La inmigración no puede ser problema…

Ángel Aguado.

Villamuriel de Cerrato ( Palencia).

 

Las migraciones han existido siempre. Los seres humanos constantemente han atravesado pueblos y fronteras, huyendo de una situación de miseria, superando adversidades y buscando una vida mejor.

Hoy la globalización, ligada a los avances de comunicaciones y transportes, incrementa el número que tiene el deseo y la capacidad de moverse. Aún así en el año 2005 el número de emigrantes internacionales se situaba en torno a los 191 millones—115 en países desarrollados y unos 75 en países en desarrollo–. Es importante no olvidar que en torno a la tercera parte de los 191 millones de emigrantes  se han desplazado de un país en desarrollo a otro también en desarrollo, y que poco más de otro tercio lo ha hecho desde países en desarrollo a otro desarrollado. Es decir que la migración Sur/Sur es tan numerosa como la migración Sur/Norte, aunque la primera sea la gran olvidada e ignorada por el mundo rico.

Y suele ser en el mundo rico donde se dramatiza sobre las migraciones aplicando criterios mercantilistas y de mercado, y levantando vallas y muros  para que solo puedan entrar los justos y necesarios de cara a afianzar sus mercados y no trastocar sus rentabilidades, olvidando las dimensiones humanas y la injusticia que está en la base del drama de los pobres.

Nunca termino de entender—y ahora reflexiono desde mi propia experiencia de trabajo en un pueblo de siete mil habitantes—por qué un reducido número de trescientos inmigrantes puede generar más miedo y sospecha que los otros seis mil setecientos vecinos, sino es por la falsedad generada en nuestras sociedades del bienestar que trasladan el problema a las víctimas acusándoles de intrusos en nuestros modelos de progreso y de usurpadores de nuestras conquistas y consumismos irracionales. Siempre me pregunto por qué produce más temor la llegada de inmigrantes indefensos en cayucos destartalados que el avasallamiento de montones de turistas. Claro que los turistas, por muchos que sean, consumen y venden modelos de vida que fortalecen y perpetúan la lógica del sistema, mientras que los pobres inmigrantes acaban poniendo en entredicho la fragilidad de una lógica cuyos fundamentos  están montados sobre la desigualdad y la injusticia.

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Y es que la inmoralidad  del problema parece estar ahí: una sociedad moderna con medios suficientes para poder dar una respuesta racional y justa a una cuestión que afecta a menos de un 5% de sus ciudadanos, no tiene voluntad ni ganas de resolverlo, al menos de inmediato, porque esta modernidad globalizadora no sabe cómo responder al compromiso social que comporta el mantener y lograr el bienestar integral de todos sus ciudadanos. En la aldea global las migraciones contemporáneas son uno de los más potentes síntomas de que el mundo está sumido en una “crisis de crecimiento en humanidad” que está creando un escenario mucho más escandalosamente reduccionista y excluyente. Porque un problema que podría ser resuelto con facilidad al depender sólo de la voluntad y no de los medios y del número de necesitados, es el síntoma de una enfermedad moral que requiere una profundo cambio de  personas y estructuras.

 Urge desdramatizar el problema y poner las cosas en su lugar, y para ello parece

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necesario plantearle correctamente desde el principio e introducir otra mirada y otra lógica más humana, más justa y más social.  De lo contrario pueden terminar convenciéndonos de que la culpa de que los ciudadanos del mundo rico no vivamos mejor la tienen el 5% de los inmigrantes que huyen de una miseria injusta en la que tenemos gran parte de culpa. Y evidentemente que para entender esta situación no podemos por menos de situarla en el marco de los grandes cambios económicos y culturales que envuelven, en este espíritu globalizador, la marcha del mundo en la actualidad.

“En un mundo en cambio, las migraciones aparecen como una salida para millones de personas, la ciudadanía se ve asediada por agudas preguntas que la ponen en crisis y la religión se reubica en los nuevos escenarios políticos y culturales” – dice Julio L. Martínez en un libro recientemente publicado que lleva por título “Ciudadanía, migraciones y religión” y del que soy deudor en algunas de las ideas aquí expuestas.

 Y es que el hasta el mismo concepto de ciudadanía, deudor de los diferentes contextos que le han visto nacer, y que nos sirve como fórmula creada para definir “la forma de inserción de los individuos en la sociedad política”, está sometido al cambio de comprensión  que padece todo lo que es tocado por el peso de la globalización. Así que aquello de que los inmigrantes puedan ser considerados como ciudadanos, tal y como lo hemos venido considerando en el mundo occidental, requiere también una seria revisión.

Avanzamos hacia una vivencia de una ciudadanía compleja y plural, participativa y social, constituida por identidades múltiples. Y todo esto pone de manifiesto la necesidad de “crear nuevas formas de organizar las relaciones entre los seres humanos, tanto individual como colectivamente, en clave más universalista”. Todos los actores implicados en esta gran transformación de las democracias necesitan ser repensados, reformulados y renegociados. El futuro de la condición humana depende de nuestra capacidad para construir un nuevo tipo de comunidad que se extienda más allá de los límites del Estado-nación tradicional. Y para construir esta comunidad han de participar todos los afectados impulsando la creación de un código moral universal que nos ayude a identificar y resolver los problemas comunes. Es el  momento de aprender a caminar con “propuestas interculturales” que consideren la cultura propia no como una esencia fija sino como una realidad dinámica que estima positivamente la diversidad y que presupone acuerdos básicos sobre los derechos de las personas y de las identidades. Y es que en medio de esta sociedad en cambio, una de las cosas a no despreciar, y que las culturas del poder suelen olvidar conscientemente, es que la diferencia de una inmensa mayoría de seres humanos se ha gestado en “una biografía escrita desde la injusticia”.

 

¿Por qué no leer las cosas desde una lógica no solo de mercado explotador, sino desde una lógica de humanidad donde se ponga en primer plano a la persona y su conciencia para que sean protagonistas del futuro? ¿ Por qué no convertir la presencia de los inmigrantes en una posibilidad de creatividad  en vez de una amenaza?

No faltan signos positivos de inquietud en la búsqueda de sentido y de renovación donde pugnan por abrirse camino el respeto de la dignidad humana, la paz, la justicia, la ecología, el desarrollo sostenible…Y desde muchos frentes se alzan voces reclamando una nueva cultura y un nuevo saber ético que respondan a una renovada representación moral de lo social.  Por eso, no podemos terminar sino recordando que la presencia de los inmigrantes abre la puerta a la reconsideración de cuestiones tan importantes y necesarias como el valor de la dignidad de la persona, la consideración del bien común y la solidaridad en la aldea global, el replanteamiento de la justicia con la participación y presencia de los pueblos pobres, la acogida en propuestas interculturales de las riquezas de las diversas tradiciones culturales y religiosas, el reconocimiento del pluralismo cultural y religioso, la revisión de nuestros proyectos de progreso occidentales, el cambio de nuestras actitudes etnocéntricas…En definitiva que estamos ante una nueva interdependencia mundial que pone en contacto universos culturales y religiosos tradicionalmente distintos y ajenos entre sí, y que ayudan a revisar las identidades locales.

Posiblemente haya que afirmar que algo de todo esto ya está aconteciendo al interior de nuestras sociedades occidentales,  y quizá sea esto el fundamento del miedo que tiene el mundo rico considerando a los inmigrantes como amenaza, en vez de considerarles como una posibilidad para generar algo diferente montado sobre la justicia y la humanidad. Quienes apostamos más por la lógica de la humanidad, y menos por la del mercado explotador, ahí echamos nuestros esfuerzos, con la intención de hacer brotar una comunidad humana más justa y solidaria. Ojalá que el futuro nos de la razón que constantemente se niega a los pobres de la tierra desde los poderosos.

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