Colaboración: El Partido Pecador

AZP

El título que he puesto a este artículo es un riesgo, porque es evidente  que lo de hablar de pecado no está de moda. Durante siglos la jerarquía eclesiástica ha dado tanto la barrila con su interminable lista de pecados  que en nuestras sociedades mucha gente –cada vez más– pasa olímpicamente del tema del pecado.

El problema es que, con la caída de una  moral obsesionada con el pecado, ha caído también el sentido ético de la vida humana, y ha pasado a la irrelevancia más total la idea de que todos tenemos unas obligaciones  éticas y morales. El resultado es el dominio de una cultura totalmente amoral, en la que impera un individualismo hedonista, para el cual no existen los imperativos éticos que deben guiar la vida humana.

La competencia es esencial

Esto explica la amplia aceptación de un partido político que se pasa todas las normas morales por el forro de la chaqueta. Muchos de sus dirigentes han sido condenados por los tribunales, y la cadena de casos de corrupción es tan larga  que no podemos creernos eso que cínicamente afirman: que se trata de casos puntuales, pero que la organización no tiene nada que  ver. Más bien podemos pensar que la influencia de este partido en la judicatura es lo que ha permitido a sus máximos dirigentes librarse hasta ahora de ser sometidos a juicio.

Pero no son sólo los casos de corrupción lo que obliga a darle este calificativo. El PP defiende una economía capitalista cien por cien, y en el fondo del sistema capitalista la falta de ética no es una corrupción más o menos accidental, está inscrita en sus genes más profundos. Poner la competencia como un elemento esencial del sistema es evidente que no nos lleva a los ideales de igualdad y de fraternidad que marcan el nacimiento de la modernidad en Europa. Y la libertad de los derrotados en la competencia tampoco sale muy bien parada.

Combate de gladiadores

 La competencia tiene un objetivo último: conseguir la riqueza, y para conseguir ese objetivo todo vale. Como la riqueza disponible no es ilimitada y las aspiraciones a conseguirla sí lo son, la lucha es interminable, y cuanto mayor sea la victoria de algunos mayor será el número de los derrotados. La compasión hacia estos derrotados no entra en el programa de la competencia capitalista. Como en un combate de gladiadores, no hay compasión para los vencidos. Han luchado, pero han sido menos hábiles que los vencedores, que sufran las consecuencias de su incapacidad. Además, no hay que preocuparse de que la lucha no sea limpia, la mano invisible del mercado lo convertirá todo en el mayor bien de la sociedad.

¿Sucumbirá totalmente la humanidad ante esta ola de amoralidad capitalista? Espero que no. Como afirmaba el filósofo Immanuel Kant, en el fondo del alma humana hay una ley moral imborrable que nos empuja hacia el bien. Diversas circunstancias históricas, que no vamos a analizar aquí, han llevado a que esa ley moral esté hoy oculta  por la inmoralidad capitalista. Pero, en el fondo del alma, esa ley sigue viva.

Hay que avivar la llama

Y todos los días podemos ver cómo esa exigencia moral hace levantarse  a muchas personas contra la brutal inmoralidad del capitalismo.  Ahora, en la frontera de Polonia con Bielorrusia, un mínimo de sensibilidad humana empuja a muchos a ayudar a las víctimas del juego perverso de dos gobiernos de extrema derecha.

Avivar la llama de ese fondo moral de los seres humanos es una tarea fundamental para liberarnos de la catástrofe a que nos lleva la barbarie capitalista.

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