Julio Ciges
(CCP. Valencia)
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Lo primero que tengo que dejar claro, al hablar de la visita del Papa a Valencia, es que a mí, como creyente y sacerdote, me gusta que el Obispo de Roma, que tiene el encargo de presidir a la Iglesia universal en la caridad y la unidad, visite a las comunidades cristianas. Su misión es animarlas, fortalecerlas en la fe y cuidar la unidad de la Iglesia. Y una buena manera de hacerlo es visitándolas y acercándose a ellas. La tarea, pues, es muy importante y hay que ayudar a hacerla bien.
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El problema está en el modo y estilo de preparar y organizar hoy las visitas papales, que dificulta este objetivo. Desde Juan Pablo II los viajes del Papa se convierten en concentraciones masivas que dan poca cabida a la interiorización, al encuentro personal, cercano y próximo. Más bien se aproximan a un espectáculo que da salida a las efervescencias pasionales por el Papa de ciertos grupos bien definidos y de signo conservador, los llamados nuevos movimientos. Tal como se organizan estos viajes, parece que en vez de ser visitas del Pastor a sus comunidades se convierten en concentraciones de éstas para aclamar al líder, con el peligro de caer en la papolatría. Así, lo que debería ser estímulo para la unidad, se convierte en signo de desunión y rivalidad, de protagonismo de unos sobre otros, como se está constatando con esta visita. Tal y como se han desbordado las cosas, y por las consecuencias y reacciones que se están produciendo, este viaje me causa preocupación y, por el gran amor que tengo a la Iglesia, me hace sufrir mucho.
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Las razones que me hacen ser crítico con la manera de organizar estas visitas son de tipo evangélico. Desde el Evangelio, no creo que el estilo que se ha impuesto sea lo mejor para la Iglesia y lo que hoy necesita. Tampoco creo que sea esto lo que reclaman los tiempos actuales.
Según éste, la Iglesia, la comunidad de creyentes, tiene una misión fundamental: “evangelizar a los pobres”, lo cual conlleva ser solidarios con ellos y estar siempre cerca de ellos. Si no reciben real y verdaderamente el Evangelio como Buena Noticia, no hay evangelización posible y, entonces, ¿para qué sirve la Iglesia? ¿Acaso no es insultante y escandaloso para los pobres el derroche y desbordante gasto que está suponiendo todo el montaje del viaje? Y no sólo para ellos, sino para toda persona con una mínima conciencia de austeridad, sencillez y humildad. ¿Cómo, actuando así, podemos predicar la solidaridad y el compartir? Con la fuerza, el poder, la grandeza y fastuosidad que manifestamos, ¿van a vernos cercanos y a su lado los pobres? ¿Cómo, después, vamos a denunciar, sin sonrojarnos, el consumo y el derroche insolidario que decimos vive nuestra sociedad?
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El argumento que están dando de que esta visita va a dar muchos beneficios económicos para la ciudad y va a significar una enorme propaganda para Valencia, me irrita como creyente. Pero, sobre todo, me indigna como cristiano que representantes eclesiásticos lo usen para justificar todo lo que se está haciendo. ¿Puede prestarse la Iglesia a ser utilizada como medio de propaganda para promocionar una ciudad o para que se haga un auténtico comercio mercantilista? Siempre he pensado que utilizar a la Iglesia y sus celebraciones como instrumento mercantilista es un pecado. Y Jesús no consintió que su “casa se convirtiese en un mercado especulativo”. Quizá peque yo de ingenuo, pero estas cosas contradicen mis convicciones creyentes, y lo que no podemos hacer es renunciar a ser fieles a la fe. Por eso me irrita que en esta visita predominen de una manera descarada y atosigante la propaganda y el mercado. Así se prostituye lo más hermoso del mensaje cristiano, y la Iglesia aparece como una pieza más del sistema.
Pero aún hay otras razones poderosas. Desde el Evangelio (y posteriormente nos lo ha confirmado la historia) la Iglesia nunca debería presentarse al mundo como instrumento de poder y fuerza que quiere medirse con otros poderes y otras fuerzas. Querer decirles: “Mira mi poder, ten cuidado, ¡eh!”, es una tentación diabólica en la que se ha caído muchas veces, y ¡así nos ha ido y nos va! Con el Evangelio no va la amenaza, la coacción por la fuerza o el poder. Lo que nos pide siempre es la humildad y sencillez, el servicio y ser los últimos. Nuestro destino es ser levadura, que se deshace y desaparece en la masa, para fermentar y alentar a todas las personas a que sean cada día más humanas y colaborar, así, en la humanización de la historia, según el proyecto liberador de Dios para todos. Con tanto llamamiento a la asistencia masiva, a mí me da la sensación (como a muchos otros) de que lo que se busca en el fondo es hacer una manifestación de fuerza ante “esta sociedad laica y relativista que persigue y no tiene en cuenta a la Iglesia ni su doctrina” –según dicen los dirigentes eclesiásticos. Parece como si se quisiera decir: “Mirad cuántos somos.” Dar esta impresión dice bien poco de la Iglesia, que afirma seguir a Quien todos abandonaron y nunca quiso utilizar la fuerza contra otros para defenderse.
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Otro punto preocupante es la utilización política y partidista que se está haciendo de la visita del Papa. Constatar su utilización partidista por las fuerzas conservadoras que gobiernan el País Valenciano es alarmante. En los medios de comunicación aparecen continuamente las autoridades locales y autonómicas como si fueran los auténticos organizadores de este viaje del Papa. Más parece que se está organizando un evento mediático de las autoridades políticas que un acontecimiento pastoral. Más parece una visita de Jefe de Estado que una visita del Papa, aunque lógicamente se harán celebraciones religiosas por excelencia. El problema es que aquí todo se mezcla y se confunde. Y así van las cosas. La patrimonialidad que se ha consentido que tenga la derecha con la visita del Papa, en contra de la izquierda gobernante en el Estado (que también quiere aprovecharla), es realmente preocupante y está dividiendo mucho a la ciudadanía, por no decir cabreando a muchas personas y muchos colectivos. Una vez más la jerarquía de la Iglesia aparece públicamente unida en exceso a la derecha, y se va creando, así, una percepción colectiva de que ser cristiano es sinónimo de ser de derechas o de extrema derecha. Llegar a esta situación es de un enorme riesgo que ya estamos pagando en la Iglesia y que hipoteca el futuro. Hoy hay que preguntarse con todo rigor: ¿qué está pasando en la Iglesia que cada día a los hombres y mujeres de izquierdas, a quienes tienen sensibilidad progresista y están comprometidos en esta causa, se les está haciendo muy difícil sentirse miembros de la Iglesia y se les está creando la conciencia de estar muy lejos de ella? Es un interrogante muy serio y profundo que me hago y que algún día tendremos que responder con toda crudeza y honestidad. Espero que no lleguemos tarde, como tantas veces.
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Por todo esto, si mi análisis y reflexión son correctos, tengo fuertes dudas de los frutos que pueda dar este enorme, grandioso y deslumbrante espectáculo que se está montando con la visita del Papa. Utilizando una imagen muy nuestra: ¿No será como una gran “mascletà” que desaparece a los pocos minutos? Es decir: ¿servirá para enardecer los ánimos de los asistentes y tendrá después poca consistencia y continuidad en el dinamismo cotidiano de la Iglesia? Yo estoy sufriendo al ver que, una vez más, no hemos sabido aprovechar evangélicamente este acontecimiento histórico de que un Papa visite a sus comunidades cristianas en Valencia. Me duele que no hayamos sabido ayudar al Papa a realizar mejor su misión pastoral en los difíciles tiempos que corren y que se le utilice para otros fines. El ministerio de Pedro, que el Papa encarna, es para mí tan importante que me sabe muy mal que el estilo que se ha impuesto en esta visita no ayude a la sociedad a experimentar el espíritu liberador y apasionante de Jesús, ni haga ver a la sociedad que la Iglesia sabe situarse correctamente en un Estado no confesional.
Me preocupa, y mucho, lo que ya se está constatando como consecuencia de este modo de organizar la visita del Papa: Molestias a muchos ciudadanos, confusión entre Iglesia y Estado, sentimiento en muchas personas de ser heridas o agredidas en sus credos, confesiones o ideologías. Esto provoca una reacción que es lamentable: crítica ácida y feroz, campañas militantes contrarias a la visita y, lo más doloroso, la apostasía colectiva. Al final a pagarlo la fe y la experiencia cristiana. Y esto sí que me hace sufrir, pues afecta a grandes y hermosos valores de mi vida.
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Estoy convencido de que las visitas del Papa deben y pueden organizarse de otra manera. Ideas para ello hay muchas y buenas. Pero hacerlo de otra manera supone una transformación evangélica de la Iglesia, por la que muchos estamos trabajando desde hace años. La esperanza de que eso se realice algún día no mengua, a pesar de todo. Por eso las ganas y los empeños permanecen fuertes como al principio, gracias a la fuerza del Espíritu y de tantos grupos cristianos que están en el tajo.