Antonio Moreno de la Fuente
El 25 de septiembre de 2020 comenzó la recogida de un millón de firmas en la Unión Europea, según una Iniciativa Ciudadana Europea (ICE), para presentarlas en el Parlamento europeo, a fin de que se estudie la implantación en toda Europa de una Renta Básica Universal e Incondicional (RBUeI).
Pero ¿es posible implantar esta RBUeI? Los Sindicatos y los Partidos políticos no lo creen así, tampoco los nosotros los católicos lo tenemos muy claro. ¿Por qué?
La razón fundamental, a mi ver, de las reticencias y oposición de unos y otros, se basa en una de las constantes de la doctrina de la Iglesia desde la época medieval y que ha sido admitida por nuestra sociedad. Es decir, en considerar al trabajo como fuente única de la propia subsistencia, basándose en la maldición divina del Génesis 3, 17- 19: “Comerás el pan mediante el sudor de tu rostro” y en las palabras de S. Pablo en 2 Tes.3, 10-12: “Quien no quiere trabajar, tampoco coma…Rogamos por N.S. Jesucristo que, trabajando tranquilamente, coman su propio pan”. Si quieres vivir debes trabajar, es la doctrina constante judeocristiana. Como se sabe, el Calvinismo posteriormente transformó la maldición divina del trabajo en bendición y signo de predestinación. El éxito económico que se obtiene por la laboriosidad es, para los evangélicos y especialmente para los calvinistas, una señal de elección y salvación. Esto lo demostró a Mas Weber, en su obra: La ética protestante y el espíritu del capitalismo. Ahora bien, ¿es esa la única tradición existente en la Iglesia cristiana? No, pues existe otra tradición en el Cristianismo primitivo, que las diversas corrientes cristianas olvidaron por razón de sus intereses económicos. Tradición que trato de rescatar en este artículo.
Jesús puso la Religión en los pobres
Según José M.ª Castillo (La laicidad del Evangelio. pp. 55 y 108), la revolución que trajo Jesús en su tiempo fue, no abolir la Religión, sino cambiar su sentido. Si entonces el centro de la Religión estaba en el culto, en los sacrificios, en las personas, cosas y tiempos sagrados, Jesús la puso en el servicio a los hermanos, en los pobres y marginados de la sociedad. El Cristianismo es una religión laica, no sagrada. Y esto lo entendió y practicó la primitiva Comunidad de Jerusalem, según nos lo cuenta Lucas en la descripción que nos hace de la vida comunitaria, en Hch 2, 42-45 y 4, 32-35. Allí aparece que su praxis era el servicio a los demás, que tenían comunidad de vida y de bienes (koinonia=comunismo), que distribuían según la necesidad de cada uno (vv.44-45). Es cierto que Lucas señala también como rasgos de la primitiva Comunidad cristiana: la visita o frecuencia al Templo “perseveraban unánimes en el templo” (2, 46), que “partían el pan en las casas”, en memoria de la última Cena. Pero, lo principal es el “testimonio de la Resurrección del Señor” (2.33) y la comunidad de bienes: “poseían todo en común” (koinonia) (2.32), por la venta de los bienes que tenían y cuyo precio total recibido ponían a los pies de los Apóstoles, para que se distribuyera según la necesidad de cada uno: “Porque entre ellos no había ningún indigente, ya que los que poseían campos o casas los vendían, llevaban el producto de la venta y lo ponían a disposición de los apóstoles; luego se distribuía según lo que necesitaba cada uno” (Hch 4,34-35). Podemos concluir que el relato revolucionario de la primitiva comunidad cristiana de Jerusalém es que: los bienes son comunes, de modo que cada miembro de la Comunidad debe recibir gratuitamente aquello que necesita para vivir. No era pues el trabajo en la Comunidad primitiva de Jerusalem la fuente fundamental de la propia subsistencia. O expresado de otra forma: el fruto del trabajo debe ponerse en común=en koinonia, para que todos puedan tener sus necesidades básicas cubiertas y no haya indigentes. Al poseer los bienes en común, si se vendían, sus propietarios primitivos no podían reservarse ninguna parte, como pretendieron hacer Ananías y Safira (Hch 5).
El cristianismo primitivo fue el primer comunismo
Las comunidades paulinas, en cambio, no practicaron esta koinonia, la comunidad de bienes, sino que en base a la tradición judía era el trabajo la primera fuente de subsistencia, según dijimos. No obstante, San Pablo predica y practica como complemento el socorro o ayuda a los hermanos necesitados, haciendo y enviando a Jerusalem varias colectas (Rom 15, 26; 2 Cor 8,3; Hch 11, 29) y esta ha sido la práctica asumida por la tradición eclesiástica.
La práctica de los primeros cristianos se ha valorado de diversas formas, pero quien mejor lo ha hecho, a mi entender, ha sido la escritora comunista Rosa Luxemburgo, según he escrito en otro lugar. Para ella, el cristianismo primitivo fue revolucionario, por ser el primer comunismo, lo que fue motivo de convertirse en la religión del proletariado de los primeros siglos. Pero fue, sin embargo, un comunismo de consumo, no de producción, como diría Marx, pero comunismo al fin, expresado con el término griego koinonia..
Comunismo de consumo previo al de producción
La conclusión que me parece extraer de esta lectura bíblica es que nosotros, los cristianos del siglo XXI, debemos cambiar la interpretación tradicional de “Comerás el pan mediante el sudor de tu rostro” por la de la primitiva Comunidad: los bienes son comunes, es decir, debemos practicar ese comunismo de consumo del que habla Rosa Luxemburgo, lo que no quita que posteriormente debamos trabajar y, si queremos, ir a ese comunismo de producción, en el que también los bienes de producción sean comunes y, dentro de ese comunismo de producción, todos colaboremos según nuestras capacidades para satisfacer nuestras necesidades y potencialidades.
RBU superadora del IMV
Pero se puede preguntar ¿de qué modo? Estimo que podría ser de dos formas: En primer lugar, los que nos llamamos cristianos, particularmente de las CCP, firmando y trabajando por la implantación de una RBUeI en Europa, según decíamos al principio. Mientras tanto, en nuestro país podemos abogar por la implantación de una Renta Básica de Emergencia o cuarentena, en vez del raquítico e inútil Ingreso Mínimo Vital aprobado por el gobierno.
En segundo lugar, podría corresponderle a la Iglesia jerárquica española. Que la Conferencia Episcopal Española (CEE) recupere, al menos, la primitiva tradición paulina: del socorro o ayuda a los hermanos necesitados (Rom 15, 26; 2 Cor 8,3; Hch 11, 29). Para ello, podría desprenderse de los bienes que posee y no necesita para el culto: vendiendo o donando al Estado los “tesoros de las catedrales” (de Sevilla, de Toledo etc), de los Santuarios etc y con su producto establecer un Ingreso Mínimo Vital Eclesiástico para todas las personas que acuden a Caritas. .