Antonio Zugasti
El mundo humano ha sobrepasado sus límites. La forma actual de hacer las cosas es insostenible. El futuro, para tener algún viso de viabilidad, debe empeñarse en retroceder, desacelerar, sanar.Informe al Club de Roma
En 1848 Marx proclamaba: «Un fantasma recorre Europa: El fantasma del comunismo». Y añadía que todas las fuerzas de la vieja Europa se habían unido para hacer frente a ese fantasma. Hoy hay que reconocer que esas viejas fuerzas, con la ayuda de la joven Norteamérica, han tenido éxito. Ese fantasma dormita en el desván de los trastos viejos. Y por ahora no parece que tenga muchas posibilidades de salir de ahí.
Pero la propia dinámica expansiva del sistema capitalista (y en esto la extinta Unión Soviética actuaba igual) está impulsando el crecimiento desbocado de toda una legión de fantasmas, que recorren amenazantes el mundo entero, y son mucho más difíciles de someter que el viejo comunismo de Carlos Marx. Entre ellos, el cambio climático es seguramente el fantasma que más se asoma a los medios de comunicación, pero no está solo. Junto a él están el agotamiento de los recursos no renovables, la sobreexplotación de los renovables, la desertización, la contaminación del aire y el agua, la acumulación de residuos, entre ellos los nucleares, y la pérdida de la biodiversidad.
Solamente contra el cambio climático se han tomado algunas tímidas medidas. Pero, sin despreciar la gravedad que puede llegar a tener esta amenaza del recalentamiento de la Tierra, destacados expertos sostienen que precisamente este fenómeno es el de efectos más inciertos, pues los factores que influyen en el clima son muy complejos. Se unen las modificaciones causadas por la acción humana y las variaciones naturales que se han producido siempre en la historia de la Tierra. Mientras que los otros fantasmas son bombas de relojería que, si no se desactivan, indefectiblemente llegarán a estallar con efectos devastadores.
Esta conclusión se hace evidente teniendo en cuenta el carácter exponencial del crecimiento material impulsado por el capitalismo. Eso de exponencial quiere decir que cada cierto número de años se duplica la actividad económica, con el requerimiento consiguiente de recursos y la producción de toda clase de desechos y contaminación. Si suponemos un crecimiento anual próximo al tres por ciento, que es una aspiración normal para un país desarrollado, una elemental fórmula matemática nos dice que esa duplicación de la actividad se produce cada 20 años.
Creo que la mayor parte de la humanidad no nos damos cuenta de lo que esto supone. Si en los últimos 20 años en España se han edificado, pongo por caso, dos millones de viviendas, en los próximos 20 años, hasta el 2025, será necesario construir cuatro millones para mantener la tasa de crecimiento. Y del 2025 al 2045 ¡ocho millones de viviendas! Si se han construido 10.000 Km. de autovías, hasta el 2025 es preciso construir 20.000, y 40.000 de ahí hasta el 2045. Si se han fabricado 5 millones de coches, para mantener el crecimiento es necesario fabricar 10 millones hasta el 2025, y 20 millones los 20 años siguientes. Y lo grave es que esto ocurre en un sistema cerrado, el planeta Tierra, con unos recursos estrictamente limitados, donde lo único que nos llega del exterior es la energía del sol. Aunque el desarrollo técnico permita conseguir alguna relativa reducción en los recursos necesarios para ciertas actividades, es tan acelerado el crecimiento material, que la necesidad de toda clase de recursos y la destrucción del medio natural progresan con velocidad creciente. ¿Cuánto tiempo aguantará la nave espacial Tierra este ritmo vertiginoso? ¿Piensan que las posibilidades físicas de nuestro planeta no tienen límite?
Los dirigentes mundiales, económicos y políticos, tratan de conjurar esta amenaza terriblemente real con una palabra mágica. En sus discursos, junto a la palabra desarrollo, ponen sostenible, y siguen tan tranquilos dejando que todo lo demás siga igual. Ni siquiera a Tolkien, en El Señor de los Anillos, se le ocurrió atribuir tal poder al anillo de Sauron.
Pero el crecimiento canceroso de la economía capitalista continúa imparable, porque hacer frente a la amenaza que supone ese ejército de fantasmas exige una dinámica diametralmente opuesta a los principios fundamentales del sistema capitalista.
En primer lugar, el mercado, que es el gran profeta del sistema, es totalmente ciego ante el medio o el largo plazo. Lo que se busca son resultados inmediatos. Un bosque produce una cierta riqueza si se conserva y se explota racionalmente, pero a lo inmediato produce mucho más si se talan todos los árboles y se deja arrasado el terreno. Lo que está pasando con la Amazonía demuestra claramente hacia qué tipo de explotación se inclina la economía capitalista.
Los mares se están contaminando gravemente. El Mediterráneo es seguramente el más claro ejemplo. Combatir la contaminación exige cuantiosos recursos, pero el beneficio de tener el Mediterráneo limpio es para todos, es un bien público, no va a la cuenta corriente de nadie, el Mediterráneo no cotiza en Bolsa. Es necesario invertir sin una rentabilidad económica inmediata, y eso no encaja en la economía capitalista. A los capitalistas el bien de todos y el largo plazo les trae al fresco. Les resulta más rentable seguir acumulando urbanizaciones junto a la costa, aunque eso sea una barbaridad ecológica.
La agricultura industrializada, con uso y abuso de ingentes cantidades de productos químicos, indudablemente ha permitido un gran aumento de la producción agrícola, pero tiende a agotar las tierras y exige cada vez mayores cantidades de agroquímicos. Lo sensato sería promover el paso a una agricultura ecológica, apoyada en procesos naturales bien estudiados. Esta agricultura puede llegar a ser suficientemente productiva sin necesidad de fertilizantes o pesticidas químicos. Pero la rentabilidad de las grandes empresas químicas exigen una agricultura cada vez más artificial y más dependiente de todos sus productos, desde las semillas hasta los herbicidas, y como colofón, los cultivos transgénicos.
Se podrían seguir poniendo ejemplos hasta cansarnos. Por otra parte, tiene pocas posibilidades de hacerse real lo que se dice a veces de que los trabajos de preservación del medio ambiente pueden ser un nuevo campo de negocio para las empresas capitalistas. Y así, con el incentivo del beneficio, se cuidaría el medio ambiente. Ciertamente no se puede negar que algunas empresas puedan obtener sustanciosos beneficios con trabajos puntuales de conservación o regeneración de ecosistemas dañados, pero la incompatibilidad entre el sistema capitalista y la conservación de la naturaleza es radical.
Porque conservar el medio ambiente supone poner, en primer lugar, lo colectivo, lo público, la sencillez de vida material, las previsiones de futuro. El sistema capitalista, por el contrario, está volcado en la sociedad de consumo, en lo individual, lo privado y el beneficio inmediato. La empresas capitalistas trabajan de cara al mercado. Todo, el arte, la cultura, la salud, todo, tiende a transformarlo en mercancía y explotarlo, también el medio ambiente. ¿En qué mercado se va a vender una atmósfera limpia? Tendrían que ser los Estados los que se encargaran de conseguir, vía impuestos, los recursos para esas obras de prevención o regeneración. Pero un objetivo prioritario del neoliberalismo es precisamente la disminución de los impuestos y el alejamiento del Estado de la actividad económica.
Pocas posibilidades tiene, pues, una economía capitalista de hacer frente a ese ejército de fantasmas muy reales que hacen temblar la Tierra. El único medio que tienen para prolongar un poco más la resistencia es conseguir que el crecimiento no sea para todos, sólo para los privilegiados del mundo. Justo lo opuesto al lema con que abrimos nuestra campaña. El gran problema actual es que potencias, como la India y China, con la fuerza de su enorme población, exigen participar en la tarta del consumo, y con ello los fantasmas crecen y se fortalecen.
Para justificar su pasividad ante estos problemas mucha gente se refugia en una confianza ciega en la ciencia y la técnica: «Ya se encontrarán los medios para hacer frente a esos problemas» ¿Qué seguridad tenemos de que se van a encontrar? La ciencia ha avanzado de una manera increíble en ciertos campos, pero sigue encontrando multitud de problemas que es incapaz de resolver. Y muchas predicciones muy optimistas se han revelado equivocadas.
¿Nos subiríamos a un avión si los dos pilotos están discutiendo sobre la posibilidad de quedarse sin combustible en mitad del océano? Pues las dudas sobre el combustible y los víveres de que dispone la Nave Espacial Tierra para seguir en la ruta de un crecimiento material indefinido son terriblemente serias.
Es verdad que estas predicciones de desastres ecológicos, aunque están apoyadas en argumentos científicos muy sólidos, no son una demostración matemática. En el campo científico, hasta que una hipótesis no se comprueba experimentalmente, no se puede hablar de certeza. Pero, si estas predicciones se cumplen, ya será demasiado tarde.