. La opción de Jesús fue simplemente por el ser humano, pero desde los pobres.
La riqueza y los bienes los necesitamos para vivir, lo que nunca deberemos olvidar es que cuando se convierte en acumulación es una tentación y un peligro. Jesús lo repitió hasta la saciedad y lo vemos en el Evangelio cuando habla con el joven rico, cuando nos dice que no podemos servir a Dios y al dinero… y lo que es más importante, ya que vivió sin acumular.
La recompensa de esta opción es el mismísimo Reino de los Cielos, ya que quien opta por Dios y no por el dinero, tiene a aquel por rey y posibilita objetivamente la fraternidad.
“Bienaventurados los mansos/no-violentos, porque ellos heredarán la tierra”
(Mt 5, 4)
En esta bienaventuranza se nos viene a plantear un problema muy de actualidad en todos los tiempos: el Poder. Con esto Jesús nos viene a decir que no eliminemos al otro, que “no lo quitemos de en medio” utilizando nuestra situación privilegiada. La actitud de mansedumbre de Jesús lo llevará hasta la Pasión y la Muerte; pero a pesar de ello nos pueden aparecer en el Evangelio algunas contradicciones en el propio Jesús, como su actitud en el templo ante los mercaderes. Hay que ir a lo profundo de estas situaciones y a ese Jesús “violento” nos lo encontramos no por un interés personal, sino porque se niega a pactar con la injusticia y con el poder.
Habrá varios pasajes del Evangelio donde veremos que ante esto la gran apuesta es la recuperación, pero acogida y aceptada libremente. Esto nos lleva a que todos tenemos que tener siempre en nuestro horizonte que tenemos los mismos derechos, pero no debemos olvidar que esto conlleva una madurez en la igualdad de deberes, tenemos que mirar hacia los demás para construir esa fraternidad de la que venimos hablando desde el principio. Ante el poder y la agresividad para Jesús hay una alternativa: el servicio.
“Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados”
(Mt 5, 5)
Un problema o situación que afecta a todo ser humano es el dolor y Jesús no fue menos, lo vemos en Getsemaní sintiendo tristeza y angustia por lo que ve que se le viene encima, por esa decisión que ha tomado. Hay momentos en los que se viene abajo, como cualquier persona, y se queja, pide ayuda a otros y confiesa que su voluntad no coincide con la de su Padre; pero después se hace cargo de él y lo afronta. Todos y todas hemos tenido la tentación de ante el dolor huir, no afrontarlo y sin embargo, lo que nos enseña esta bienaventuranza es que el dolor es un lugar de maduración y de crecimiento humano. Y es que la respuesta de Dios viene cuando ya no hay posibilidad de respuesta humana.
El dolor tenemos que afrontarlo, lo cual no se trata de solucionarlo o superarlo, sino simplemente atrevernos a tenerlo frente a frente, es decir, no huir. El afrontar cada situación de nuestra vida, hace que esta merezca la pena.
“Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados”
(Mt 5, 6)
En esta bienaventuranza Jesús se acerca a una situación que todo ser humano ha vivido desde que nació: el deseo; de hambre, de sed, de relacionarnos con los demás… Es cierto, el ser humano es un ser de necesidades y en eso se basa la sociedad del consumismo, pero no sólo y así de claro nos lo dijo Jesús: “no sólo de pan vive el hombre”.
La respuesta de Jesús a todo esto la encontramos en la Eucaristía, en el pan de vida, en el dar la vida por los demás. Todos y todas estamos llamados a no buscarnos a nosotros mismos y estar especialmente atentos a no buscar nuestra autorrealización, sino a darnos por los demás.
“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia”
(Mt 5, 7)
La miseri-cordia no es más que tener corazón hacia la miseria y si no la hemos conocido difícilmente podremos reconocerla para tener esta actitud. Y aquí nos planteamos cómo vivió Jesús para poder hacerlo, está claro que para estar accesible a todos se situó en el lugar más bajo y pobre, el más universal, como ya hemos dicho con anterioridad.
Al fin y al cabo, al problema que nos enfrenta Jesús con esta bienaventuranza es al de la propia imagen, ¿cómo nos podemos sentir cercanos y misericordiosos con nuestros hermanos, si no nos creemos superiores a ellos? Eso fue lo que les enseñó a los acusadores de la mujer adúltera y eso es lo que nos enseña hoy a cada uno de nosotros.
Pero todavía nos queda una tentación más en la que podemos caer, no podemos ser paternalistas y mirar al otro desde arriba, tenemos que hacerlo desde la fraternidad y no desde la paternidad. Desde nuestra condición de pecadores necesitados de misericordia nos podemos acercar a la miseria de nuestros hermanos y hermanas.
“Bienaventurados los limpios
de corazón, porque ellos
verán a Dios”
(Mt 5, 8)
En esta bienaventuranza Jesús toca algo muy nuestro, nuestra identidad, y algo muy habitual en el ser humano, el intentar justificarnos de nuestros actos. En este sentido tenemos que hacer que nuestras vidas sean coherentes y auténticas y si lo hacemos desde la verdad no necesitaremos justificarnos.
En este sentido, tenemos que ver que lo que tenemos que hacer, ¿por quién lo hacemos? Las leyes existen, pero no siempre son justas y nuestras acciones deben guiarse por la justicia; tenemos que tener ojos para ver y oídos para oír y estar atentos a la realidad de los hermanos que nos rodean. Pero no caigamos en la tentación de juzgar a los demás, sólo Dios ve en lo secreto y lo que sí debemos trabajar con nuestros hermanos y hermanas es la corrección fraterna en nuestro día a día.
“Bienaventurados los que hacen la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios”
(Mt 5, 9)
Cuando Jesús nos habla de hacer la paz, tenemos que plantearnos qué tipo de paz hizo a lo largo de su vida. La paz de Jesús no es la tranquilidad, no es una paz que se impone, no es la ausencia de conflicto; se trata de algo más, poder vivir la reciprocidad de la fraternidad. La paz de la que nos habla Jesús tenemos que construirla y no siempre será sin conflictos.
Los seres humanos estamos llamados a vivir en familia y en sociedad, es algo que todos y todas compartimos, por ello es fundamental que tengamos presente al otro en la construcción de la paz. Jesús pone a nuestro alcance varios medios para rehacer la paz: el perdón, la corrección fraterna y la sospecha en uno mismo. Es fundamental para conseguir la paz que tengamos en cuenta al hermano y hermana, si no estaremos imponiéndola y no será auténtica. Conseguir la paz nos llevará a una auténtica fraternidad y hará posible que nos sintamos hijos de Dios y lo podamos llamar Padre.
“Bienaventurados los perseguidos por la justicia, porque de ellos es el Reino
de los cielos”
(Mt 5, 10)
Si miramos la vida de Jesús en relación a esta bienaventuranza, tenemos que empezar diciendo que Jesús nunca buscó la persecución, ni se sintió víctima; pero a pesar de ello, vemos a lo largo del Evangelio que fue perseguido. El por qué fue perseguido todos y todas lo tenemos más o menos claro, por la lucha por la justicia, por la defensa de los más débiles…: lo que no tenemos tan claro es si nuestra opción es esa y si estamos dispuestos a ser perseguidos hasta la muerte.
Todo ello Jesús lo hizo sin ir de héroe o víctima, sino más bien sufriendo la burla por parte de todos aquellos y aquellas por los que estaba dando su vida. Jesús nos quiso enseñar que la dignidad en el ser humano no está por el hecho de ser o no reconocido, sino que está en él mismo por el simple hecho de ser humano.
Como hemos podido observar, las bienaventuranzas no son unas directrices a seguir, una filosofía o algo teórico; son más bien un resumen de la vida de Jesús que vemos desglosado en todos los Evangelios y que nos llaman a una cosa muy contundente: a ser felices.
(Estos breves apuntes están entresacados de una experiencia mucho más amplia impartida a lo largo de una semana por Adolfo Chércoles y compartida con un grupo de personas, donde cada uno aportaba lo que las bienaventuranzas le dicen en su vida.)