Ante una DESPEDIDA, ¿Y tú cómo lo llevas?.
Luis Ángel Aguilar Montero.
Me piden en el consejo de redacción que comparta en esta sección una carta que envié a mi gente más cercana, unos días después del funeral de mi querida esposa y compañera. Con gusto, aunque con un pelín de pudor, envío estas palabras que espero se entiendan en su justa medida:
El día que despedimos a Ofelia, en el tanatorio puse en común unos balbuceos sobre la experiencia de amor recíproco que tuvimos la suerte de vivir, durante esos 14 años de compartir la vida a borbotones, en las duras y las maduras, en la salud y en la enfermedad y os reconocí que era el recuerdo de los momentos compartidos y el no haber racaneado ni una sola pizca del amor encomendado, lo que me había dado la fortaleza necesaria para sobrellevar esta aflicción.
Hoy permitidme responder públicamente a quienes me habéis preguntado, en los últimos 4 últimos meses -¿Y tú cómo lo llevas?-. Y lo cierto y verdad, es que lo he llevado -y lo sigo llevando- todo lo bien que se pueda imaginar, dentro de lo que ha sido este desconsuelo.
-¿Y cómo tan sereno?- Bueno, la verdad es que ha habido de todo, pero en general he vivido todo este proceso con bastante paz y armonía, y fundamentalmente por tres razones:
- Una, sin duda, la FE en un Jesús de Nazaret muerto y resucitado y la seguridad en que, como Él, estaremos con el Señor para siempre, o lo que es lo mismo, pasaremos a mejor vida. Una FE con mayúsculas que se apoyaba en la curiosa “oración” o pacto que yo siempre mantuve con el “abba” y por la cual sabía que recibía a Ofelia como un regalo para acoger, cuidar y hacer feliz, siéndolo yo a la vez, y para darme a los demás. Una alianza que intuía, -si no plenamente al principio, sí cuando hace 8 años apareció esa fatídica espada de Damocles que fue el cáncer que tan dignamente llevó- una “fecha de caducidad”. Por eso, uno ya tenía asumido que tarde o temprano llegarían estos momentos y que para no lamentarnos después, el tiempo que nos había sido concedido, debíamos vivirlo plenamente. Os confieso, aunque pueda parecer jactancioso, que honestamente así lo hicimos. No se nos gastó el amor de tanto usarlo, pero si lo vivimos hasta que lo apuramos. Y cumplimos Su voluntad, apostando todos los talentos recibidos y derrochando “alma, corazón y vida” por tantos y tantos lugares del mundo y con tantas y tantas personas, que uno no puede ya lamentarse de nada en ese sentido. Esa es -y no otra-, la primera y más importante razón para vivir todo esto con la calma y el desprendimiento que te sosiega y te hace entregarte hasta el final.
- La segunda razón, sois VOSOTRAS, las personas amigas, hermanas, camaradas, amantes; tantas y tantos vosotr@s que lejos o cerca, presentes o ausentes, por whassapps o en la mente, desde los silencios o llamadas, hasta las visitas o los círculos de oración…, ¡tanto nos habéis tenido presentes!, que uno recibía esa energía regeneradora que te impelía a cumplir el designio requerido y a mantener el tipo de una manera ciertamente sorprendente.
- Y la tercera, como no, OFELIA, la persona que me lo puso tan fácil, la amante que me adoraba cómo así confesaba públicamente a sus compañeras, en sus clases y hasta en conferencias; Es difícil imaginarse tan generosa entrega y tanto AMOR como el que me explicitaba todos los días de su vida en España, hasta apenas cuatro días antes de su muerte, que se dice pronto. Ella me hizo vivir tan plenamente nuestra relación que uno ya quedaba tan satisfecho como cuando se apura un refresco hasta saciarse. Pues entonces ya no queda vacío, ni sensación de soledad -como algunos se empeñan en decirme que llegará- porque se llega a entender eso de que “los dos serán una sola carne” (Gn 2, 24).
Pues ya veis, y acabo: No hacía falta mucho más. Yo siempre pedí al ABBA, que es Padre y Madre a la vez, la fuerza suficiente para pasar los tragos que me tocara afrontar y nunca que me apartara los cálices que me correspondieran por ingratos que fueran; y seguramente, por pedirlo con convicción –¡cuidado con las cosas que deseáis!, que decía Ramón Roldán- o por haber sido elegido para ello, siempre se me concedió ese Don. ¿Lo entendéis ahora? Ni la polio, ni los desamores; ni las cirugías, ni los rechazos; ni las separaciones, ni el divorcio; ni las pérdidas de mis padres o amigos, … me quitaron el sueño jamás, ni el apetito, ni las ganas de silbar, de vivir o de luchar. ¿Insensible? Yo no lo creo. Quizás ese era el DON.
(Hasta aquí la carta, pero si cabe poner esta poesía a la que se hace referencia)
Que fácil me lo pusiste, amor
Que fácil lo hiciste todo, amor. Fácil, hasta conquistarte. ¡Qué fácil fue quererte!
Tan fácil, vivir contigo, que fácil me pusiste hasta la muerte.
Desde esa seguridad para quedarte -cuando jamás soñaste venir a España-
Hasta tu deseo y convicción de esparcirte, en un campo manchego de amapolas.
Nada de exequias, ni traslados; De nichos, ni mausoleos…
En los campos que tanto te impactaron, Allí quisiste perderte, y aquí te dejo.
Para ser nueva sementera en la tierra; Nuevas amapolas, y tan rojas,
Como la revolución pendiente que me dejas por tarea.
Descansa en Paz y vive en tod@s; Porque a tod@s sonreíste
¡Qué fácil era quererte y qué fácil, me lo pusiste!