Reflexión: Catalunya, desafío y oportunidad

Evaristo Villar

Evaristo Villar

¿Se puede evitar, a estas alturas,  la rutina o el “déjà-vu” en la cuestión catalana?¿Quedará algún ángulodesde el que se pueda decir algo  nuevo y con sentido? Parodiando la célebre frase de K. Marx , “el individuo solo se aísla en sociedad”, los extremos, como las riberas del río, solo existen porque hay un cauce común al que se encuentran vinculados. Quiero pensar que en el conflicto catalán existe también un continuo en el que los extremos se originan, se separan y  pueden volver a encontrarse.

Haciéndome cargo de la cuestión. Por suerte o por desgracia no gozamos, tampoco en este caso, del don de la objetividad absoluta. Cada cual hablamos de este asunto desde nuestro contexto o circunstancias. En varias ocasiones he intentado hacerme cargo del conflicto catalán antes de pretender juzgarlo. No fue otra la intención del viaje a finales de noviembre del pasado año a Barcelona, organizado por la revista , de Madrid, y su contraparte catalana—tuvimos una jornada de trabajo con más de veinte intelectuales, escritores,  periodistas,  activistas, etc.—; y posteriormente, un segundo encuentro en “petit comité”, también mixto y en Madrid, en el contexto de Redes Cristianas. El fenómeno no me resulta, pues, indiferente, ni tan desconocido. Mi intención en estas líneas es más bien modesta: pretendo expresar el eco que este proceso ha venido creando en mí.

Una agradable sorpresa. Y en primer lugar, quiero dejar constancia de la agradable sorpresa que me ha producido la  movilidad ciudadana en Cataluña y, sobre todo,  su  forma pacífica de expresar masivamente sus reivindicaciones. Este modo de hacer me resulta grato y admirable, y por más que alguien la crea táctica e inducida, pienso que esta forma de civismo no se improvisa, requiere mayor solidez de conciencia.

La gran brecha.Pero tampoco puedo ignorar la parte más desagradable del procès que  veo, más que todo, en  la gran brecha que, dentro y fuera de Cataluña, se está abriendo en el tejido social, político y económico del país. División que llega hasta las mismas bases culturales y religiosas. Yo la considero consecuencia lógica de la cadena de errores que, de uno y otro lado, han cometido los grandes actores del conflicto y que, para evitar el hartazgo del “y tú, más”,  no voy  repetir aquí y ahora. Pero me parece muy pretencioso tratar de gobernar un país solo con el imperio de la ley, sin ningún proyecto social común y sin una práctica política  razonable. Por otra parte, también es muy peligroso magnificar tanto un sentimiento identitario, vacío de propuestas políticas alternativas,  y  frivolizar de tal suerte las leyes comunes hasta convertirlas en mero juego de cromos. —A este propósito, nos vendría muy bien volver a releer, desde uno y otro lado,  las  reflexiones que se hace Eric Fromm en El corazón del hombre sobre los síntomas del “narcisismo grupal”, así como los análisis del filósofo y dramaturgo marroco-francés  Alain Badiou en Nuestro mal viene de más lejos sobre la colonización que supone el triunfo del capitalismo mundializado—.

La extraordinaria repercusión política del procès. Pero a pesar de esta enojosa brecha,  no puedo ignorar la gran repercusión que el procès está teniendo dentro y fuera de España. En nuestros lares ha llegado a oscurecer los grandes descalabros sociales causados por los recortes;  y, sobre todo, ha devaluado la escandalosa corrupción política y empresarial que tanto daño está causando en las clases populares. Abrirse camino y mantenerse contracorriente, como ha conseguido el procès en esta era de la globalización y del enmarañado contexto de la UE, no es poco. Es una gran baza política que, entre otras cosas, pone en cuestión el actual proyecto constitucional de la Transición. ¿No ha llegado el momento de rehacer las junturas de este país,  tan rico y tan diverso,  con un  cosido más razonable? El procès, junto a otros fenómenos  también importantes de desajuste actual, nos está brindando una oportunidad.

La transversalidad del independentismo. Y junto a esta oportuna llamada a hacer mejor las cosas, encuentro que la cara más dura del procès, la autodeterminación y/o la independencia, se manifiesta  atravesando  todos los estamentos sociales, instituciones y partidos políticos catalanes, exceptuando la derecha (sobre todo la más fanatizada). En la actual sociedad y política catalanas parecen haberse borrado las tradicionales identificaciones de la izquierda, con la globalización y el internacionalismo,  y la derecha, con el nacionalismo y particularismo identitario. La pulsión independentista se hace presente en todo, es transversal.

Algunas preguntas sin respuesta. Al hilo de esta transversalidad y del éxito político y mediático del procès, me surgen de inmediato algunas preguntas, que acrecientan mi perplejidad y para las que no tengo respuesta segura. Preguntas sobre la necesidad, en primer lugar, de un órdago como este (que afecta a todos los aspectos del entramado social, político, económico, cultural, territorial, etc.) en el “contexto” de la España actual; luego me pregunto sobre la oportunidad y urgencia del  desafío en estos momentos, que ha llevado a relegar todos los demás problemas sociales del país; y, finalmente, me pregunto también  sobre la oferta de valores alternativos y de mejor calidad de vida que ofrece el procès y que, en el entretanto y dado su valor, nos ayudarían a soportar la precariedad y pobreza del empleo, la fragilidad y abandono de las pensiones y el adelgazamiento de la sanidad y educación públicas. En definitiva, me pregunto  si el nacionalismo identitario  puede y debe convertirse en criterio de actuación política antes que la igualdad y la justicia; si el sentimiento nacionalista o “el espíritu de tribu” (K.R. Popper) se compaginan fácilmente con el universalismo cristiano y el internacionalismo humanista.

Y llegado a este punto, mi perplejidad se acrecienta al no poder descubrir en el procès  respuesta clara a estas y otras preguntas.

 

 

 

 

 

 

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