En el número anterior hablamos de la globalización de manera introductoria, tratando de comprender qué es este fenómeno, y vamos a dedicar los tres números que nos quedan del año a este tema monográfico.
En el que tienes en tus manos trataremos de analizar qué efectos produce o qué consecuencias tiene para unos y para otros.
Unos ganan y otros pierden. Pero no es por la mala fortuna o por la suerte aleatoria, como nos explican en el juego de la Lotería.
De la misma manera que en los sorteos siempre gana aquel que los organiza, también en la globalización ganan siempre los mismos, los que poseen los grandes capitales y los medios de producción transnacionales y dominan el Banco Mundial y el FMI. Recordemos que hay empresas multinacionales que mueven capitales superiores a los presupuestos de algunos estados, con lo cual queda engullida la propia soberanía en la globalización económica. Si esto ocurre a los estados que se dicen independientes, de los numerosos pueblos minorizados que reclaman su identidad, tema estigmatizado por los estados opresores y sus medios, no vamos ni a hablar.
La carta que nos envía la Coordinadora campesina de Panamá ilustra bien lo que queremos decir con la soberanía engullida.
Constatamos un grave déficit democrático en nuestra sociedad. Nos han secuestrado las urnas. Votamos en un lugar y el poder está en otro. Los políticos no tienen el poder, sólo son unos simples gestores, y si no satisfacen las aspiraciones o las consignas de las empresas transaccionales son eliminados de una u otra manera.
Todo es susceptible de convertirse en instrumento al servicio de la globalización. El hombre queda reducido a una pieza y los derechos de las personas y de los pueblos son relegados. La naturaleza es maltratada de forma temeraria.
Sabemos que los ganadores no lo son por casualidad. Ganan porque ponen abundantes medios para ello: colocan a líderes de su confianza en los centros de poder y en las instituciones, elaboran leyes a su favor para defenderse de los pobres y atacan con la violencia de las armas a quienes rechazan su sistema organizativo.
Pero a nosotros, que somos creyentes en Jesús el nazareno, nos interesan sobre todo los perdedores, quiénes son, dónde se ubican, cómo viven, qué capacidad organizativa poseen. Porque nosotros no hemos hecho una opción sentimental ni ideológica por los pobres, hemos hecho una opción de vida, hemos renunciado a la riqueza y no nos conformamos con ser perdedores y pobres, sino que vamos a luchar por un reparto justo de la riqueza, del bienestar y del esfuerzo que nos cuesta conseguirlo.
Los grandes perdedores son los pueblos más pobres y los grupos sociales más desprotegidos y marginales.
En realidad los perdedores somos todos, la Humanidad entera con la Naturaleza incluida, porque maltratamos a la madre Tierra.
Y los que nos proclamamos humanos y racionales perdemos nuestra condición de tales, perdemos la sensibilidad, la solidaridad, la creatividad, la alegría, la salud, el equilibrio, la libertad y la paz.