Antonio Zugasti
Creo que el diagnóstico sobre la situación del mundo en el que vivimos -y en el que nuestros descendientes tendrán que seguir viviendo- debería realizarse sobre los dos elementos que intervienen en este problema: el planeta Tierra y la humanidad que lo habita.
Nuestro planeta
El diagnóstico sobre los efectos que la civilización industrial produce en el estado de nuestro planeta está hecho desde hace mucho tiempo. A mediados del siglo XIX Stuar Mill formuló su teoría del estado estacionario. Mantiene S. Mill que el progreso industrial y el crecimiento de la riqueza necesariamente llegarán a un límite, y a demás, ese crecimiento eliminaría gran parte de lo más agradable de la vida. Por eso afirma: “espero, para bien de la prosperidad, que los partidarios del estado progresivo se conformarán con ser estacionarios mucho antes de que la necesidad les obligue a ello”
No se cumplió esa esperanza de Mill. Aunque nunca han faltado pensadores y científicos que alertaran sobre los riesgos que para nuestro planeta suponía el incontrolado crecimiento económico, los problemas ecológicos quedaron totalmente marginados en el desarrollo de las teorías económicas, lo mismo dentro del capitalismo que dentro del socialismo soviético.
En los años sesenta y setenta del siglo XX reaparece con fuerza el cuestionamiento del desarrollo material indefinido. Las teorías del “Crecimiento cero” apoyadas en el estudio realizado por el MIT (Massachusetts Institute of Technology) para el Club de Roma, crearon un fuerte movimiento de opinión a favor de buscar una orientación para el progreso de la humanidad distinta del simple crecimiento económico. Pero el huracán neoliberal surgido en los ochenta arrinconó los planteamientos ecologistas y lanzó a la humanidad por la senda del crecimiento más demencial. En vano un nuevo informe del MIT, realizado 20 años después del anterior, insistía, con más elementos de análisis, en los riesgos que la humanidad estaba corriendo. El resultado de la investigación fue alarmante. En el estudio se afirma:
“El mundo humano ha sobrepasado sus límites. La forma actual de hacer las cosas es insostenible. El futuro, para tener algún viso de viabilidad, debe empeñarse en retroceder, desacelerar, sanar. No se puede poner fin a la pobreza por el desarrollo material indefinido; debe hacérsele frente mientras la economía material humana se contrae.”
Esta idea de que nos estamos “sobrepasando” es central en el estudio, y la desarrolla ampliamente.
“La utilización humana de muchos recursos esenciales y la generación de muchos tipos de contaminantes ha sobrepasado ya las tasas que son físicamente sostenibles. Sin reducciones significativas en los flujos de materiales y energía, habrá en las décadas venideras una incontrolada disminución per cápita de la producción de alimentos, el uso energético y la producción industrial”.
Similares estudios críticos se han continuado elaborando en los últimos años, en los cuales la situación se ha agravado todavía más por la incorporación al desarrollo industrial de países superpoblados como China y la India. Los problemas referentes al cambio climático han conseguido saltar al primer plano de la atención pública, sin embargo lo único que han conseguido es que el capitalismo se haya visto obligado a pintar de verde su insaciable ambición, y ahora sigue talando bosques, quemando petróleo y levantando rascacielos, pero lo hace bajo la etiqueta de desarrollo sostenible.
Sin embargo el futuro real aparece como bastante insostenible. Podríamos hablar de las teorías científicas que se refieren al crecimiento de la entropía, a los sistemas abiertos y cerrados, o a la irreversibilidad de muchos procesos que se producen en la actividad económica. Pero cualquier persona, aunque no tenga ni idea de qué es eso de la entropía, ni se aclare con lo de los sistemas abiertos y cerrados, simplemente con un mínimo de sentido común, se da cuenta de que el crecimiento constante -cada vez más fábricas, más carreteras, más coches, ciudades más grandes- es algo que parece imposible mantener de una manera indefinida. Si además es consciente de que se trata de un crecimiento exponencial, es decir, que aumenta cada vez más, el problema se vuelve agobiante. Pues no se trata de crecer lo mismo cada año, sino que, si un año crecemos 5, al siguiente se crece 6, y al siguiente 8, al otro 12, al otro 20 y así sucesivamente. Resulta que vamos a acabar cubriendo el planeta de cemento, y a ver entonces qué comemos y qué respiramos.
Este razonamiento parece bastante incuestionable. Lógicamente debería condicionar toda la actividad económica de la humanidad, pero vemos que, en la práctica, su influencia es muy poco perceptible. En el imaginario colectivo, en el conjunto de ideas, valores y aspiraciones que orientan la vida de los seres humanos no ha llegado a penetrar la importancia y la urgencia de este problema. Toda nuestra sociedad parece constituir una gran “Ciudad Alegre y Confiada”, como reza el título de la otrora famosa obra de Jacinto Benavente. Incluso basta que se presente una crisis de otro tipo, como la crisis financiera, para que se aparquen todas las leves inquietudes referentes a la sostenibilidad de nuestra civilización, y la gran preocupación se concentre en reanudar el interrumpido crecimiento.
Por supuesto que al desarrollo indefinido no le faltan ardientes defensores. Como ejemplo examinemos lo que afirman dos figuras destacadas de ese campo:
“Confiamos en que la naturaleza del mundo físico permita mejoras continuadas en los procesos económicos de la humanidad… indefinidamente. Desde luego, siempre hay nuevos problemas de origen local, escasez y contaminación… Pero la naturaleza de las condiciones físicas del mundo y la elasticidad de un sistema económico y social que funciona en forma óptima, nos permite sobreponernos a esos problemas, y las soluciones suelen dejarnos en mejores condiciones que si el problema jamás se hubiera planteado; ésa es la gran lección que debemos aprender de la historia humana.”
(Julian Simon y Herman Kahn)
Pintoresca la actitud científica de estos señores. Frente a los estudios objetivos que reclaman un inmediato control del desarrollo, oponen la confianza, actitud totalmente subjetiva. Confían en que la naturaleza del mundo físico permita mejoras continuadas. ¿Y si no las permite? ¿Por qué razón va a permitirlas? Además consideran que los procesos de producción material son indefinidamente mejorables, pero el sistema económico y social, el capitalismo, ya ¡funciona de forma optima! ¿Por qué? ¿En qué se basan para decir que los procesos físicos son indefinidamente mejorables, pero el capitalismo ya funciona de forma optima?
Nosotros
¿Cómo respondemos los seres humanos a estos planteamientos? ¿Qué nos pasa? ¿Por qué preferimos seguir avanzando en la senda de un crecimiento material sin límites, a pesar de los argumentos tan pobres que se dan en su favor? ¿Por qué razón la mayoría de la humanidad prefiere confiar en que todo se arreglará?
Más que de razones tendríamos que hablar de emociones, pues no se trata de unos planteamientos científicos, sino de opciones vitales donde lo emocional ocupa el primer plano. Vivimos en una sociedad de consumo. Ponemos nuestra felicidad en el consumo (de objetos, servicios, viajes, diversiones…) Un gran centro comercial, al que pudiéramos acudir con una inagotable tarjeta de crédito, sería el paraíso. Pero un consumo siempre creciente no se puede mantener sin un crecimiento económico indefinido.
La idea de crecimiento económico se ha desarrollado en los dos últimos siglos en la cultura occidental, y ha arraigado con tal fuerza en la psicología colectiva, que difícilmente se asumiría como suficientemente satisfactorio un estado estacionario en lo económico.
“Tanta esperanza, tantas identidades personales, tanta moderna cultura industrial se han construido sobre la premisa del perpetuo crecimiento material” que para una buena parte de nuestra sociedad, renunciar a un crecimiento económico continuo, supondría renunciar al principal aliciente de su vida, que se vería gris, monótona y deprimente
Como consecuencia de esto, las razones científicas, el cálculo de probabilidades de que el desarrollo indefinido lleve a un resultado u otro, están profundamente influidas por una actitud emocional, por la apuesta decidida en favor de una de las opciones.
Un hecho que facilita el que nos lancemos sin freno por la carrera del deterioro ecológico es que, hasta ahora, ese deterioro no está afectando de una manera claramente visible, impactante, a los países enriquecidos. A los ciudadanos de estos países repetidamente llega información sobre los riesgos ecológicos del planeta, pero eso no deja de ser una teoría, todo lo bien fundada que se quiera, pero una teoría. Por el contrario el bienestar material que proporciona la sociedad de consumo es un dato de experiencia, mucho más fuerte que cualquier teoría.
El futuro de nuestro planeta nos lo jugamos, pues, en el terreno de las emociones más que en el de las ideas. Y no resulta eficaz recurrir a emociones negativas como el miedo o la ascesis obligada. Tenemos que defender que otro mundo no fundado en el crecimiento económico indefinido es posible, y que además es mejor, más placentero. Pero tampoco vale defenderlo como una teoría muy bien fundada. Tenemos que experimentarlo, vivirlo, saborearlo. E irradiar la emoción de un maravilloso descubrimiento.