Qué somos, qué deseamos y para qué
Jesús Bonet Navarro
Las nuevas tecnologías abren grandes posibilidades a la humanidad pero plantean en su camino hacia la posthumanidad muchas preguntas sobre en qué consiste “ser humanos”. Bailamos con máquinas, pero a veces la melodía tiene ruidos. No podemos empeñarnos en obviar que somos finitos, vulnerables y, en definitiva, mortales, por más que la tecnología se desarrolle. La tecnología ayuda a mejorar, sin duda, lo humano, pero no puede ofrecer un sentido definitivo a la vida.
Enamorados de artefactos y algoritmos
Estamos en el Antropoceno (la era tecnológica humana); así llamaron a nuestra era hace veinte años E. Stoermer y P. Crutzen. Hay profundos cambios en la visión del mundo y del ser humano, mejor conocimiento del universo y de los ecosistemas de la Tierra, desarrollo acelerado de las tecnologías de la información, de la biología, de la medicina y de la ingeniería; los algoritmos nos organizan casi todo. El horizonte parece ser la transhumanidad e incluso la posthumanidad. Somos el homo tecnosapiens: bailamos con la técnica porque reconocemos su necesidad y su futuro; pero la melodía de la danza tiene varias disonancias.
Las nuevas tecnologías, basadas en la información, no sólo almacenan un conjunto de datos, es decir, no son únicamente conocimiento; son mucho más: crean la realidad, la única en la que hay que creer; o sea, la realidad no es más que información, datos; y los seres humanos, para muchos tecnocientíficos, no somos más que organismos de información interconectados cuyos cerebros se pueden escanear, clonar y transpasar a otro ser humano o a un ordenador; todo lo que existe es un objeto de información. Información se hace sinónimo de realidad. La vida y la cultura tienen que adaptarse a los datos.
Esto origina interrogantes sobre qué son la personalidad, la identidad, el relato personal y sobre qué es el cuerpo al margen del cerebro.
En camino hacia la posthumanidad
¿Cuál puede ser el futuro: un mundo de cíborgs, androides, híbridos genético-mecánicos…? ¿Qué queremos ser y para qué? En el proceso transhumanista todavía existe la relación entre naturaleza y tecnología, pero en la meta posthumanista se vislumbraría un tipo de seres en el que la tecnología, casi o totalmente autosuficiente, no tendría más relación que con ella misma.
Desde luego, ni en la humanidad transhumanista ni en la posthumanista tendría papel alguno Dios. Los artefactos sintéticos, previamente diseñados por el ser humano pero luego, tal vez, autodiseñados, modelarían el mundo, sin referencia a ninguna imaginaria divinidad. Lo que llamamos “naturaleza” no sería más “natural”, original y auténtico que los robots con distintas formas de existencia y de comportamiento. Ese sería el mundo de los posthumanos.
¿Es esa la evolución que deseamos? Creo que no. Aunque técnicamente fuera posible, no todo lo posible es deseable ni necesario.
Somos finitos, vulnerables y mortales
Tenemos vocación de vida total y permanente; la muerte parece la frustración de esa vocación. Por eso, el ser humano siempre ha luchado por ralentizar, detener o revertir la entropía, ese aumento progresivo de la pérdida de energía desde el nacimiento hasta la muerte.
Por eso, hay que entender el posthumanismo dentro de esa lucha tan humana. Pero no todo es trigo limpio: la ciencia y la tecnología no siempre son neutrales; detrás de ellas hay también intereses geopolíticos, militares y económicos. El posthumanismo puede convertirse en un nuevo dios que exija fe y obediencia.
Con máquinas o sin ellas, seremos siempre limitados, vulnerables y mortales. La finitud y la incertidumbre no son una desgracia ni un fracaso. “La vulnerabilidad es una dimensión universal de la vida humana. […] La respuesta a la vulnerabilidad es el cuidado. […] Si nuestro objetivo es un futuro en el que seamos invulnerables, erramos el tiro” (Jennifer J. Thweatt, Natalidad, mortalidad y poshumanidad).
La muerte no puede ser manipulada técnicamente. Si se percibe como un final absoluto, la técnica sólo alargará el proceso entrópico pero no evitará la frustración final. Por el contrario, si “la muerte es la puerta permanente al futuro absoluto” (K, Rahner, El experimento con el hombre) y si “sólo aceptándola puede realmente (el ser humano) descubrirse e inventarse a sí mismo” (K. Rahner en el mismo artículo), el modo de entender el futuro cambiará, sin renunciar a la ciencia.
Evolución, tecnología y sentido de la vida
Analizar críticamente el posthumanismo no es renunciar a la evolución ni a las posibilidades de ir más allá de los límites, porque llevamos dentro la llamada a transcender límites en todos los sentidos. Hay algo de no-finito en nosotros y eso anima nuestra búsqueda; pero los grandes éxitos de la tecnología no tienen por qué conducir a un mayor sentido de la vida personal y colectiva.
El sentido de la existencia humana no es un asunto cuantitativo, una duración indefinida de la vida en un espacio ilimitado; es un asunto cualitativo, de apertura a lo definitivo y transcendente. Por mucho que se prolongue la vida, si no hay un viaje hacia algo más, no se conseguirá más que un colectivo de cíborgs supervivientes sin otro sentido que el propio desarrollo tecnológico.
Y, además, quedarán pendientes asuntos como la subjetividad humana, la corporeidad (una máquina no es mi cuerpo), la identificación del sujeto moral en un mundo de cíborgs, las desigualdades sociales, la pobreza de la mayoría, el valor de lo comunitario, la verdadera calidad de vida, la dignidad de los seres humanos, el respeto a la naturaleza, la persona como fin y no como medio para el desarrollo tecnológico… El posthumanismo obliga a replantear lo que significa ser humanos para no convertirnos de homo tecno-sapiens en homo tecno-demens.
1 comentario
Muchas gracias, Jesús, por este mensaje tan clarificador. No creo que nos coja de sorpresa la deshumanización de la ciencia; pero no todo es así y, además y siendo optimista, aún tenemos oportunidad de revertir el proceso de pérdida de valores en favor de una técnica sin ellos.