Jesús Bonet Navarro
Cuidar la vida es cuidar también su sentido, su porqué y su para qué. La música de la vida necesita una partitura, saber a qué puerto va, no limitarse a surfear o a flotar, evitar el naufragio del no saber si merece la pena vivir. La tecnología y el mercado no tienen respuestas para los grandes interrogantes de la vida. Cada persona, cuidando el sentido de su vida y de la de otros, pone la ética al servicio de la vida.
La melodía de la vida
La vida es como el aire que circula por el interior de la caña de una flauta; dependiendo de dónde coloque los dedos el músico que la toca, la flauta emitirá notas y acordes agradables y coherentes o un caos de sonidos. Cada persona ha de buscar y encontrar la partitura que dé sentido a su vida, es decir, su significado existencial, el espíritu que anima sus razones para vivir: sentimientos, pensamientos, experiencias, conductas, valores, apuestas, objetivos…
Un superviviente de Auschwitz, V. Frankl, escribió que “no hay nada en el mundo capaz de ayudarnos a sobrevivir, aun en las peores condiciones, como el hecho de saber que la vida tiene un sentido”. No son tanto las condiciones con que nos encontramos sino las decisiones que tomamos lo que da sentido a nuestras vidas, porque no sólo existimos sino que vivimos, y eso significa que decidimos el sentido de esa existencia continuamente, porque para aprender a vivir hace falta toda la vida.
Se nos pueden quitar muchas cosas, pero nunca la libertad de decidir sobre la melodía de nuestro propio camino.
Cuando la vida no sabe a qué puerto va
“Para el piloto de una nave que no sabe a qué puerto va –decía Séneca- todos los vientos son desfavorables”. En el mar de la vida se puede surfear superficialmente, se puede flotar dejándose llevar, se puede navegar con un rumbo que merece la pena o se puede naufragar si no se encuentra sentido profundo a la vida. ¿Surfeamos, flotamos, navegamos, naufragamos? La respuesta sobre el significado de la vida difiere de una persona a otra, pero eso tiene mucho que ver con lo que para cada uno significa ser feliz.
Aun siendo efímera por su duración, la vida es larga cuando es plena y es vivida con sentido en cada momento. “¡Qué tarde es comenzar a vivir en el momento mismo en que es preciso cesar de vivir!”, escribía el propio Séneca. Cuántas veces me he encontrado yo mismo en la consulta, como profesional de la salud mental, con personas que, vislumbrando el final de su vida por enfermedad o vejez -y a veces en el mismo lecho de muerte-, deslizan la frase: “¡Si pudiera volver a empezar!”
Si yo soy, en gran parte, el relato que hago de mí mismo, no puedo olvidar que en ese relato es fundamental incluir el porqué y el para qué vivo. Un sentido de la vida positivo, claro y responsable influye en la actitud creativa de la persona y en su modo de vivir el amor; es indispensable para la salud mental y para evitar el vacío existencial.
Cuando la vida zozobra: depresión y suicidio
Normalmente, es cierto lo que afirmaba F. Nietzsche: “Quien tiene un porqué para vivir, encontrará casi siempre el cómo”. Pero ¿qué sucede cuando se nubla el porqué y no se encuentra el cómo? ¿Qué esperanza tengo si llego a la conclusión de que no puedo ser feliz porque estoy convencido de que mi vida no ha tenido o no tiene dirección ni sentido? Con esos pensamientos puedo llegar a ser tan desgraciado como imagine serlo.
Y entonces entro en la oscuridad de la depresión, puedo pensar en el suicidio o puedo pedir la eutanasia cuando el dolor físico o el psíquico ha roto el equilibrio entre mi capacidad de resistencia al sufrimiento y el sentido de mi vida. Por eso no debemos juzgar nunca a quien se encuentra en esa situación y toma una decisión tan dura como la de terminar con su vida, porque el sufrimiento no tiene límites, mientras que el sentido de la vida sí puede tenerlos.
Es verdad que todas las depresiones no tienen el mismo origen clínico y que la mayor parte pueden ser abordadas eficazmente, pero quienes tratamos a pacientes con depresión profunda o con pensamientos suicidas sabemos muy bien lo difícil que es ayudarles a encontrar un rumbo esperanzador alternativo para su vida.
Ni la tecnología ni el mercado pueden dar la respuesta
Sobre las respuestas a las grandes preguntas acerca de la vida y la muerte tienen poco que decir la tecnología y el mercado. Eluden el tema. Consumir, poseer, disfrutar sin límites, alargar indefinidamente el tiempo de la vida, anular el dolor, esconder la muerte, evitar preguntas de sentido, aparentar…; ese es su programa.
Pero la vida no se da sin tensiones, que vienen de todas partes. La inseguridad, la finitud y la incertidumbre también están incluidas en el sentido de la vida. Al fin y al cabo –y aun con lo que la alta tecnología pueda ofrecer-, “el mundo es un puente para pasar por él, no para construir en él nuestra casa”, se lee en la mezquita de Fatehpur-Sikri; y es importante plantearse a dónde me lleva el puente que elijo para pasar.
Por ello es fundamental sentir y expresar el agradecimiento a la vida en cada momento; buscar una y otra vez tiempo para interiorizar, para buscar mi sentido de la vida, el que nadie puede prestarme; darme cuenta de que, además, el sentido de la vida es comunitario, porque la soledad y el individualismo fluyen en dirección contraria a la vida con sentido. Cuando en la consulta oigo a alguien decir: “Ya no espero nada de la vida”, le pregunto: “¿Tienes que esperar algo o puedes buscarlo tú?” Y le ayudo a buscar.
Cuidar el sentido de la vida –la mía y la de los demás- es un modo de poner la ética personal y comunitaria al servicio de la vida, de toda vida.