Segundo de la serie de tres artículos de Juan José Tamayo a partir de su participación en la Semana de Estudios Franciscanos en Lima
A Francisco de Asís y al Papa Francisco los separan ocho siglos. Y, sin embargo, se encuentran en plena sintonía y comparten el mismo proyecto de Iglesia. “Restaura mi Iglesia” fue la llamada que recibió Francisco de Asís y puso manos a la obra para cambiar el rumbo del cristianismo bajo el signo evangélico de la opción por las y los pobres. La reforma de la Iglesia fue el compromiso que asumió desde el principio el Papa Francisco y que apenas avanza o no avanza al ritmo que debiera hacerlo. ¡Qué pena!
Cuando fue elegido Papa no dudó un minuto en decidir su nuevo nombre: Francisco. Y no lo hizo a la ligera, sino con el compromiso de seguir los pasos del poverello de Asís, a quien tomó como guía e inspiración. Él mismo contó por qué había elegido ese nombre en el discurso pronunciado tres días después de su elección ante la prensa mundial con cerca de seis mil personas presentes en el Aula Pablo VI:
“Algunos no sabían por qué el Obispo de Roma ha querido llamarse Francisco. Algunos pensaban en Francisco Javier, en Francisco de Sales, hasta en Francisco de Asís. Les contaré la historia. En la elección, estaba junto a mí el arzobispo emérito de São Paulo y también prefecto emérito de la Congregación para el Clero, el cardenal Claudio Hummes: ¡un gran amigo, un gran amigo! Cuando la cosa se hizo un poco peligrosa, él me confortaba.
“Cuando los votos subieron hasta dos tercios, vino el aplauso de costumbre, porque había sido elegido el papa. Y él me abrazó, me besó y me dijo: “¡No te olvides de los pobres!” Y esa palabra entró aquí -dijo señalando la cabeza-: los pobres, los pobres. Luego, inmediatamente, en relación con los pobres pensé en Francisco de Asís. Después pensé en las guerras, mientras que el escrutinio continuaba, hasta llegar a todos los votos. Y Francisco es el hombre de la paz. Y así nació el nombre en mi corazón: Francisco de Asís. Es para mí el hombre de la pobreza, el hombre de la paz, un hombre que ama y cuida la creación; en este tiempo no tenemos una relación tan buena con la creación, ¿verdad? Es el hombre que nos da este espíritu de paz, el hombre pobre…”.
Y, a renglón seguido, afirmó: “¡Ah, cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres!”, a imagen de Jesús, el Cristo Liberador, porque él, continuó, es el centro, la referencia fundamental, el corazón de la Iglesia, no el sucesor de Pedro ni la Iglesia. Sin Cristo ni el Papa ni la Iglesia tendrían razón de ser. El propio Francisco insiste en esta idea: la Iglesia no puede ser autorreferencial, tiene que ser “Iglesia en salida” y debe ir a las periferias geográficas y existenciales, al Sur Global, donde se concentra la pobreza estructural, provocada por el modelo de globalización neoliberal, que destruye por igual el tejido de la vida de las mayorías populares y de la naturaleza.
Su propósito al elegir el nombre era seguir el ejemplo de Francisco. Y así lo hizo. Renunció a vivir en la que era la residencia oficial del Papa en el Palacio Apostólico y optó por vivir en la residencia de Santa Marta. “Vivo en la Casa de Santa Marta y no en el Palacio Apostólico porque me gusta estar entre la gente. No puedo estar solo”. “A un profesor que me lo preguntó le dije que no podía estar en los aposentos pontificios por motivos psiquiátricos”, bromeó Francisco el 7 de junio pasado ante la curiosidad de unos nueve mil alumnos de escuelas jesuitas de Italia y Albania que lo visitaron. Pidió que su anillo del pescador fuese de plata dorada en lugar de oro macizo; cambió el trono dorado por un sencillo sillón blanco. Y así sucesivamente.
Pero donde mejor se expresa esa sintonía y convergencia de los dos Franciscos es en la Encíclica Laudato Si’. Sobre el cuidado de la casa común. El propio título lo toma del Cántico de las criaturas, que llama a la tierra madre y hermana que nos acoge entre sus manos y con la que compartimos la existencia: “Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, que nos sustenta, y nos gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y hierba”.
En la Encíclica presenta a Francisco de Asís como ejemplo por excelencia de la “ecología integral”, patrono de los ecologistas, cristianos o no, y modelo de atención especial a la creación y a los pobres, como místico y peregrino que vivió en armonía con Dios, el prójimo, la naturaleza y consigo mismo. Así demostró que “son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior” (n. 10).
Francisco no solo predicaba a las personas, también lo hacía a las flores, a quienes en palabras de su biógrafo Tomás de Celano, “invitaba a alabar al Señor como si gozaran del don de la razón”. Valoraba a todas las criaturas más allá de los cálculos económicos y las llamaba “hermanas”. Apoyándose en Francisco de Asís, el Papa defiende el lenguaje de la fraternidad y de la belleza y lo contrapone a las actitudes de dominio y de consumismo. “La pobreza y la austeridad de San Francisco –afirma- no eran un ascetismo meramente exterior, sino algo más radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto de dominio” (n. 11).
Nos recuerda que la hermana tierra clama de dolor por el daño que la provocamos con el uso irresponsable y los abusos que cometemos contra ella. Pablo de Tarso es bien expresivo al respecto: “la creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto” (Romanos 8,22) y con ella nosotros y nosotras, especialmente los y las pobres.
Nos creemos propietarios, dueños, señores feudales con derecho a depredar a la naturaleza, cuando solo somos sus habitantes, sus huéspedes. Nos engreímos sobre ella y la maltratamos, sin tomar conciencia de que nosotros también somos tierra (Gn 2,7) y de que “nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura.” (Laudato Sí, n° 2). Por eso, cuando destruimos la tierra, nos estamos destruyendo a nosotros mismos. Las enfermedades que causamos a la tierra se convierten en enfermedades nuestras. Cuando contaminamos el aire, los ríos, la atmósfera, los alimentos, nos estamos contaminando nosotros, ya que formamos una comunidad con ella, la comunidad eco-humana. En una palabra, ecocidio es suicidio.
Pero el Papa Francisco no sigue miméticamente a Francisco de Asís quedándose en el tiempo en que vivió el “hermano menor”, sino que ubica su mensaje en nuestro hoy. Se siente especialmente preocupado por la crítica situación preocupación de la Amazonía, objeto de salvaje deforestación y destrucción extractivista. Por eso ha convocado el Sínodo Panamazónico y advierte de que “el futuro de la Humanidad y de la Tierra está vinculado al futuro de la Amazonía; por primera vez se manifiesta con tanta claridad que desafíos, conflictos y oportunidades emergentes en un territorio, son la experiencia dramática del momento que atraviesa la supervivencia del planeta Tierra y la convivencia de toda la humanidad”.