No picaré en el cebo de la vida, turbio nombre que Dios puso a la muerte;
la farsa de la historia, de la suerte, me pilla con la máscara vestida.
Y la naturaleza, esa homicida,
de tanto aporrearme, se ha hecho inerte.
Naturaleza, historia y Dios, Reverte,
no harán que me desangre por su herida.
En nadie creo ya, en nada espero,
y no me amo yo más que a otro del hato.
Guardo la compostura, veo y río.
O si acaso desprecio… Nada quiero. Sólo matar el tiempo en quienes mato, batiendo el ala triste del hastío.
Esto habló un capitán, hombre de chapa, tiró la copa y se terció la capa.