RAÍCES HISTÓRICO TEOLÓGICAS DE LA ÉTICA SEXUAL

Javier Domínguez

 “No conviene que el ser humano esté sólo”, “Creced y multiplicaos”. Estos dos 58 Reflexiones 1principios bíblicos, (la unión del varón y la mujer y la procreación), orientan la ética sexual en el Antiguo Testamento. El patriarcalismo, que ahora llamaríamos machismo con macho dominante, establece la condición de la mujer como madre, el derecho del varón a tener hijos con otra mujer, si la propia es estéril, pero de tal manera que la segunda mujer es una especie de madre de alquiler ya que sus hijos no son suyos sino del padre y la mujer legítima. También establece la ley del levirato, por la cual el hermano tiene obligación de dar hijos a su hermano muerto, casándose con la viuda de su hermano. Onán pecó porque derramaba su semen fuera, para no dar  hijos a la viuda de su hermano. (El onanismo no es pecado de masturbación, desconocido para la biblia, sino pecado contra la ley del levirato). También establecía la  pena de muerte por lapidación de la mujer adúltera y otras lindezas por el estilo, como el derecho de repudio que tenía el varón.

Como vemos la ética sexual cristiana, la que predican los obispos y el Papa, tienen poco que ver con la ética bíblica (gracias a Dios).

¿De dónde nace esta ética sexual? Del evangelio tampoco, porque la sexualidad no aparece como prioridad moral en la predicación de Jesús. Más bien el sermón del monte va por otros caminos, aunque en el evangelio hay algunos elementos importantes como la defensa de la adúltera o la negación del repudio (no del divorcio, que no existía en Israel).

San Pablo establece la subordinación de la mujer al varón y la obligación del obispo de ser marido de una sola mujer.

La ética actual habla de condones, masturbación, homosexualidad, adulterio, divorcio, interrupción del embarazo, control de la natalidad, parejas de hecho, recato, provocación, bikinis, etc. etc… ¿De dónde ha sacado la Iglesia los principios morales que deben regir en la actividad sexual?

Fundamentalmente de Aristóteles y los estoicos. No nos extrañe esto porque58 Reflexiones 2 Aristóteles aparece en algunas definiciones dogmáticas, como por ejemplo en la palabra “transubstanción” o “cambio de substancia” que emplea el Concilio para definir la Presencia de Cristo en la Eucaristía. Hoy sabemos que el pan no tiene “substancia” en el sentido aristotélico, y por tanto no hay transubstanciación que valga y habrá que explicarlo de otra manera.

Aristóteles además del término “substancia” acuñó el término “naturaleza” y ese concepto de “naturaleza” es el principio básico de la moral sexual cristiana, con evidente influjo estoico posterior.

Aristóteles, gran naturalista, distingue entre seres naturales y seres que son por otras causas. Los seres naturales “poseen en sí mismos y por sí mismos el principio de su desarrollo” y esto es la “naturaleza”.

Cada cosa, sobre todo cada ser natural, tiene su peculiar ser y sentido. Cuando llena su misión y cumple su cometido es buena. “Lo mismo ocurre con el hombre. Si se comporta según su naturaleza y cumple los cometidos fundados en su esencia, llenando así el sentido de su ser, le llamamos bueno y al mismo tiempo dichoso” (Ética a Nicómano A, 6 y 9).

Hasta aquí Aristóteles. Ahora los estóicos:

Cleantes acuñó la expresión básica: “vivir conforme a la naturaleza”. “Lo conveniente viene a concretarse en una conducta a tono con la naturaleza racional del hombre y fundada en ella”.

Nuestro Séneca: “En esto consiste l a sabiduría: en obedecer a la naturaleza” (XV, 94,68).

Ahora bien, los órganos sexuales esencialmente están constituidos para la procreación. Una conducta conforme a la naturaleza es una conducta que lleve a la procreación. Cualquier conducta sexual que no lleve a la procreación es “contra la naturaleza”.

Los instintos sexuales nos llevan a una conducta no racional, por eso hay que dominar el cuerpo. “Aguántate y abstente” (substine et abstine) es la máxima ascética estoica.

“Refrena cuanto puedas tu cuerpo y ensancha el espacio de tu alma” (Séneca II, 13,2). “Soy demasiado noble y nacido para cosas demasiado nobles como para ser esclavo de mi cuerpo, que tan sólo lo considero como una cadena que coarta mi libertad… El menosprecio del cuerpo es libertad segura” (Séneca, 65,21-22).

Este dualismo alma-cuerpo no es sólo de los estoicos sino de todo el helenismo platónico y entró poderoso en el cristianismo a través de San Agustín.

Ya tenemos todos los ingredientes de la ética sexual cristiana: naturaleza, obrar conforme a la naturaleza, rechazo de toda práctica sexual que evite la procreación, por ser contraria a la naturaleza incluso dentro del matrimonio, “aguántate y abstente”. Estoicismo puro y duro adornado con palabrería sobre el amor en la última encíclica del nuevo Papa.58 Reflexiones 3

La masturbación, todo tipo de emisión de semen “fuera del recipiente adecuado” (o sea de la vagina), la homosexualidad, el control no natural de la natalidad (el natural sería el Ogino, que tantos hijos ha traído al mundo), la utilización del condón, aunque sea para evitar la transmisión del sida, son pecados “contra la naturaleza”.

Este pensamiento rígido, esta lógica implacable, lleva a conclusiones esquizofrénicas y que rechaza el sentido moral y el sentido común más elemental. Por ejemplo Vicent de Beauvais, teólogo del siglo XIII dice que “la sodomía es más grave que el incesto con la propia madre; es un acto equiparable al asesinato y un pecado contra la naturaleza que clama venganza del cielo” (De virtutibus et vitiis).

Por lo visto es más contra la naturaleza la homosexualidad y por lo tanto más grave el pecado, que el incesto con la propia madre, o que el asesinato.

La negativa a utilizar el condón para evitar el sida, responde también a este  pensamiento esquizofrénico, que saca las consecuencias últimas de principios inmutables. (Lo era el limbo donde iban los niños a los que no se había echado agua, pero esto ya lo han quitado. Era una deducción de que era necesario el bautismo para recibir la gracia y sin ella no se iba al cielo). Cuando se presenta un feto inviable que va a producir la muerte de la madre, hay que dejar que mueran los dos antes de intervenir: conclusión lógica con la rigidez esquizofrénica del pensamiento eclesiástico, que parte del principio a todas luces falso de que un óvulo fecundado es un ser humano: es una célula programada para ser un ser humano, pero no es un ser humano. No es lo mismo asar castañas que quemar un castañar; Santo Tomás decía que el aborto no es un homicidio, porque no se mata a un ser humano en acto, sino ser humano “en potencia, en programación” (Lo del acto y la potencia también es aristotélico).

¿Qué podemos concluir de todo esto? Que hay que repensarlo todo. Este tinglado moral se basa en un concepto de sustancia, de naturaleza, de finalidad, de división del cuerpo y el alma, que era válido para los naturalistas y científicos del siglo IV antes de Cristo, pero que al cambiar el paradigma ha quedado obsoleto y absurdo. Hay que repensarlo todo sobre otro paradigma, que me parece que debería ser el de los derechos del ser humano. Y esto tenemos que repensarlo los cristianos de a pié, si es que no lo hemos pensado ya (el número de hijos que tienen los cristianos, parece indicar que lo han repensado ya).

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