Entrevista: Andrés Aganzo.
Evaristo Villar.
Andrés Aganzo es sociólogo. Ha sido técnico en el servicio de estudios e investigaciones de Cáritas española y coordinador del programa de empleo y economía social. Actualmente jubilado, participa en la Asamblea Ciudadana de Getafe, municipio madrileño con una población de 177.000 habitantes, donde se dan cita la quiebra de la vivienda, el desempleo y, consecuentemente, la falta de ingresos.
Como especialista en Psicología Social que eres, ¿cómo ves el proceso social que estamos atravesando: con preocupación, con esperanza?
Mirando desde Getafe, se puede descubrir la situación general de la población española. Durante las últimas décadas hemos estado vertebrados bajo los parámetros de “creced, creced, malditos, es vuestra oportunidad” y al mismo tiempo se introyectaba el sentimiento de que “quien fracasa es por su propia responsabilidad”; era sólo una burbuja. Y esta burbuja del crecimiento económico sin vuelta atrás estaba encubriendo la magnitud de la pobreza. Con la quiebra del empleo (modelo inmobiliario y especulación financiera) todo ha quedado al descubierto. Los recursos han huido de la clase media y ésta se ha quedado reducida a material de derribo. Millones de personas, entre las que emerge una generación bien preparada, se han quedado sin empleo y con incertidumbre de futuro. Y los movimientos sociales, antes de corte reivindicativo del bienestar, tienen que organizarse ahora en retroceso, en resistencia. La esperanza está ahora apoyada en la capacidad de resistencia.
Se dice que “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”…
Es una trampa de los dueños de la economía y las finanzas. No, la sociedad no ha vivido por encima de sus posibilidades. En el mejor de los casos, ha vivido bajo la perspectiva del consumo indefinido, “ir de menos a más”, engañada. Ahora que el sistema económico, en su dimensión social, ha fracasado, los movimientos sociales y la izquierda no deberíamos seguir pecando de ingenuos al pensar que los valores de solidaridad, fraternidad y uso de las libertades eran conquistas definitivas. Tampoco deberíamos caer en la trampa de agarrarnos, como hacen los partidos de derecha y de centro, a la idea de recuperación o vuelta a la situación anterior a la crisis, la senda del crecimiento del producto interior bruto (PIB). Si políticamente puede ser rentable, porque la austeridad nunca es un buen reclamo político, vender el retorno como un éxito social está siendo una burla para las clases populares, actualmente empobrecidas.
Esperando un balance más exhaustivo de lo que nos está ocurriendo, ¿cómo explicar este proceso de empobrecimiento de las masas?
A mi modo de ver, solo tiene una explicación: su ausencia del proceso productivo y redistributivo de bienes y servicios generados. Una ausencia de participación que no es nueva, sino que viene desde muy atrás. La desafección y distanciamiento de las bases de la acción política, y, más en concreto, de la intervención en la regulación económica ha sido general. Todo se ha creado siempre desde arriba para el pueblo pero sin contar con la soberanía del pueblo. Por otra parte, se ha producido el fenómeno de la fuga de la militancia al funcionariado estatal; esto ha sido una constante desde la transición. Este fenómeno ha dejado a las bases sin tejido social, sin trama asociativa, que explica, en cierto modo, el empobrecimiento de un proyecto político de cohesión social. Ahora, bajo el peso de la actual crisis, se está produciendo una cierta reestructuración del tejido asociativo.
¿Encuentras algún intento serio de salida de la actual situación?
Sí. Hay un cierto despertar de la indignación y una cierta articulación de las bases; en un primer momento, de reacción ante los efectos: el desempleo, los desahucios, el incremento de la pobreza severa,… en torno al “sentimiento de dolor” de los hogares más frágiles. Pero también está creciendo la conciencia social y política; se está produciendo un tránsito en la comprensión de las causas que generan los problemas. El sufrimiento, antes confinado a la impotencia, se explica por la desigualdad existente: “los ricos son más ricos y los pobres más pobres”. Es relevante que en estos años denominados de crisis en las familias, los fondos del Ibex 35 se hayan mantenido estables y en aumento. Así como la evasión de ingentes sumas de dinero hacia paraísos fiscales, junto a la corrupción y al fraude instalado en el corazón del sistema. Todo un problema que se agrava con las nuevas generaciones que tienen que asumir el ir de “más a menos”. Añadamos, además, la dificultad que representan determinados partidos políticos en el poder, que siguen ofreciendo un “idílico volver a la senda del crecimiento”. Sin evaluar las causas que han generado la crisis. Es significativo lo que está aconteciendo en Grecia: la propuesta de Syriza, “nadie sin casa, nadie sin luz, nadie con hambre”, que son principios humanos fundamentales, puede resultar un terrible fracaso, porque automáticamente la Unión Europea se está organizando para que eso no ocurra. El poder financiero, que no tiene “sentimientos”, entiende que sería un mal ejemplo para los que vienen detrás, España, Portugal, Italia, etc. No obstante, y contra todas estas dificultades, están surgiendo una nueva conciencia ciudadana y unos movimientos sociales que, a la larga, pueden suponer un cambio sustancial en la creación de una sólida red social.
Reconocer lo que en estos momentos representan algunas instituciones tradicionales, confesionales o no, como Cáritas o Cruz Roja, es de justicia. Pero ellas mismas tampoco están fuera de la crítica…
Hay que partir del supuesto de que estas instituciones están recogiendo todo el desecho social de la crisis, es decir, todo lo que no tiene valor en el mercado. Y, en su descargo, hay que decir también que se están enfrentando a dos contradicciones difícilmente superables. De una parte, cuentan con grandes análisis que registran toda la miseria de la realidad. Análisis que te ponen ante los ojos las verdaderas causas del empobrecimiento de las bases populares. Conocen, pues, perfectamente dónde está la fuente o foco de la enfermedad. Pero, por otra parte, se encuentran con que los efectos de esa enfermedad, o flujo de “gentes dolientes”, llenan a todas las horas sus sedes y parroquias. Éstas se están convirtiendo en los “lugares de la insolvencia”. Y la dedicación a la acogida y acompañamiento de la “fragilidad” les impide devolver – pedagógicamente hablando- a la sociedad todo este caudal acumulado en forma de participación política. Y esto crea una gran contradicción entre las exigencias del grito doliente o denuncia profética y la propuesta política de la necesidad de un cambio real de cohesión social y solidaridad orgánica.
Pongamos un ejemplo: el Banco de Alimentos, que ha crecido proporcionalmente en la medida en que se han ido recortando los derechos constitucionales de la ciudadanía. El Banco de Alimentos, convertido exclusivamente en mero distribuidor, es un verdadero disparate, porque lo que el gobierno constitucional está recortando en derechos sociales, luego pretende, a través de “numerarios”, dárselo por caridad a la ciudadanía. Pero mientras se reparten los alimentos, no siempre queda espacio para la denuncia política del recorte de derechos sociales.
¿Cómo abordar con honradez y eficacia este tema?
Antes de nada, hay que decir que nadie cuenta con la fórmula mágica. Todos son, de alguna manera, pequeños parches. Y en esto, tanto el Gobierno de los recortes como los partidos políticos representados en el Parlamento tienen su parte de responsabilidad, pues no han sido capaces de articular un proyecto serio de atención a la pobreza y la exclusión social.
Luego, digamos que un factor indispensable para abordar con honradez este asunto no es otro que la presencia. Sin presencia física no puede haber cambio social. No bastan las leyes -siendo muy importantes-; es preciso engarzar bien los derechos constitucionales con la presencia en la calle, en el barrio, en la fábrica. Se necesita una presencia de carne y hueso que esté allí donde la gente sufre y muere. Desde esa presencia básica, frente al verticalismo generalmente lejano y ausente, es desde donde se da nombre a las necesidades reales y se exige que cristalicen luego en formulaciones jurídicas. La presencia significada es actualmente la forma de militancia que se convierte, casi sin pretenderlo, en un referente tanto para el político como para el legislador. La presencia contagia.
Un ejemplo pequeño para ilustrar todo esto. El Ayuntamiento de Getafe, regido por el PP, desbordado por las circunstancias, intenta en un momento determinado abordar el drama de los desahucios. Tratando de evitar la oposición política, convoca a los movimientos ciudadanos, entre los que están Cáritas, Cruz Roja y los Sindicatos. Dado como está el patio político, hasta pudiera haber sido un acierto. Pero cuando comienzan a surgir ciertas preguntas incómodas sobre el número de desahuciados al día, al año, sobre la cifra de viviendas vacías y la gente que acude diariamente a las parroquias porque no recibe atención en los servicios sociales públicos, etc. las cosas empiezan a cobrar otro cariz. Sobre todo, cuando se llega a la conclusión de que hay mucha gente sin casa y muchas viviendas vacías… Todo esto está exigiendo del Ayuntamiento un cambio drástico de las normas municipales de la vivienda. Entonces se crea el conflicto, porque lo que el Ayuntamiento no aborda es el tema de la vivienda en profundidad, sino algunos gestos de caridad. No busca soluciones, sino complicidad y parches con una política injusta. Finalmente, con la presión social se consiguieron 45 viviendas que permanecían vacías y se pusieron a disposición de las familias más necesitadas. Aquí se dieron cita la presencia de afectados, la reivindicación de derechos y la búsqueda de soluciones institucionales.
¿Cómo defines más concretamente ese modo de presencia capaz de hacer cambiar las cosas?
Es necesario que las instituciones estén bien orientadas a los fines que se persiguen, a la acogida y a la defensa de los derechos humanos, es decir, a erradicar el empobrecimiento. Y, a su vez, es necesario que la presencia de estas instituciones sea coherente. Sería una incoherencia ser médico privatizador durante la jornada laboral y luego dedicar las horas libres a ejercer de voluntario en sanidad. Esto sería como querer resolver en poco tiempo los destrozos que se han causado con toda la jornada de trabajo. La coherencia personal exige resolver la dicotomía tanto en las personas como en las instituciones. Porque esta coherencia hacia dentro de la propia institución se convierte hacia fuera en denuncia profética al poner de manifiesto lo que el sistema pretende mantener oculto, es decir, resolver por caridad lo que atañe a la propia justicia o a los derechos más básicos de las personas. La caridad nunca puede ser ajena a la justicia.
Ha llamado mucho la atención el silencio oficial de la Iglesia en estos últimos años cuando el dolor de la gente ha ido in crescendo…
Sí, a todos nos ha sorprendido y dolido este silencio oficial. Como si los dirigentes de la iglesia española se hubieran olvidado de aquella afirmación/deseo de la Iglesia de la Gaudium et Spes: “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren…” Las bases militantes de la Iglesia, pegadas siempre a esos sufrimientos de las víctimas, se han sentido huérfanas y abandonadas durante demasiado tiempo. Con la llegada ahora del Papa Francisco, sin decir otra cosa que lo que ya se dijo en la década de los 60, cuando la iglesia supo ponerse en la dinámica compromiso-creencia-acción, parece que se empieza a alumbrar una nueva era. En definitiva, lo que quiere decir públicamente es que o hay compromiso social y político o no hay fe verdadera. Y cuando el Papa habla de Trabajo, Tierra y Techo no está hablando de otra cosa que lo que hemos venido diciendo durante décadas los movimientos obreros y los movimientos de base de la Iglesia. No es otra cosa que reivindicar a la vez el pan y las rosas de la posguerra.
Se decía antes que hacer un militante costaba cinco o seis años porque tenía que aprender a tomar notas, porque tenía que aprender a contar los hechos, porque tenía que compartirlos en una comunidad, etc. Y hoy hay que volver a repetirlo: sin militancia entre los pobres no hay comunidad, y sin comunidad no hay contexto donde relatar la historia, y sin este relato tampoco hay fe verdadera. ¿No nos está pasando hoy algo de esto?
Te has referido al famoso discurso del 28 de octubre pasado del Papa Francisco a los Movimientos Populares reunidos en Roma, el llamado el “Discurso de las tres T” que los mismos movimientos habían elegido como lema del encuentro y que el papa identificó con la Doctrina Social de la Iglesia. ¿Te parece que esos tres escenarios expresan de algún modo los lugares más urgentes de la acción política actual?
Me parece una buena identificación, tanto más cuanto que los mismos Movimientos Populares los habían señalado previamente. Respecto al trabajo, se está apuntando directamentea la quiebra de la distribución y, con ello, a la ausencia de una economía sostenible y honrada. La riqueza del trabajador y de la clase trabajadora estaba antes en sus propias manos. A través de las manos creaba recursos y hacía la distribución. Hoy las manos ya han perdido ese valor histórico y la fuerza que tenían de cohesión y articulación en la sociedad. Tendríamos que responder al sinsentido de por qué una sociedad más inteligente y técnica se está convirtiendo en la mayor fábrica de pobres. La redistribución del tiempo de trabajo y de la riqueza generada es un desafío de futuro.
Y con el techo o la vivienda pasa lo mismo. ¿Cómo asumir sin más el escándalo que supone la existencia de tres millones y medio de casas deshabitadas en España —solo en Getafe se pueden contar fácilmente siete mil casas vacías— al tiempo que los desahucios están dejando a la gente en la calle o en alquileres infames de “camas calientes” o en viviendas afectadas por la “pobreza energética”? Es un insulto que en 2015 tengamos tantas casas vacías, incluidos los locales de la Iglesia.
El discurso de las Tres T del Papa exige una traducción práctica para que no nos quedemos en meras declaraciones de principios. La misma tierra, ¿no es la casa común y madre de la vida? Pero ahí están los inmigrantes, los sin tierra, acompañados de las tragedias de Lampedusa y El Tarajal. Nadie puede ignorar el conflicto entre la norma que prohíbe el paso y la justicia que reclama derechos. Pero la injusticia se acrecienta si tenemos en cuenta la rapiña o apropiación de las propias tierras neocolonizadas. Y los gobiernos que plantan las alambradas para impedir los derechos de inmigración son los mismos que amparan a las multinacionales en el expolio de sus propias tierras y recursos naturales de origen. Finalmente, “las devoluciones en caliente” son la expresión más cínica y cruel de los países neocolonizadores, que impiden la entrada a aquellas mismas personas a quienes antes se les han arrebatado sus propias tierras y recursos.
Los escenarios de las Tres T son, en definitiva, los mejores indicadores de los lugares donde el ser humano actual sufre y muere.
Por último, ¿te imaginas un país como España sin la protección que supone su red de caridad?
Difícil imaginarlo. Si el cristianismo es básicamente societario, comunidad, es difícil soñarlo de otro modo. Honestamente hay que reconocer, aunque no siempre lo haya hecho la jerarquía, que las comunidades cristianas han sido en la historia un factor muy importante en la producción de horizontalidad, de convivencialidad y de acogida en la sociedad. Es una lástima que esa horizontalidad no haya llegado a convertirse siempre en grito profético y exigencia de acción política. Renunciar a esta dimensión política es una forma de renunciar a la misma comunidad, lo que sería una renuncia muy sustancial del legado de Jesús de Nazaret. En resumen, mientras falte horizontalidad, acogida, habrá espacio suficiente para la acción política de los cristianos y cristianas.