Nuestra sociedad genera nuestros presos

Gregorio Ubierna

54 pag 8Vivimos en una sociedad cuyos valores supremos son la seguridad y la propiedad privada, aunque muy bien pudiera decirse que los dos se funden en uno solo: seguridad para los bienes y para la propia vida. Así enunciado, fácilmente se comprenderá quiénes son los que gozan de seguridad: única y exclusivamente aquellos que poseen bienes y en proporción directa al elevado valor de los mismos. Las grandes corporaciones, ya sean empresariales o institucionales, disponen de abundantes sistemas de seguridad y vigilancia, rodeadas de cámaras incluso con rayos infrarrojos y personal de seguridad para reforzar a las diversas policías (municipal, autonómica, española y guardia civil), aunque la tendencia en este capítulo también es a la privatización y, por tanto, se invierte la función, así que son las policías oficiales las que refuerzan a las policías de seguridad.

La seguridad va adherida al poder económico y al poder político. Así podemos ver a grandes empresarios o agresivos políticos que van rodeados por varios matones, porque la seguridad no es para todos, y si no que se lo pregunten a las numerosas mujeres que mueren por la violencia de género o también al elevado número de víctimas en accidentes laborales, por ejemplo.

Los pobres sólo tienen la seguridad de su miseria, de su marginación y de su explotación. Por eso dan ganas de echarse a llorar, que no reír, cuando desde el poder se emplean términos como “cárceles de máxima seguridad”, porque la pregunta surge de inmediato: ¿seguridad para quién? Será para los carceleros. Para los reclusos son cárceles de máxima inseguridad, lugar donde se violan con mayor impunidad los derechos de los presos, se les somete a duros castigos y trato vejatorio indigno de seres humanos, lugares donde se les aísla aún más de su pueblo, de su entorno, de sus familiares y amigos a cientos o miles de kilómetros, lugares donde los familiares y amigos son menospreciados y humillados, tratados de manera injusta y arbitraria.

El producto último de esta sociedad desigual (en la que la seguridad de unos produce inseguridad para otros) son los numerosos presos. La progresión y fortalecimiento de la democracia que los políticos nos anuncian a bombo y platillo se contradice radicalmente con la construcción de nuevas cárceles y el hacinamiento de presos en las mismas. Su número se eleva tanto de año en año que ya no encuentran lugar donde recluirlos. Una sociedad que produce tantos presos tiene que estar muy enferma, y si tenemos en cuenta el elevado número de presos políticos entre ellos, tendremos que concluir que su gravedad es extrema.

Los presos son una consecuencia de esta sociedad asentada en la insolidaridad y el egoísmo, donde el valor supremo es el dinero, que se gasta de manera compulsiva e irracional en alardes de ostentación, para deslumbrar a los demás e intentar convencerles de lo importantes y poderosos que somos, hasta llegar a adquirir el hábito de comprar de modo irrefrenable e irreflexivo un montón de objetos y productos que terminarán en el cubo de la basura, después de haber sido almacenados en cualquier rincón de un armario o un trastero. Así, muchos espacios que debieran ser utilizados de una manera sencilla y ordenada para disfrutar una vida más sensata, se convierten de hecho en una chatarrería. Así, también, muchas vidas se desestructuran, se estresan o angustian y terminan por situarse al margen de la sociedad, la cual provoca muchas veces una fuerte violencia en algunos de los ciudadanos en respuesta al trato denigrante recibido.

Evidentemente, la mayor responsabilidad no recae sobre quienes se ven obligados a transgredir las normas sociales o las leyes para poder subsistir, sino más bien sobre esa sociedad que ha impuesto unos valores y unos comportamientos que han arrojado a muchos de sus miembros al exterior de esa sociedad. La solución, pues, no puede ser la de construir abundantes e inhumanas cárceles donde encerrar a todos aquellos que no se conforman con su miseria y su marginación. Como tampoco puede ser la solución el elaborar abundantes e injustas leyes para protegerse de todas esas personas que han sido marginadas por la sociedad. La única solución eficaz, justa y duradera, consiste en transformar esa sociedad desde sus cimientos, para que no produzca esas masas de desheredados que son expulsados a la marginalidad y la pobreza, después de haber sido utilizados para enriquecer a los más poderosos.

Las personas que adquieren esa conciencia y se comprometen seriamente en la construcción de esa nueva sociedad son los militantes políticos, la vanguardia de la lucha por un mundo más justo y libre. Pero si los poderosos persiguen y encarcelan a las personas que no respetan las normas impuestas en la sociedad podemos imaginarnos con qué saña e inquina perseguirán, aniquilarán o encarcelarán a aquellos que cuestionan las bases mismas de esa estructura social y luchan con todos los medios a su alcance por transformarla. Estos son los presos políticos, y se llevan la peor parte de la violenta represión del Estado, que no escatima medios ni métodos para combatir, no sólo a los rebeldes, sino sobre todo a sus mensajes de transformación política y social. La muerte en el combate, la tortura y la cárcel les acechan a diario en sus personas; y la intoxicación, la mentira y la manipulación de sus principios ideológicos y sus mensajes son prácticas constantes.

Aunque entran dentro de la clasificación de presos comunes, haremos una mención especial de los emigrantes, porque ellos son una consecuencia directa de las profundas desigualdades entre estados, continentes y razas. La miseria en que se ven sumidos les obliga a emigrar a estos países super-ricos que les explotan, para subsistir aunque sea en la marginalidad.

Cuando nos preguntamos cuál es la alternativa a una sociedad sin cárceles, sólo se nos ocurre la ya apuntada: otra sociedad. Porque esta sociedad basada en la ostentación, el consumo, la desigualdad, la injusticia, la violencia y el miedo, inevitablemente produce marginación, y lo más cómodo es quitar de en medio a los que nos cuestionan y molestan. Esa es nuestra práctica y esas son también sus consecuencias: que la marginación y la delincuencia aumentan con las cárceles, porque, como tantas veces se ha dicho, las cárceles son escuelas de delincuencia.

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