Reflexión: Jesús de Nazaret y Dios.
Inédito interés por todo lo perdido. Evaristo Villar.
La pregunta sobre Dios, planteada desde el cristianismo, nos lleva a una respuesta difícilmente alcanzable en el resto de la cultura religiosa universal. No obstante, la respuesta cristiana nunca ha sido unívoca. La imagen de Jesús de Nazaret, llevando hasta el límite el ser humano, representa una de las respuestas más brillantes a esa inquietante cuestión.
La pregunta sobre Dios
Aun en los muchos casos en que la institución ha pretendido mantenerla en un marco doctrinal preciso, la pulsión poético-religiosa ha desbordado siempre este cerco. La contextualización local y la temporalidad han acabado reduciendo siempre a la provisionalidad todo intento por unificar la respuesta o la imagen de Dios.
Testigo de este fenómeno es la Biblia judeocristiana donde la curiosidad del lector va a ir pasando desde la firme prohibición de hacer imágenes de Dios —por el peligro de confundir la realidad con la imagen—hasta llegar a identificarlo con un ser humano, como ocurre en el NT. El recorrido que media entre Éxodo 2, 4 (“no te harás una imagen, figura alguna de lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra o en el agua bajo la tierra”) y Juan 1, 14 (“la Palabra se hizo hombre y acampó entre nosotros”) podría ser una bonita experiencia.
La búsqueda de alguna respuesta coherente a esta cuestión parece haber caído actualmente en la indiferencia. No se necesita ser sociólogo o filósofo de la religión para caer en la cuenta de que el Dios de las religiones, principalmente en Occidente, está sumido en una profunda crisis. Hoy se habla abiertamente de posteísmo, de posrreligionismo, de poscristianismo.
Una linterna encendida en un mediodía de sol radiante
Ninguna voz en Occidente —ni siquiera Karen Armstrong, “En defensa de Dios”— ha conseguido acallar al loco que presenta Nietzsche en La Gaya Ciencia con una linterna encendida en medio de la plaza en un mediodía soleado, gritando “Dios ha muerto”. Muchos teólogos y filósofos han tratado de desentrañar luego este sorprendente grito y descubrir nuevos escenarios ecohumanos donde hospedar la orfandad en que queda el ser humano.
La divinización de Jesús, una respuesta insuficiente
La teología cristiana de la “encarnación” —un ser humano que es Dios— es ciertamente una apuesta muy atrevida. La divinización de Jesús de Nazaret va mucho más allá de cuantos la historia ha considerado Hijos de Dios (personajes bíblicos, faraones, césares, etc.). Este Hijo de Dios del cristianismo ha llegado a convertirse en Dios Hijo, es decir, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, en igualdad con el Padre y el Espíritu. Estamos rozando el summum del sueño humano, llegar a ser Dios. Ese Dios que en el grito del loco de la plaza había muerto, resulta que constituye ahora la centralidad del credo cristiano.
La metáfora de la encarnación
Hay especialistas y teólogos que consideran el evangelio de la encarnación, como sucede en tantos otros pasajes del NT, no una historia sino una brillante metáfora. Leída acríticamente, de forma literal, estamos privando a este recurso literario de dimensiones simbólicas que, sin ser historia en sentido estricto, apuntan a otras finalidades. El relato de la encarnación, leído simbólicamente, representa la gran utopía humana: llegar a ser uno con la divinidad.
Este bello poema utópico, leído literalmente por el cristianismo, acabó convirtiéndose en afirmación metafísica: del Hijo de Dios se pasó al Dios Hijo. Pero, como ocurre en el resto de las confesiones religiosas, el cristianismo está también invitado, al referirse a Dios, a distinguir entre lo “real-en-sí” (siempre inaccesible) y lo “real-manifiesto” en multitud de epifanías y diafanías que transparentan al Dios inédito.
La humanización de Jesús
Si ya no podemos hablar de Jesús como encarnación literal de Dios, ¿qué podemos decir hoy que nos vincule a la experiencia que nos dejaron sus más cercanos testigos? ¿Cómo enlazar con la afirmación de Pablo “Dios estaba en Jesús”?
Desprendidos del ropaje metafísico que la tradición ha venido arrojando sobre Jesús de Nazaret (encarnación, trinidad, redención), aparece un ser humano plenamente abierto a la influencia de Dios y que realiza, en sus circunstancias históricas, el plan de Dios para la vida humana. Así, encarnando el Reino de Dios de forma extraordinaria, Jesús representa el ideal de vida humana sin barreras doctrinarias, sin temores tribales, sin prejuicios de género y categoría,… una vida y un amor que transparenta el amor irrestricto de Dios.
Encarnación poética del Génesis
Los evangelios sinópticos, principalmente en las parábolas —¡cómo ignorar al buen samaritano (primaveral cuidado de la vida) o al padre del hijo pródigo (explosión de ternura y compasión)!—, pero también en el resto del texto reflejan el plan de Dios manifestado en la vida de Jesús en los dos planos humanamente posibles: el cosmos y la humanidad.
Sin la conciencia ecológica de hoy —científica y posmoderna— la mirada de Jesús sobre el cosmos refleja la sensibilidad poética del Génesis. Su vinculación propia con el cosmos arranca de la acción creadora de Dios (que él llama Abba) que da vida a los lirios del campo, a las aves del cielo, a los humanos y a toda la floración de vida que emerge de la tierra. Su acción amorosa se prolonga en el cuidado mimoso para vestir las flores de colores, dar de comer a las aves y hacer salir el sol a diario sobre buenos y malos (Mt 5 y 6).
Inédito interés por todo lo perdido
El lugar social donde los sinópticos colocan a Jesús es siempre en “malas compañías”. Aquellas que una máxima “tanaíta” comparaba con un muerto: personas paralíticas, ciegas, leprosas y estériles. En expresión de Ch. H. Dodd, Jesús muestra “un inédito interés por todo lo perdido”: pobres, hambrientos, ciegos y lisiados, enfermos y leprosos, recaudadores y endemoniados, las mujeres y los niños,… un cortejo de personas indefensas y vulnerables que, en su tiempo, constituían “las ovejas perdidas de Israel”.
Humano como Jesús, dirá L. Boff, solo Dios puede serlo.
1 comentario
La respuestas a las grandes interrogantes del Hombre estan en la persona de Jesus de Nazaret, aun por descubrir. El escenario de su debate se situa en la conciliacion de la Fe, Ciencia y Razon. El avance en su descubrimiento se irá percibiendo por la experiencia de vida testimonial de los cristianos en el compromiso con el hombre de su Tiempo en los Templos de la Vida.