Violencia sobre la mujer emigrante
Nurit Peled
Nurit Peled es una opositora israelí cuya hija de 14 años murió hace varios años en un atentado suicida. Nurit Peled fundó la Asociación de Familias Israelíes y Palestinas Víctimas de la Violencia. Invitada el 8 de marzo pasado a hablar ante el Parlamento Europeo, Estrasburgo, con ocasión del Día Internacional de la Mujer, pronunció un discurso profundamente humano, cuyas ideas resumimos a continuación:
Gracias por haberme invitado a esta jornada.
Sin embargo, creo que deberían haber invitado a una mujer palestina, porque las mujeres palestinas son las que más sufren la violencia en mi país. Dedico estas palabras a Miriam R’aban y a su marido Kamal, de Bet Lahiya, en la banda de Gaza, cuyos cinco hijos fueron asesinados por los soldados israelíes cuando recogían fresas en el campo familiar.
Desgraciadamente la violencia local inflingida a las mujeres palestinas por parte del gobierno y del ejército israelíes se ha extendido a todo el planeta. Es una violencia que casi nunca se aborda y que la mayoría de las personas en Europa y Estados Unidos apenas excusan. Ocurre así porque el denominado mundo libre tiene miedo del útero musulmán.
La gran Francia de la libertad, la igualdad y la fraternidad está aterrorizada por unas jóvenes que llevan pañuelo en la cabeza, el Gran Israel judío tiene miedo del útero musulmán que sus ministros califican de amenaza demográfica. El todopoderoso Estados Unidos y Gran Bretaña contaminan a sus respectivos ciudadanos con un miedo ciego a los musulmanes, que son descritos como viles, primitivos y sedientos de sangre. Y ello a pesar de que quienes destruyen hoy el mundo no son musulmanes. Uno de ellos es un cristiano devoto, otro es anglicano y el tercero es un judío no piadoso.
No conozco el tipo de violencia que hace de la vida de una mujer palestina un constante infierno: se les priva de los derechos humanos fundamentes y de una vida privada digna; se entra en su casa a cualquier hora del día o de la noche, se les ordena bajo la amenaza de un arma quedarse desnudas y quitarse la ropa delante de extraños y ante sus propios hijos, sus casas son destruidas…
Todo esto no forma parte de mi experiencia personal. Pero soy una víctima de la violencia contra las mujeres en la medida en que la violencia contra los niños es de hecho una violencia contra las mujeres. Las mujeres palestinas, iraquíes, afganas son mis hermanas porque todas nos encontramos atrapadas en el asedio de los mismos criminales que en nombre de la libertad nos roban a nuestros hijos.
Todas nosotras hemos sido educadas para soportar todo esto en silencio, pero nunca para aclamar en público a Madre Coraje. Yo soy una víctima de la violencia de Estado. Temo el día en que mi hijo cumpla 18 años y me sea arrebatado para ser el instrumento del juego de unos criminales como Bush, Blair y su clan de generales sedientos de sangre, sedientos de petróleo, sedientos de tierra…
El islam en sí, como el judaísmo y el cristianismo, no son amenaza ni para mí ni para nadie. El imperialismo estadounidense, la indiferencia europea y el racista y cruel régimen israelí de ocupación son la verdadera amenaza. Cuando las madres palestinas pierden a sus hijos en los campos de fresas, pregunto lo que Anna Akhmatova, otra víctima de la violencia contra las mujeres y los niños, peguntó: “¿Por qué este hilillo de sangre desgarra el pétalo de tu mejilla?”