Vivir de otra manera: La ecología como camino de búsqueda, encuentro y relación espiritual

Nuria Saavedra Castro

Equo

El término ‘ecología’ fue incorporado, en el siglo XIX, por Henry David Thoreau. Algunas personas lo consideraron como el “profeta de la ecología y la ética ambiental”, además de inventor de la desobediencia civil. 

La Real Academia Española, actualmente, define la ecología como la ciencia que estudia los seres vivos que habitan un medio, y las relaciones que mantienen entre sí y con el propio medio. Esta definición nos lleva a profundizar en varias cuestiones: ¿a quiénes consideramos seres vivos y habitantes de un medio?, ¿qué tipo de relaciones existen y cómo se mantienen? y ¿qué entendemos por medio?

Partimos de que seres vivos son aquellos seres que tienen vida. Así, según la RAE en dos de sus acepciones, el término ‘vida’ se identifica con un “estado o condición a que está sujeta la manera de vivir de una persona”, y también con la “actividad que desarrolla una persona o una comunidad”. Por tanto, los seres vivos son aquellos que tienen una determinada manera de vivir y actuar, tanto de forma individual como colectiva o comunitaria. Hay que aclarar que estas acepciones solo hacen referencia a la especie humana, pero lo generalizaremos para todos los seres vivos.

Cuando nos preguntamos a quiénes consideramos seres habitantes de un medio, no cabe duda de que se hace referencia a aquellos seres vivos que residen o habitan en un lugar determinado, hayan nacido o no en dicho medio.

Con respecto a los tipos de relaciones existentes y de cómo se mantienen esas relaciones, se abren cuestiones diversas que podríamos ubicar en la realidad social de forma paralela a un ecosistema concreto en un medio determinado y, del cual, podríamos aprender que la naturaleza, por sí misma, tiene una fuerza regeneradora y constructora que armoniza y estabiliza, y que los seres vivos y el entorno se adaptan para su supervivencia en un medio o entorno concreto y de proximidad. Así, el ecosistema es un lugar que ofrece unas características apropiadas para que pueda vivir un organismo, especie o comunidad animal y/o vegetal. El darwinismo social, que es una teoría social basada en la teoría de la evolución de Charles Darwin sobre la selección natural, introdujo elementos biologicistas para la explicación de las comunidades humanas en los que primaba la competición y la supervivencia de la persona más fuerte.

Cuando hablamos, por tanto, de ‘ecología’, estamos introduciendo en el debate no solo cuestiones relacionadas con la tierra (cambio climático, calentamiento global, etc.), sino también otros elementos íntimamente relacionados, como las migraciones, la soberanía alimentaria, el reparto de la riqueza, la feminización de la pobreza, la propiedad de la tierra, las relaciones equitativas e igualitarias o discriminatorias, los derechos de los animales como seres sintientes, la destrucción del medioambiente, el pacifismo y la resistencia activa no violenta, la diversidad sexual y de género, el derecho a la autodeterminación de las personas, pueblos y culturas, la interdependencia, la participación real y directa de la ciudadanía, la horizontalidad en la toma de decisiones y la transparencia de las mismas, el compromiso en los cuidados, los espacios que construimos en las ciudades y que, depende de cómo los construyamos, generarán una forma u otra de convivencia e interrelación, el futuro del mundo rural y de las personas mayores y con diversidad funcional, los nuevos modelos de familias y otras formas nuevas también de convivencia, la acogida de lo diverso y diferente, la consciencia de los prejuicios y estereotipos; tantos y tantos elementos asociados y vinculados que hacen que, cuando hagamos referencia a la ‘ecología’, sea imposible pensar única y exclusivamente en la tierra o en el medioambiente, sino que tendremos que relacionar también a todos los seres vivos que compartimos un territorio, a todos los seres con vida y, especialmente, aquellos que tienen más dificultades para su supervivencia.

La espiritualidad nos indica el camino hacia la felicidad. Ésta es imposible de alcanzar si no se vive con consciencia la realidad, la propia y la ajena, desde la más próxima a la más lejana. Un camino personal que se comparte con otras personas y con la comunidad, como proyectos de vida compartidos. Para todo este proceso vital de búsqueda, es necesario el estudio para conocer y así poder comprometerse – personal y comunitariamente – con la palabra y con la vida.

La coherencia de la acción con el mensaje transmitido nos sitúa en un compromiso que puede ser transmitido y ofrecido como alternativa de proyecto vital real para alcanzar la felicidad que empieza ya desde el inicio del camino y que continúa durante todo su trayecto.

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