Gema Ballesteros y Mónica Gómez
Logroño
“Y en sus ojos veo el Amor de Dios”… Desde su habitación y en los brazos de Gema, me mira y sonríe nuestra pequeña hija, Candela. Siempre hemos creído en la familia como un don, un regalo, una buena nueva. El nacimiento de nuestra hija hizo inmensa nuestra felicidad, después de llevar compartiendo nuestra vida más de once años.
Liberarnos de prejuicios y censuras, y descubrir que otras formas de amor eran posibles, que además del afecto y de la complicidad de unas buenas amigas, entre Gema y yo había una tremenda atracción, un intenso deseo de estar y permanecer siempre juntas y que aquello que sentíamos no podía ser algo corrupto, desordenado o malo, no fue fácil. Sin embargo, nuestro amor era más fuerte que los convencionalismos; nos sentíamos libres y dignificadas en él y, …con la temeridad y locura propias de cualquier pareja de enamoradas, apostamos por un proyecto de vida en común.
La moral sexual que nos transmitieron desde nuestras familias y también en el colegio fue la misma que actualmente la jerarquía de la Iglesia sigue imponiendo. Sin embargo, nunca vivimos con culpabilidad nuestro amor. Nuestra fe en Cristo y nuestra orientación sexual no son excluyentes; estamos profundamente convencidas. Dios nos ha hecho así; está bien y eso es bueno. Nuestro amor es sincero, comprometido y fiel; nos une en una sola persona y a la vez nos hace libres para crecer y mostrar en nuestro día a día que Dios está con nosotras y que bendice nuestra familia.
Sí, nos hemos alejado de la Iglesia, de esa parte de la Iglesia que se siente única e irrefutable representante del mensaje de Jesús. Tantas humillaciones, odio y rechazo provocan mucho dolor.
Hace unos meses vivimos dos momentos inolvidables: la celebración de nuestra boda y el nacimiento de nuestra hija. Con los años hemos encontrado en la familia y en los amigos respeto y aceptación. Poder manifestar ante ellos nuestro amor ha hecho que por fin se nos reconozca como una familia con todos nuestros derechos. Un documento que diga que dos personas están casadas no cambia la relación de una pareja; sin embargo hace mucho más fáciles algunas cuestiones rutinarias, como poder acompañar a tu pareja en una revisión médica, tomar decisiones en caso de enfermedad, pagar menos impuestos, pasar directamente a bienes gananciales o simplemente obtener facilidades en las actividades deportivas del barrio…; y, sobre todo, que los niños nacidos en ese matrimonio están protegidos legalmente por la figura de sus dos padres o madres. De esta nueva situación de casadas hicimos uso rápidamente. Gracias a ella, el hospital en el que nació nuestra hija nos permitió estar juntas en la sala de dilatación, en el paritorio… y en todos los momentos en los que solamente pueden estar presentes familiares.
Nuestra decisión de ser madres fue, como en cualquier pareja, meditada. Ante la llegada de un niño, todos avisan: “te va a cambiar la vida”, y es cierto; lo podemos asegurar. Nuestra vida iba cambiando y ha cambiado doblemente: por una lado una niña modifica cosas tan sencillas como los horarios, las rutinas, hasta la decoración de la casa e incluso el coche. Sin embargo, para nosotras, además, implicaba que el “armario” que nunca tuvimos cerrado, ahora se quedase sin puertas.
Vivir siendo fieles a lo que sentimos, expresando este amor, reconociendo lo que nace de lo más profundo de nuestro corazón, nos ha hecho más libres y auténticas, aunque a veces, y sobre todo en el ámbito laboral, sigue implicando una continua lucha por nuestra dignidad.