María José Palma Borrego. Escritora.
Entiendo que la espiritualidad femenina no tiene nada que ver con la religión, que es un sistema solidario de creencias y prácticas en su relación con la divinidad, sino que es vivir la vida, la tuya, la de cada uno y cada una, en su relación con lo que esta tiene de sagrado, es decir, vivir una vida humanizada y a su vez humanizándola.
Igualdad no es identidad
Así entiendo la “vida del espíritu”, pues siguiendo a Annah Arendt: “conformamos una pluralidad y somos a la vez distintos, distintas e iguales, porque todos y todas tenemos la libertad de cambiar el mundo, así como la decisión de ser iguales, que no es lo mismo que ser idénticos, como nos quiere el totalitarismo tecnológico patriarcal.
El resultado de todo ello, es la multiplicidad y la riqueza de lo sagrado de la vida misma, en y de cada vida humana, digna de respeto, y relacionada con la naturaleza y el cosmos.
Lo sagrado como experiencia
Lo sagrado en oposición con lo profano es la estructura elemental de toda religión. No comparto esta oposición binaria, excluyente, patriarcal. Entiendo lo sagrado como la experiencia de un estremecimiento primordial en el que se asientan sus dos vertientes: la del espanto que nos infunde la inmensidad que se nos presenta y la del goce que procura la mística. Por ejemplo, en esas dos enamoradas que acabo de leer y de releer, Teresa de Ávila y Thérèse de Lisieux, su hija simbólica del Carmelo francés de finales del siglo XIX.
Si, el tremendo misterio que habita en todo ser humano, puede ser sentido de diferentes maneras. Puede penetrar como un suave flujo del ánimo, en la forma del resentimiento de la devoción absorta, como hemos hecho resaltar anteriormente en la mística, y puede estallar de súbito en el espíritu, entre embates y convulsiones. Lo sagrado puede presentar también formas feroces y demoniacas y puede hundir el alma en horrores y espantos, en las profundidades de la vida, que no son celestiales, sino sólo eso, vida vivida, relación con los otros como alteridad.
A ellos y a ellas, como seres sagrados, nos debe llevar la vida del espíritu. En este sentido, insisto, la relación con los demás debe tener un valor sagrado, no en su relación con la divinidad, sino con lo más incomprensible de la vida humanizada, encarnada en cuerpos diferenciados unos de otros en sus deseos y en sus relaciones subjetivas, masculinas, femeninas y en tránsito. Todo ello dejando paso una vez más a la vida con sus goces y sus sombras.
Un poco más de silencio
Así entiendo la vida del espíritu de las mujeres, porque aquí es el caso hablar de ellas, de mí, de nosotras, como algo corpóreo y secreto, frente a la pornologia gritona y ruidosa y la pornografía destructora, a la que el capital y sus aledaños patriarcales nos tiene tan acostumbrados/as. La brutalidad con la que trabajan, hace y deshacen, no nos dejan ver ni los silencios ni Los claros del bosque, de los que nos habla tan estéticamente bien María Zambrano, y por ello, es necesario un poco más de silencio benefactor para salvar nuestra propia existencia. Nuestra propia espiritualidad.