En la contraportada del último número aparecía una poesía de Félix Grande, Fiesta en el viejo barrio, sobre la que me gustaría hacer un comentario. Literariamente es, desde luego, una poesía muy lograda, pero el espíritu que alienta en ella, desde mi punto de vista, no responde bien al título: “Fiesta”. Hay en ella un cierto tono de resignada melancolía que no encaja en el sentido hondo de la Fiesta.
Se apagó aquí mi infancia inagotable:
qué ganas tengo, qué apenadas ganas
de volver a vivir tanta inocencia.
Pero ya no es posible; el tiempo pasa
y ha llenado de ausencia
mi corazón, mis sombras y mi casa.
El poeta invita a los vecinos del viejo barrio a divertirse. Pero diversión no es lo mismo que Fiesta. Es verdad que vistas desde fuera se confunden fácilmente, y en la conversación ordinaria muchas veces se emplean de forma indistinta, pero en su fondo podemos percibir dos alientos muy diferentes. La diversión invita al olvido, supone volver la espalda a una realidad con muchas aristas hirientes, sumergirse en el momento y abrazarse a una alegría que indefectiblemente va a pasar.
¡Divertios, vecinos,
porque la vida es breve
y a veces los caminos
se llenan de granizos y de nieve!
La Fiesta, por el contrario, es la celebración de la esperanza. Como escribe Juan Mateos en su precioso libro “Cristianos en Fiesta”, La fiesta brota del amor a la vida y afirma su fuerza; el hombre siente que ha nacido para vivir y gozar y afirma esto contra la evidencia de la muerte… es una rebelión de su ser contra la destrucción y la decadencia. En el fondo es fe, no sostenida por datos experimentales, en la fuerza de la vida misma… que el mundo no está manejado por un destino impersonal, sino animado por un dinamismo o un poder que lo llevan a la vida y a la felicidad.
Creo que este es el sentido cristiano de la Fiesta. Va mucho más allá de la pura diversión, que es muchas veces pseudofiesta, la cual, también en palabras de Mateos, es horror al vacío o escape de la realidad; busca aturdirse para olvidar una existencia huera, para esquivar el hastío.
En la fiesta cristiana no cabe la melancolía. Precisamente es el momento de afirmar el sentido gozoso de la existencia. Estamos invitados a vivir la fiesta, aun en medio de nuestros trabajos y fracasos, como una exultante anticipación de la gran fiesta final, del banquete del Reino, donde nos espera el vino nuevo en la gran mesa del Padre.
Antonio Zugasti