Luis González Reyes, miembro de Ecologistas en Acción
Luis González Reyes es doctor en ciencias químicas y miembro de Ecologistas en Acción. Actualmente es parte de Garúa S. Coop. Mad., donde se dedica a la formación y la investigación en temas relacionados con el ecologismo y la pedagogía. Es el responsable del desarrollo transversal de las competencias ecosociales en los tres centros escolares de la FUHEM. Es autor o coautor de una decena de libros. Entre ellos destaca En la espiral de la energía.
La vida está en recesión
El desarrollo de la vida en la Tierra ha estado salpicado por cinco grandes extinciones de especies (la última fue la de los dinosaurios). Ahora se está produciendo la sexta, por lo que no es que la vida esté en peligro, es que está en recesión. Y lo que es más importante, puede haberse pasado ya el límite de seguridad de pérdida de biodiversidad, a partir del cual la extinción de determinadas especies puede desencadenar la desestabilización de muchos ecosistemas, lo que conllevaría la extinción de muchas más.
Detrás de tanta destrucción se encuentra el capitalismo, que obliga a desarrollar una agricultura, pesca y silvicultura industrializadas, a la expansión de las áreas artificiales, al extractivismo, al comercio mundial, etc. Esta es una de las razones que sustenta que estamos en una era geológica denominada Capitaloceno (más que Antropoceno, como se suele nombrar).
A esto se suma el cambio climático. La temperatura del planeta ha subido 1,02ºC entre 1880 y 2015. Un incremento de 1ºC puede parecer muy poco, sin embargo, las implicaciones para el equilibrio de los ecosistemas de esta “pequeña” variación son muy grandes.
Cambios climáticos
Los cambios climáticos son una constante en la historia de la Tierra y han estado motivados mayoritariamente por variaciones en los movimientos de la Tierra. Sin embargo, hoy en día son las emisiones humanas de gases de efecto invernadero (GEI) las que rigen esta mutación. Entre los GEI destaca el CO2, que proviene mayoritariamente de la quema de combustibles fósiles y del talado de bosques por la extensión agraria. El incremento del CH4 es causado fundamentalmente por el aumento del ganado, aunque también contribuyen la expansión de los arrozales, la degradación de la materia orgánica en los vertederos y el uso de gas natural. La emisión de N2O corresponde principalmente a la utilización de abonos químicos en la agricultura industrializada. En resumen, detrás del cambio climático están la utilización masiva de los combustibles fósiles y, en menor medida, la agricultura industrial. Ambos, elementos centrales del crecimiento capitalista.
El sistema climático es complejo, por lo que se comporta de forma no lineal. En él hay procesos de realimentación positiva, en los que los efectos amplifican las causas una vez pasado un determinado umbral. Es decir, que, una vez sobrepasado ese límite, el sistema evolucionaría hacia otro equilibrio climático 4-6ºC superior a los períodos preindustriales, independientemente de lo que hagamos las sociedades humanas. Este umbral se sitúa alrededor de un aumento de temperatura de 1’5ºC. Uno de estos bucles es el deshielo, que produce la desaparición de grandes superficies blancas y su sustitución por otras más oscuras (rocas, mar), lo que disminuye el efecto albedo[1]. Otro es la pérdida del permafrost[2]. Estos suelos contienen una cantidad de carbono similar a todo el presente actualmente en la atmósfera en forma de CO2 y de CH4, por lo que su liberación, al descongelarse el suelo, supondría otro bucle de realimentación positivo.
Oportunidades para la vida
Paradójicamente, hay otros dos elementos del Capitaloceno que implican que la capacidad destructiva de nuestro sistema socioeconómico vaya a estar en recesión en muy poco tiempo: la disponibilidad menguante de energía y materiales. Cualquier sistema socioeconómico solo se puede desarrollar en función de los recursos materiales y energéticos de los que dispone. Estos marcan los límites de lo posible. Únicamente dentro de esos límites las decisiones sobre el orden social y económico son humanas.
Actualmente, estamos viviendo el final de una disponibilidad material abundante y diversa. Lo mismo podríamos decir de la energía. Los combustibles fósiles más fáciles de extraer y de mejores prestaciones se están agotando. Estamos viviendo ya el principio del descenso en la capacidad de extracción de petróleo “bueno” (petróleo convencional) y, en breve (si no, ya), del petróleo en su totalidad. Los que van quedando son los crudos no convencionales, los más caros, difíciles y de peor calidad (los que se extraen mediante fracking, las arenas bituminosas, los extrapesados, los de aguas ultraprofundas o del ártico). Y lo mismo les ocurrirá en los próximos lustros (si no, ya) al gas, al carbón y al uranio.
Un futuro distinto
Que el petróleo, acompañado por el gas y el carbón, sea la fuente energética básica no es casualidad. El crudo se caracteriza (en algunos casos se caracterizaba) por: tener una disponibilidad independiente de los ritmos naturales; ser almacenable de forma sencilla; ser fácilmente transportable; tener una alta densidad energética; estar disponible en grandes cantidades; ser muy versátil en sus usos; tener una alta rentabilidad energética (con poca energía invertida se consigue una gran cantidad); y ser barato. Una fuente que quiera sustituir al petróleo debería cumplir todo eso. Pero también tener un reducido impacto ambiental para ser factible en un entorno fuertemente degradado. Ni las renovables, ni la nuclear, ni los hidrocarburos no convencionales, ni la combinación de todas ellas es capaz de sustituir a los fósiles. Esto no implica que el futuro no será el de las energías renovables, ni que no haya que apostar por ellas. Supone que el futuro será radicalmente distinto del presente.
Fruto de que los límites en los que se tienen que desarrollar las sociedades se están estrechando mucho, lo que ya estamos empezando a vivir es el colapso de la civilización industrial. ¿Cuál puede ser el futuro de la humanidad? Probablemente, lo que ya estamos viviendo es el inicio de una gran transformación en la que el metabolismo vuelva a ser agrícola (pero el orden social será inevitablemente distinto que el del pasado, pues la historia no se repite); un proceso de desurbanización; una crisis estructural e insalvable del capitalismo global; una relocalización de la economía, la cultura y la política; una simplificación tecnológica; o un importante descenso demográfico.
Escenarios de colapso
Los escenarios de colapso civilizatorio que ya estamos empezando a vivir implican a un tiempo grandes riesgos e inéditas oportunidades para construir sociedades justas, democráticas y sostenibles. Por ejemplo, el capitalismo, como forma de dominación global, no se podrá perpetuar sin combustibles fósiles. Otro ejemplo es que las sociedades que estarán en mejores condiciones para atravesar el largo descenso serán aquellas que más vínculos mantengan con la naturaleza a través de la agricultura no industrializada. También que un sistema energético basado en las renovables y con un menor componente tecnológico será de acceso más universal y, por lo tanto, potencialmente más democrático y justo. De nuestra capacidad de organización colectiva depende que no las dejemos escapar. Nos va en ello cómo será nuestra existencia y la del resto de seres vivos.
[1] La nieve y el hielo reflejan el 90% de la radiación solar incidente, mientras que los océanos y tierras con vegetación reflejan solo aproximadamente el 10%.
[2] Suelo congelado presente en el 22-24% del Hemisferio Norte.