Mestizaje musical en las aulas

Ruth Dusil Diéguez

Profesora de Educación Secundaria

rdusil@educa.madrid.es

La labor del educador de hoy día debe ir más allá de la mera instrucción, que busca satisfacer la exigencia de los nuevos perfiles laborales,  para establecer un modelo de persona  desde una concepción profundamente humanista. Se trata de una formación imbuida de valores que aumente la sensibilidad social ante las diferencias agraviantes y, al mismo tiempo, atender a la multiculturalidad de las sociedades contemporáneas, que requiere una respuesta educativa conciliadora e integradora.

Los planteamientos educativos tradicionales encomendaban la responsabilidad de la formación en valores a la Religión, la Ética, las Ciencias Sociales, etc. Actualmente, como bien saben los docentes, dicha formación impregna todas las asignaturas que cursan los alumnos. La música, como lenguaje universal, se convierte en materia privilegiada para educar en la comprensión internacional, incluso a dar un paso más: el reto de no solo sumar culturas sino de integrarlas, hacia una nueva sociedad sin barreras.

La estética del Romanticismo ya definió la música como el arte que conmueve al espíritu de forma más directa y más íntima entre todas las bellas artes, aunque todavía hoy no comprendamos bien los mecanismos por los que la música ejerce semejante fascinación en los seres humanos. Todos, en alguna ocasión hemos escuchado alguna música ajena a la que escuchamos habitualmente, o una canción en un idioma que no conocemos y hemos notado cómo las sensaciones nos embargaban entrando en comunión con nosotros mismos. Así ocurre, por medio de la música, cómo dos personas de sociedades y culturas antagónicas, sin idioma en común pueden compartir su música o un referente musical y producirse un acercamiento y una comunicación real instantáneas.

Basándonos en el conocimiento de otras culturas y países propiciamos el respeto a las diferencias étnicas y culturales. Pero el reto de que hemos hablado encuentra su reflejo en la idea de mestizaje, es decir, la “mezcla” que supera lo diferente, incluso antagónico, para crear algo nuevo e integrado. Este concepto, en términos musicales, se conoce como fusión musical.

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A pesar del panorama multicolor de hoy día o quizá debido a ello,  los alumnos verbalizan su rechazo y racismo cultural hacia lo diferente poniendo así de manifiesto un problema subyacente de temor a la invasión cultural, esto es, el miedo referido a que los extraños puedan contaminar la cultura del lugar de acogida incluso sustituirla. Es un hecho que todos los pueblos, en mayor o en menor medida, son celosos guardianes de sus tradiciones y patrimonio cultural heredado pero, en las circunstancias actuales de globalización, es necesario un nuevo espacio de convivencia, de equidad, sin la violencia que implica la dominación cultural.

El tratamiento únicamente conceptual de estas ideas con alumnos de E.S.O. resulta, en ocasiones, arduo, debido a su rechazo. Sin embargo, mediante actividades musicales, se facilita su asimilación al convertirlas en una vivencia personal.

Cuando trabajamos en clase el acercamiento cultural sin prejuicios a través de las emociones que la música nos produce, los alumnos detectan aquello en lo que unos y otros nos diferenciamos, reconocemos lo que los demás pueden ofrecerme como forma de enriquecimiento personal y, a su vez, lo que yo tengo para ofrecer. Fusionando por sí mismos los elementos musicales de unas y otras músicas los alumnos asimilan que las culturas que se mantienen en condiciones endogámicas tienden a anquilosarse impidiendo su crecimiento y desarrollo. El hecho de hacer una música que integra elementos dispares pero nueva en sí misma desarrolla en los individuos la conciencia creadora y la capacidad para la  acción y la actuación.

Con la música como elemento de partida y la labor del día a día, se irán desmoronando las barreras del miedo.

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