Terminamos, con este número, el ciclo de “UN MUNDO SIN FRONTERAS”, en el que hemos dado un paseo por la CIUDADANÍA, considerándonos todos ciudadanos del mundo. Hemos apostado por la LAICIDAD, como un espacio de convivencia entre quienes somos diferentes, cultural, religiosa y étnicamente; nos hemos atrevido a entrar en el mundo de la miseria y la marginación que supone la INMIGRACIÓN, esa “amenaza” que viene a descubrir nuestras hipocresías, esos tópicos que enarbolamos como banderas de lucha: el “invasor, que nos va a quitar puestos de trabajo, tranquilidad y bienestar”. Y, para culminar este ciclo, nos adentramos, en este número en el MESTIZAJE. Es una palabra que suena, un poco, a película del Oeste y, quizá por esa causa, nos puede parecer algo externo y ajeno a nosotros. Pero es algo que empieza a ser realidad entre nosotros y no podemos verlo como una mera anécdota o caso aislado.
Mestizo, en un sentido restrictivo de la palabra, es el resultado de la mezcla de dos razas, de dos costumbres, de dos religiones, de dos formas de vivir, que dan como resultado personas de otro color, mezcla de los progenitores; personas que conocen, viven y respetan dos estilos de vida diferentes. En un sentido amplio, esta mezcla se extiende a tres, cuatro y muchas más, razas y culturas.
Históricamente, somos un pueblo mestizo. Este país nuestro, hasta que pudo llamarse España, pasó por todo tipo de invasiones y, por supuesto, de mestizajes. Si partimos de los iberos, como primitiva población de Iberia, y los celtas, con los que se unieron (celtíberos), pasamos por los griegos (Rosas, Ampurias, Denia, Sagunto), fenicios, cartagineses (Carthago Nova) y llegamos a los romanos (Tarraconense, Lusitania y Bética).
Cuando cae el Imperio Romano, aparecen los suevos, vándalos y alanos (bárbaros del norte) que, posteriormente, son vencidos por los visigodos. También los hunos intentaron entrar, pero fueron derrotados por la alianza con los francos. Y, ya la invasión más reciente, los árabes, que invaden y dominan España durante siete siglos.
Y, después de todo esto, ¿nos asusta pensar en mezclar más razas, costumbres, religiones, etc.? Pensemos en positivo: somos un país privilegiado geográficamente, en un enclave natural que sirve de COMUNICACIÓN (no de separación) entre África y Europa. Nosotros somos un ejemplo vivo de lo enriquecedor que es un mestizaje, hasta el punto de que nos hemos llegado a creer que nuestra cultura es limpia y sin tacha, cuando, en realidad, es un cúmulo de tantas otras que han pasado por aquí.
Teniendo presente este pasado, hay que propiciar la fusión, no la integración, con estas gentes que nos vienen de otros países: CIUDADANOS DEL MUNDO, a los que no tenemos que hacer el favor de dejarles convivir con nosotros, sino acogerlos y ayudarlos y compartir con ellos la casa común: la Tierra.
Porque nuestros hijos e hijas se unirán, cada vez más frecuentemente, con personas venidas de fuera. Y esa realidad, que es ya nuestra realidad, debemos vivirla como una gran riqueza.
Ésto no es una ola de inmigrantes que llega, por unas circunstancias excepcionales, a nuestra cómoda Europa. Ésto es una realidad creciente, que nos lleva hacia una nueva identidad.
No cabe duda de la dificultad que entraña esta misión, porque nuestros egoísmos nos impiden ver al hermano en esa persona de otra raza y nos llevan a los tópicos (interesados, por supuesto) que hemos expuesto al principio. Pero lo cierto es que, en un primer momento, estas personas han venido a cubrir un espacio laboral que ningún españolito está dispuesto a desempeñar: labores en el campo, cuidado de enfermos y personas mayores, formando parte de las Fuerzas Armadas y un largo etcétera; han sacado a la Seguridad Social de la temida quiebra, han incrementado los ingresos del Estado, pagando sus impuestos, han rejuvenecido la población, incrementando el índice de natalidad.
Por todo ésto, entendemos que se abre ante nosotros un horizonte de esperanza, por lo que supone de creación de un mundo nuevo, más fuerte, enriquecido y unido.
Voces de esperanza se oyen por todas partes. No estamos solos. Éste es el Reino que Jesús nos dijo que teníamos que construir. Y en ello estamos.