¡Al cole!

¡Al cole!

Los voluntarios de Gallinero

Martes, 27 de enero de 2015, 7.50 h. de la mañana. La temperatura en los alrededores del que se considera uno de los núcleos chabolistas más pobre de todo el país no pasa de los 20 C. En el Gallinero, marginalidad a un kilómetro de otra marginalidad como es la Cañada Real, el día comienza, sorprendentemente, con la ilusión de cerca de 120 niños y niñas de entre 3 y 12 años que se preparan para ir a la escuela. Como otros tantos menores de toda la comunidad de Madrid y del resto de España. Bueno, con la misma ilusión pero con infinitamente más carencias. La falta de agua corriente, la ausencia de una simple letrina, el correr de las ratas por entre las puertas de las casas o el frío, ese frío polar que parece entrar por cada rendija que dejan los cartones y tablones que hacen de paredes, hace que su despertar no sea como el de nuestros hijos e hijas. A unos centenares de metros de sus infraviviendas esperan las rutas escolares, que les van a llevar durante unas horas a una realidad bien distinta, aun con la duda de saber si, a su vuelta, las chabolas en donde viven todavía estarán en pie.

Estar escolarizado es el primer paso para salir de esa realidad, pero éste no puede darse sin unos mínimos que garanticen que el esfuerzo que se realiza no es en vano. Los problemas son innumerables (obligatoria la lectura del informe “La situación de la infancia en ‘El Gallinero’, de Save the Children y la Universidad de Comillas, y que se puede descargar en: http://www.savethechildren.es/docs/Ficheros/756/Los_Derechos_Humanos_son_tambien_cosa_de_ninos.pdf), pero uno muy básico es la alimentación. Se han conseguido becas de comedor para todos los niños y niñas escolarizados, ayudas alimentarias a familias, se gestiona una ayuda por parte del Banco de alimentos,…. Sólo faltaba un pequeño desayuno que les haga no ir con el estómago vacío a clase. Y ahí entran los voluntarios, la gente de San Carlos Borromeo y de la Comunidad de Santo Tomás de Aquino, que se encargan de que 90 chavales reciban todos los días una pequeña bolsa con un batido de chocolate, unos cereales o unas magdalenas mientras esperan la ruta (los pequeños que van a la escuela infantil desayunan allí). Realmente da gusto ver a estos niños y niñas venir por la cuesta hacia los autobuses, dejando durante unas horas un mundo de violencia, pobreza extrema y olvido. Sus caras sonrientes, el “esto no me gusta”, “prefiero la ensaimada”, “¿no quedan galletas de chocolate?” suena a música y provoca una entrañable sonrisa en quienes comparten estas primeras horas del día con estas chicas y chicos que tanto mérito tienen.

Cuentan de Bertrand Russell que, cuando fue detenido en una protesta antinuclear en 1961 con 89 años, el jefe de la policía le preguntó si no le daba vergüenza a su edad hacer cosas como esas, a lo que él le contestó: “lo que me daría vergüenza es hacer lo que usted hace”. Es quizá ese mismo sentimiento de vergüenza ante una realidad excesivamente visible y descarnada lo que convoca en torno a esos desayunos. Es la Solidaridad, sentirse miembro de una misma comunidad sin importar origen o credo. Es ese “mantener los oídos siempre atentos al grito del dolor de los demás”, como proclamaba monseñor Proaño, que llama cada minuto a nuestras puertas. No basta con constatar que las distintas Administraciones, especialmente la municipal, miren hacia otro lado y presionen con medidas principalmente represivas para que desaparezcan –al menos a ojos vista- situaciones como las del Gallinero. La política de la Administración suele ser tapar, ocultar lo que no quiere que se vea, poner decorados y anuncios que eviten ver la cara oculta de un capitalismo que deja en la cuneta a muchos seres humanos. Y frente a eso, nosotros debemos practicar una solidaridad activa porque estamos convencidos de que es una poderosa herramienta de trasformación de la realidad social que vivimos.

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