Acción política y ética ante derechos innegociables.
Emiliano de Tapia.
Los derechos innegociables para cualquier persona -estaremos todos y todas de acuerdo- son el derecho a la alimentación, el derecho a una vivienda, el acceso a la salud y el acceso a la educación. Son los derechos mínimos universales a los que debiéramos tener acceso todas las personas del Planeta. “Tierra, Techo y Trabajo son derechos sagrados”, afirma el Papa Francisco en el II Encuentro de los Movimientos Populares en Bolivia.
Y digo “debiéramos tener” porque no sólo es posible sino necesario para que todo ser humano pueda encontrar el verdadero sentido a su vida. Es posible, porque nunca hemos conocido tanta riqueza y tanta conciencia solidaria para el reparto de ella; y es necesario, porque resulta injusto que tanto despilfarro y desigualdad puedan convivir de manera insultante en una sociedad que obligatoriamente está empujada a ser responsable de las vidas de todos sus hombres y mujeres.
No quiero aportar datos -a los que con tanta facilidad tenemos la posibilidad de acceder por multitud de medios- para justificar estas afirmaciones. Estaríamos todos y todas de acuerdo en afirmar que la riqueza nos sobra, y con mucho, para enfrentar todas las necesidades y llevar a cabo todas las posibilidades. Sin embargo, sí quiero hacer presentes algunas reflexiones.
De la alimentación, de la vivienda, de la salud, de la educación se ha hecho un mercado sin límites. Y en este mercado muchas personas ni han tenido nada que vender ni han podido comprar; simplemente, han jugado el papel de víctimas; están jugando el papel de víctimas; seguirán jugando el papel de víctimas porque se les ha adjudicado el papel de víctimas necesarias.
Leonardo Boff, en el libro “La Gran Transformación en la economía y en la ecología”, (Editorial nueva Utopía, año 2014), en la Introducción, recoge la razón, probablemente de fondo, de esta realidad: la negación de derechos que deja a tantas personas “descolocadas”: “a partir de 1934…se ha dado el paso de una sociedad con mercado a una sociedad sólo de mercado. El mercado siempre ha existido en la historia de la humanidad, pero nunca había existido una sociedad sólo de mercado, es decir una sociedad que coloca la economía como único eje estructurador de toda la vida social, sometiendo a ella la política y enviando la ética al limbo”.
Sobran alimentos, se despilfarran alimentos; sobra tierra, se abandona la tierra, se hace negocio con la tierra; pero a miles de seres humanos, algunos entre nosotros, no se les permite el acceso a la comida ni a la tenencia de las semillas o de la tierra. Se hace mucho más importante el desarrollo de la agroindustria, hasta tal extremo, hasta tal punto que Esther Vivas, líder de la ecología más humanista, dice que “Comida hay, y mucha, pero no acaba en nuestros estómagos… solo en los de aquellos que se lo pueden permitir… los alimentos, en el sistema agroalimentario se han convertido en una mercancía. La cadena que une el campo con la mesa está en manos de unas pocas empresas del agronegocio y de los supermercados”.
Jeromo Aguado, campesino de Palencia y líder social, cree que el compromiso político que articule alianzas entre el medio rural y el medio urbano es una de las vías para la lucha contra esta situación tan injusta. Lo formula de esta manera: “Ligazones entre los movimientos urbanos y rurales, el campo y la ciudad, son fundamentales para plantar cara al neoliberalismo y a todos los conglomerados económicos y financieros que lo sustentan”. Y Esther Vivas expresa así esta misma lucha: “Es necesario que las políticas públicas apoyen un modelo agrícola local, campesino, diversificado, agroecológico; que se promuevan bancos públicos de tierras, un mundo rural vivo,…”
La reclamación del derecho a la vivienda siempre ha aparecido, en estos últimos diez años sobre todo, en lugares dominados por el empobrecimiento. Barrios deteriorados, colectivos excluidos, personas y familias en precariedad; personas en la calle que son víctimas de bancos, de políticas interesadas o de ambiciones sin límites. No tener una vivienda digna en una sociedad que tiene tantas vacías es un signo visible de esas afirmaciones que se atrevió a hacer en un contexto general el Papa Francisco en Bolivia cuando dijo: “Se está castigando a la tierra, a los pueblos y a las personas de un modo casi salvaje. Y detrás de tanto dolor, tanta muerte y destrucción… la ambición desenfrenada del dinero. El servicio para el bien común queda relegado.”
El mismo Francisco parece atisbar salidas, pues creo que solamente en un contexto de lucha contra el empobrecimiento hemos de situar la necesidad de conseguir una vivienda digna para todos y todas. El Papa lo sitúa así en el discurso de Bolivia: “Queremos un cambio en nuestras vidas, en nuestros barrios,… en nuestra realidad más cercana; también un cambio que toque el mundo entero, porque hoy se requieren respuestas globales a los problemas locales… Ustedes, los más humildes, los explotados, los pobres, los excluidos, pueden y hacen mucho. Me atrevo a decirles que el futuro de la humanidad está, en gran medida, en sus manos, en su capacidad de organizarse y promover alternativas creativas…”
El derecho a la vivienda solamente puede ser un objetivo de lucha situado en el empobrecimiento de muchas personas frente al enriquecimiento de otros grupos y personas que son los que realmente manejan la economía.
El innegociable derecho a la salud se convierte en otro pilar que, cuando no se respeta, asegura el empobrecimiento en colectivos concretos en el momento que estamos viviendo. Se cuestiona el derecho a la salud cuando un problema no solucionado en la sociedad, como el que viven miles de personas enfermas mentales, a un buen grupo de ellas, en torno a las 28.000, se les aparta, se les criminaliza desde el código penal y acaban en la cárcel. Se imposibilita el derecho a la salud cuando a un colectivo tan numeroso como el de los drogodependientes no se le reconoce su enfermedad de dependencia y, por lo tanto, no se les cuida como enfermos o enfermas que son. Se imposibilita el derecho a la salud cuando a personas inmigrantes “sin papeles” se les excluye y se les condena a no poder participar de este bien que a todas las personas nos corresponde de manera universal. Copagos, listas de espera, privatización,… todos ellos son signos de un derecho cada vez más limitado para los que menos tienen.
La no criminalización de los enfermos mentales, el reconocimiento de nuevas enfermedades para su tratamiento específico, el tratamiento de las personas drogodependientes desde el sistema público de salud, la atención universal en el sistema sanitario,… son retos ineludibles para una acción política que se ponga de parte de los más empobrecidos.
Otros criterios de salud debieran ser motivo de reflexión para una nueva conciencia sobre la vida de las personas en el sentido más integral. Probablemente, el cambio de época en el que estamos inmersos requerirá unos nuevos criterios, también en el acceso a la salud.
El derecho a la educación es ante todo participación en la diversidad. Diversidad de personas y diversidad de pueblos. Diversidad de maneras y diversidad de comportamientos. En demasiados casos el derecho a la educación se ve limitado por la situación de empobrecimiento y de falta de respeto a la diversidad. La dificultad, cuando no la negación, en el acceso a los medios de comunicación y las nuevas tecnologías deja aparcadas a muchas personas y grupos sociales que pretenden desarrollar con este derecho sus propias vidas. ¿Qué ha pasado, si no, en este tiempo “de recortes” siempre para los más débiles? ¿Quiénes tienen casi todas las dificultades para acceder a la universidad, incluso a muchos estudios básicos, sino los pueblos y personas más excluidas y con mayores dificultades?
Pero el papel del derecho a la educación es más importante todavía en el momento actual si lo situamos en este contexto de necesidad que nos plantea Leonardo Boff en el libro citado al inicio del artículo; él plantea cómo “esta crisis nos obliga a pensar en otro paradigma de civilización… los tiempos de crisis pueden ser también tiempos de creatividad, tiempos en los cuales se dan nuevas visiones y nuevas oportunidades”. Y el pensamiento y la creatividad son parte del derecho educativo y cultural de las personas y los colectivos. Y a quien este derecho no se le posibilita o se le niega…
El nuevo tiempo que vivimos y que oteamos en el horizonte podrá hacerse más fácil si a todo ser humano, por el hecho de serlo, no se le niega el acceso a derechos innegociables e irrenunciables por parte de cualquier acción política y ética.