LA ALBORADA YA ASOMA EN LAVAPIÉS

 Evaristo Villar

 Soy Pepa Torres, religiosa de las Apostólicas de Jesús. Soy teóloga y educadora social. Trabajo en la formación y acompañamiento de personas y grupos comprometidos contra la exclusión.

Soy Maite Zabalza,  religiosa Dominica de la Enseñanza. Me dedico a la educación social en el barrio en los servicios sociales del Ayuntamiento de Vallecas.

La tercera en cuestión es Marlén Martínez-Otero, religiosa Ursulina de Jesús. Es educadora y muy vinculada a la organización de Empleadas de Hogar. Ella misma trabaja media jornada como Empleada de Hogar. Marlén tenía hoy cita médica y no pudo asistir a nuestra entrevista.

¿Qué sentido puede tener una comunidad intercongregacional como la vuestra en un barrio como este?

Es una apuesta personal, pero también colectiva. Nuestras congregaciones hicieron,  hace ya muchos años, una apuesta por las “comunidades de inserción”, es decir, por vivir en contextos populares, marginales, asumiendo formas de vida y trabajo similares a los de la gente, sin obras propias. Y nosotras, personalmente, hemos optado por encarnar en este barrio esa apuesta.

¿Y por qué justamente ahora y desde congregaciones distintas?

Como la Iglesia misma, nuestras congregaciones también han ido envejeciendo. Pero no se ha apagado en ellas el fuerte espíritu de inserción, heredado del Vaticano II y de las aportaciones liberadoras de Medellín y Puebla. Y hemos descubierto nosotras que no es posible la inserción por separado, sino en comunión con otros institutos de la Vida Religiosa.

Y es muy gratificante constatar que la gente del barrio valora y reclama estos espacios abiertos, comunitarios,  donde confrontar y compartir lo que se vive de forma individual en la propia casa o en la calle. Saben perfectamente que somos religiosas y entienden y valoran nuestra opción religiosa.

¿Por qué precisamente este barrio de Lavapiés?

Hemos elegido este barrio no solo porque aquí vive mucha gente inmigrante, sino también porque aquí hay muchas personas que luchan por su ciudadanía y sueñan con una sociedad y mundo diferentes. Nosotras buscábamos unas formas predominantemente políticas de convivir con los inmigrantes. Para esto hemos tenido que superar algunas dificultades más inmediatas,  como las que afectan a cualquier barrio necesitado. Pero nosotras no estamos aquí fundamentalmente para ofrecer ayuda, sino para compartir suertes y vida, para trabajar y luchar por la dignidad de las personas. En definitiva, para hacer mesa común con los tejidos populares y los movimientos sociales.

Nosotras venimos ya de una larga experiencia de más de veinte años en comunidades de base, integradas en la Iglesia de Base de Madrid, Granada o Albacete.

¿Cómo es vuestra jornada habitual?

Maite y yo coincidimos en el desayuno, con Marlén no siempre. Café apresurado. Yo trabajo en el archivo de mi instituto porque en estos momentos estoy haciendo una investigación sobre la fundadora de mi congregación. También algunas mañanas las dedico a gestiones telefónicas con abogados, juicios, trámites que tienen que ver con las personas sin papeles. Hacia las tres de la tarde solemos coincidir para comer juntas al menos tres días a la semana.

Yo, Maite, trabajo como educadora social hasta las tres de la tarde en los Servicios Sociales de Puente de Vallecas. Dos tardes las dedico al mismo Puente de Vallecas y el resto a los colectivos del barrio de Lavapiés. Más en concreto, al Centro San Lorenzo donde se realizan muchas actividades con emigrantes africanos, banglas y marroquíes, le dedico una tarde;  otra a la Asociación Sin Papeles en la que hay diferentes comisiones que pretenden cercanía y acompañamiento a las personas; la tercera la dedico a Territorio Doméstico, del colectivo de mujeres.

Todas nosotras estamos en Ferrocarril Clandestino,  donde han surgido, como tú bien sabes,  los grupos de apoyo a los “sin papeles”. Esto nos supone mucha dedicación: apoyo a detenidos y recluidos en el CIE, acciones contra las redadas, acompañamiento en los juicios, etc. Los distintos grupos de apoyo en que participamos nosotras se reúnen una vez cada quince días aquí, en casa o en el local de otros colectivos del barrio en los que estamos implicadas: Centro Social Feminista,  Escalera Caracola, Asociación sin Papeles. Solemos juntarnos unas treinta personas. Dedicamos el tiempo a lo que llamamos formación prepolítica y acabamos cenando juntos.

¿Y vuestros ratos de oración? Porque si esto lo lee uno de esos fanáticos controladores de ortodoxias…

Para nosotras lo más importante no es lo que hacemos, que es mucho, sino lo que generan las relaciones. En esto,  nuestra casa está bastante desprogramada. Nos motiva la implicación tan natural que se puede establecer con la gente. Por ejemplo, la preocupación que nos surge ante el problema grave de un amigo o la alegría contagiosa que te transmite otro que acaba de recibir los papeles, tan largamente esperados, o el aniversario de la madre de alguno de ellos que vive a tanta distancia… Somos como una familia grande,  alternativa en muchas cosas. Y esto nos lleva al gasto de mucha energía y mucho tiempo, muchas noches sin dormir, muchas mañanas acompañando juicios, o participando en acciones contra los desahucios, etc. Son momentos duros, pero crean mucha vinculación y complicidad. Sin ir más lejos, esta mañana por ejemplo hemos acompañado a un juicio a unos compañeros inmigrantes por un asunto de una vivienda.

Nuestra casa es un espacio de encuentro: aquí vienen para celebrar cosas importantes. Uno de nuestros compañeros, Bara, había conseguido ayer el permiso de residencia. Fue un día muy importante para todas y todos. Hubo alegría y emoción hasta las doce de la noche. Desde aquí llamó a su madre. ¡No sabes qué emoción! Y a él, entre la emoción y la alegría, le surgió espontáneamente una oración como esta: “Gracias porque Alá nos ha permitido este gran día”. Y repetía que para él era como su nacimiento en España, como si mi madre me diera a luz de nuevo.

Estas son las celebraciones que nos ofrece la vida. Con frecuencia son también nuestras oraciones de noche. Y, generalmente, a altas horas de la noche, cuando ya todos se van, nosotras compartimos en silencio lo que hemos vivido durante el día. Así cerramos la jornada con una mirada a nuestro Dios.

Compartís las penas y alegrías de los y las migrantes,  a diario le abrís las puertas de vuestra casa haciendo más llevadera su soledad, salís en defensa de…

Pero hay algo más. Cuidamos especialmente algunos espacios que posibilitan un encuentro más hondo con la gente y con Dios.  Unas veces el encuentro es desde la fe cristiana o musulmana, en otras ocasiones es con gente agnóstica,  pero que tiene una convicción profunda de la dignidad del ser humano.

Esto nos ha llevado a

crear espacios de profundidad en los que celebramos aquí en casa,  y de forma muy compartida, la eucaristía.  En esta celebración participamos una vez al mes un buen grupo de cristianos y cristinas.

Con otro grupo de unas veinte mujeres de diferentes opciones religiosas y nacionalidades tenemos un encuentro que llamamos  “los ritos espirituales”. Se trata de ahondar en las fuentes de nuestra vida y de nuestra espiritualidad que va más allá de las mismas religiones. Este encuentro constituye una de nuestras experiencias espirituales más fuertes. Solemos abordar temas como el de nuestro cuerpo de mujeres para expresar lo religioso o divino.  A partir de aquí,  tenemos un proyecto que llamamos “piel de diosas” que, entre otras cosas,  se propone hacer una exposición de fotos con las historias de nuestra propia vida que nos narramos.  Pues estamos convencidas de que nuestra identidad y nuestro cuerpo de mujeres son dignos de Dios. Estas celebraciones son largas, de tres y cuatro horas por la noche. Solemos acabar cenando juntas.

Otro momento que cuidamos con esmero es “la lectura creyente de la realidad”. El último momento que vivimos con particular intensidad fue el de las redadas o cómo convivir con la violencia policial en el barrio.

A propósito de las redadas, ¿qué es lo que predomina mayormente entre los emigrantes: la palabra o el silencio, la esperanza o el miedo?

Nosotras convivimos con inmigrantes en circunstancias muy diversas, como decíamos antes,  cuando consiguen papeles, pero también cuando acaban de llegar. Hace un mes llegaron bastantes personas huyendo de la crisis de Grecia. Llegaban asustados, sin conocer nada,  ni la lengua, ni las leyes, ni las costumbres… Esta situación es muy diferente a cuando están ya organizados y participan en colectivos.

Lo que sí estamos notando es que son muy conscientes de que, en esta crisis, son ellos los chivos expiatorios. Si antes lo tenían difícil, ahora lo tienen mucho más porque la presencia policial, la dureza del CIE y de las leyes migratorias son mucho más fuertes. Pero también advertimos que llegan con un proyecto de vida muy claro y que no se dejan amilanar por las dificultades. Están dispuestos a resistir y luchar hasta el final.  Los sueños que les mueven son muy fuertes. Ante la fuerte presencia policial en el barrio en estos días pasados, cuando nuestras mismas fuerzas empezaban a flaquear, eran ellos mismos los que nos repetían “hay que seguir luchando, porque luchar ya es ganar”. Verdaderamente, son expertos en resistencia.

¿Se puede idealizar a los/as migrantes? ¿Cómo son los emigrantes con los que trabajáis?

Sí. Hemos descubierto que a veces tenemos una imagen deformada, de “pobrecitos inmigrantes”, de gente que hay que proteger. Y esto no es verdad aquí, en Lavapiés. Hay que reconocer su protagonismo personal y social, incluso su capacidad política para cambiar las cosas. Desde aquí hemos ganado la despenalización por la manta; el paso del régimen especial al régimen general de las empleadas de hogar, protagonizado principalmente por migrantes latinoamericanas. Esta capacidad de lucha es una gran riqueza para nuestra sociedad. Tenemos que superar el etnocentrismo como si fuéramos los blancos, europeos, los occidentalizados los que podemos aportar cosas. El estar al lado de los migrantes te da otra imagen bien distinta. Los cristianos tenemos que liberarnos del síndrome de ayudadores tan grande que tenemos. Frecuentemente quieres ayudar tanto que no te enteras de lo que el otro puede aportar.

Ellos se sitúan, en los colectivos donde trabajan,  como ciudadanos con derechos y deberes. Buscan vivir en paz, en amistad, en colaboración.

Es bueno recordar que muchos de ellos llegan aquí ya con historias de militancia en sus países de origen. El que ellos hagan la acogida a otros que llegan nos parece fundamental, como se está haciendo ya en ASTI.

La iglesia en el barrio, ¿está callada o habla? Como mujeres,  ¿cómo os sentís en la Iglesia?

No puede seguir así, en la Iglesia hay muchas cosas que cambiar. Aún a los curas de tirita les cuestiona que haya comunidades de mujeres creyendo en el pluralismo religioso.

Cuando una mujer toma conciencia del complejo espacio donde vive, se rebela. ¿Qué haces luego con esa rebelión? Alguna de nosotras ha estado, a veces, al borde de la ruptura. Pero ha sido una suerte encontrar otros espacios de Iglesia alternativos en Comunidades Cristianas Populares, en Iglesia de Base, etc.  Desde la rebelión, lo primero que te surge es decir no. Y en esta casa hay bastantes “no” muy pensados.  Porque no se entiende que estemos al lado del 15 M, que apoyemos la perspectiva de género y tengamos una Iglesia que da la espalda a todo esto. Hasta nuestros amigos tampoco entienden la discriminación con las mujeres, sobre todo las más excluidas y marginadas.

 La subordinación de la mujer es muy fuerte no solo en la Iglesia católica, lo es en todas las religiones, pero nosotras estamos empeñadas en rescatar las historias marginadas de mujeres que existen en todas las tradiciones espirituales. Como decimos las feministas, ahí está nuestra genealogía liberadora. Hemos perdido el miedo a hablar, a manifestarnos como somos. Y ya no tenemos ningún remilgo en decir públicamente que somos monjas, feministas y de izquierdas. ¡Que ya está bien que siempre se nos identifique a las monjas como del PP y sumisas!

¿Habéis llegado al límite de vuestro sueño, quiero decir, a una forma de comunidad intercongregacional como la que actualmente formáis o aún seguís soñando…?

Seguimos soñando, sí. Nosotras venimos de comunidades cristianas de base,  pero soñamos en una comunidad alternativa. Estar aquí en Lavapiés supone hacer comunidad con la diversidad de gente que somos. Con esta gente, sea creyente musulmana o católica latinoamericana o no creyente, compartimos mucha vida y mucho proyecto político.  Formamos ya una comunidad más allá de la misma fe. Cómo articular todo esto en lo que ya estamos trabajando más de veinte personas, es todo un reto. No tenemos aún referencias, modelos. Cuando nos enteramos el otro día de la propuesta de Redes Cristianas sobre la Asamblea Universal de Pueblo de Dios, nos dijimos, pues esto nuestro puede ser algo semejante. En pequeño, claro. Esta comunidad intercongregacional sería el núcleo de otra forma que aún no sabemos definir claramente.

¿Como los esenios de mediados del siglo II antes de Cristo?

Nos quedan muy lejos los esenios. Nuestro reto es algo más cercano: ¿cómo pensar en un diseño de agregación juntos?  Lavapiés es un lugar de redes y nosotras venimos a participar en las redes. Pero, sin pretenderlo,  nos hemos convertido en un nudo de referencia para mucha gente.  Y eso nos parece muy bueno para la Iglesia y también para el barrio. Porque nos abre a otras preocupaciones del mundo. Lavapiés es importante, pero el mundo es más grande. Dicen que el comedor, donde estamos ahora, está cargado de energía, que es como un imán. Al pasar por esta calle sientes la necesidad de subir, atraída por esta sala como las  “chispitas de hierro” por el imán, dice una hondureña. Y es bonito esto, porque contra la desagregación que causa el neoliberalismo, se está dando esta agregación que causan pequeños gestos como el nuestro.


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